domingo, 13 de noviembre de 2016

LA  RESPUESTA DE ALFREDO DESDE WASHINGTON

Querido Miguel Angel: 

Gracias por compartir este artículo que intenta explicar el triunfo de Trump apuntando a una crisis de autoridad.
Yo ajustaría dos cositas en ese análisis.

La primera es que, a pesar del omónimo, Trump es comparable no al Pato Donald sino a su tío, Rico McPato (en inglés Scrooge McDuck), un magnate avaro y hostil, un viejo pajarraco déspota y miserable, con la boca muy grande y sin corazón.

Lo segundo es que la crisis de autoridad es apenas la punta del iceberg. Por debajo de esa crisis hay otra mucho más profunda en los Estados Unidos. Esta gran crisis es de tal magnitud que la clase “trabajadora” desempleada norteamericana --que a comienzos del siglo 20 simpatizó con el anarquismo, luego durante la Depresión hizo migas con el socialismo, la que en la postguerra estableció ciertas reglas de juego con las cuales se engolosinó para luego meterse en camisa de once varas en contubernios con la mafia--. 

Esa clase diluyó su ideología original en medio de su propio anquilosamiento, casi sin percatarse de que el restablecimiento de relaciones diplomáticas que hizo Richard Nixon con China significaría su muerte, porque todos los trabajos se mudarían para ese país.

Los hippies que hasta los años 70 extendieron la simpatía de la juventud norteamericana hacia los procesos de cambio en América Latina, algunos apoyando abiertamente la Revolución Cubana o dando pie a fenómenos como el Boom de la literatura latinoamericana, ya no existen; ahora esa juventud en vez de hippie es yuppy y se encuentra obsesionada con su propio triunfo financiero dentro del mundo corporativo, que obviamente es despiadado y no alcanza para todos. 

Lo que queda es una clase desesperada, nostálgica de su relativa y perdida opulencia, empobrecida pero desmemoriada de sus orígenes humildes, que ahora se cree de mejor familia y siente que el mundo le debe todo, una clase que sin descaro ninguno se ha levantado la bata frente al fascismo para mostrarle las nalgas, como haría cualquier puta en una cantina del Oeste bailando can-can frente a un grupo de sucios pistoleros dirigidos por un dandy que mira el asunto mientras juega póker con otros bandidos.

Es muy grave la cosa. Yo hablo aquí en Washington con mucha gente y noto que solo los judíos y los negros logran entender a fondo lo que está sucediendo, porque cuando se habla de deportaciones en masa, de muros en las fronteras, de superioridad racial, solo a ellos todavía se les hiela la sangre.

No es que falte autoridad. Autoridad sobra. No hay sino que ver a los policías todos con estrés postraumático y disfrazados de robocops matando negros desarmados en los pobreríos de estas arruinadas ciudades norteamericanas.

Circo también sobra. Lo que  falta es pan (y hamburguesas). Y esta gente ha sacado en conclusión que si Donald McTrump ha podido darles tanto circo, también va a poder darles mucho pan y “Make America Great Again”. Tarde se van  a dar cuenta de su error. Pero acuérdate que para que el inteligentísimo pueblo alemán cayera en cuenta de su gigantesca metida de pata al apoyar o dejar florecer el fascismo, le tocó a los británicos borrar del mapa con bombas ciudades alemanas enteras, y a los soviéticos les tocó traer hordas de soldados rojos a las calles de Berlín.  A los fascistas japoneses, más tercos aún, tocó dejarles caer dos bombas atómicas para que se rindieran, al menos eso dice la historia oficial.

El fascismo es un cáncer que todavía no hemos podido curar. El cualquier momento y lugar reaparece y nos devora. No sería raro que ya estén activando otro Plan Condor para nuestra región, una región donde pueden suceder cosas tan insólitas como que ciertos grupos de extrema derecha hagan fracasar un tratado de paz después de una guerra civil de 50 años; no sería de extrañarse que otras Cruzadas más virulentas se lancen ahora contra los musulmanes radicales, que todavia tiene petroleo para robarles y viven también consumidos por su propia versión del fascismo.

Tocará persignarse y decir como decía el cura García: “Dios mío, en tus manos colocamos este día que ya pasó y la noche que llega”.
Un abrazo,
Alfredo
  

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