viernes, 28 de enero de 2011

El mito de la investigación neutral. Rodando el fenómeno de la PARAPOLÍTICA.


Miguel Angel Herrera Zgaib

miguel.herrera@transpolitica.org


El Tiempo publica las reflexiones de Gustavo Duncan, que siguieron a su trabajo "Los señores de la guerra", que lo puso en la órbita del estrellato nacional. El objeto de su reflexión es la para-política que no aparecía así tratado en su reflexión seminal. Pero antes y ahora, Gustavo insiste en hablar en la forma de los estados locales al interior de un estado nacional como el colombiano. La pretensión es forzar la definición clásica de estado nación para hablar de estado en el plano local, o regional. No hay tampoco una distinción en términos conceptuales entre estado, régimen y gobierno, que no son lo mismo.

Gustavo a la fecha tiene todo el tiempo del mundo, al ser profesor de Ciencia Política, para revisar con rigor de su aparato conceptual que trata de vendernos con su reflexióna actualizada sobre la parapolítica. Su apreciación en apoyo del uso de la noción de estado local según lo señaló en la exposición del mito 1, es la siguiente: que los jefes para-militares cobraban impuestos y administraban la ley en muchas regiones. De lo dicho se concluiría, qué? Que por cada región bajo estas condiciones había un estado local, o un estado local abarcando varias regiones, o cómo es la cosa?

El segundo asunto, aunque en apariencia no lo afirme sin arandelas la discusión sobre el paramilitarismo que vuelve a proponer Gustavo deriva en la siguiente plausible, pero "exculpatoria" conclusión de la clase política colombiana: que en últimas, en Colombia, no hubo para-política, alianza entre paramilitares, narcotraficantes y políticos locales, regionales y nacionales. Más aun, que fueron los paramilitares y no los políticos los que buscaron tales alianzas cuando se dieron circunstancialmente.

En suma, estos políticos ahora condenados, procesados o en trance de serlo, no fueron ni siquiera compañeros de viaje del paramilitarismo, sino obligados a viajar, intimidados por el poder del dinero y las armas, para hacer este ilegal, delincuencial periplo de más de una década, desde los tiempos del presidente Pastrana hasta el día de hoy. Y hasta el resto de Colombia debería agradecerle este bondadoso sacrificio de los políticos corruptos.

Por último, ¿qué decir de los millones de colombianos asesinados, desplazados, expropiados por la estrategia de la parapolítica? Si los poderosos políticos y sus redes, y los caciques dieron su brazo a torcer. Y de contera, la bancarrota de la intelectualidad tradicional se convierte en el síntoma, de la renuncia a la crítica de raíz de los fenómenos en que se concreta la degeneración democrática que carcome el tejido social y político de Colombia.


EL TIEMPO

Los 'mitos urbanos' de la parapolítica

Por: GUSTAVO DUNCAN | 9:40 p.m. | 26 de Enero del 2011



El académico Gustavo Duncan hace un análisis de 4 puntos polémicos de este fenómeno.

Ahora que la parapolítica comienza a ser parte del pasado, es tiempo de reflexionar sobre lo ocurrido sin tantas pasiones. Una forma peculiar de hacerlo es utilizar la analogía de los 'mitos urbanos' para descifrar qué tanto hay de cierto y qué tanto de mentira en las percepciones de la opinión pública. Aquí me aventuro con cuatro mitos:

Mito 1: Los paramilitares eran sólo una herramienta de élites más poderosas.

Falso. Este es un mito generalizado dentro de la izquierda colombiana. Ciertamente, políticos, empresarios, militares y demás miembros del establecimiento han mantenido algún tipo de alianza con narcotraficantes y ejércitos privados. Y puede ser que en sus inicios algunos de ellos hayan participado activamente en la organización de estos grupos.

Sin embargo, ya para mediados de los noventa los paramilitares no eran una marioneta de nadie, sino que eran un poder per se. Don Berna, Macaco, Mancuso, Jorge 40, los hermanos Castaño y demás comandantes, habían organizado poderosos ejércitos de varios miles de hombres. Disponían de fortunas que fácilmente superaban los centenares de millones de dólares. Y más importante aún, se habían convertido por esfuerzo propio en el estado local. Eran ellos quienes cobraban impuestos y administraban la ley en muchas regiones. ¿Por qué entonces les iban a regalar semejante poder a las élites tradicionales?

Más bien habría que indagar las razones por las que los paramilitares tuvieron que realizar concesiones de poder a las élites tradicionales y en qué consistían estas concesiones de acuerdo al poder de las partes. En el plano regional, donde estas alianzas fueron más visibles y sólidas, los motivos giraban alrededor de la necesidad de protección y recursos por parte de los sectores tradicionales. Si se era un político de provincia, las posibilidades de tener éxito en el juego electoral eran muy estrechas si no se contaba con el respaldo del grupo armado que controlaba la zona.

Si el candidato y sus colaboradores no eran asesinados, los potenciales seguidores eran amenazados o simplemente se presionaba a quienes contabilizaban los votos para alterar los resultados. No hay que olvidar, además, que la guerrilla había creado una situación insostenible para las clases altas locales. Terratenientes, comerciantes y demás notables de provincia no tenían más opción que acoger a los paramilitares para salvarse de un secuestro o de un destierro seguro. La existencia de un enemigo común, la guerrilla, facilitó estos acuerdos.

De otra parte, las economías locales no tenían como convertirse en un contrapeso a las inyecciones de recursos que traía el narcotráfico. Ningún empresario legal estaba en condiciones de financiar un candidato competitivo. La clase política local debía pactar con los poderes emergentes para poder tener algún chance en las elecciones. No se trataba de un dilema de honestidad.

Desde mucho antes los políticos robaban sistemáticamente del presupuesto público para financiar sus campañas y lucrarse. Pero ahora los costos de las campañas se habían disparado porque con los nuevos recursos el clientelismo se había expandido hasta la entrega de electrodomésticos. Quien no tenía acceso a esa fuente adicional de recursos, simplemente no era competitivo.

¿Qué recibían los paramilitares a cambio? Paradójicamente Colombia es un estado fuerte. La crisis de seguridad de los últimos 30 años no ha puesto en riesgo la existencia de las instituciones democráticas. Para poder convertirse en el poder local se necesitaba establecer alianzas con quienes ocupaban las instituciones locales.

Un paramilitar con un ejército de miles de hombres sin algún tipo de acuerdos con los gobernadores, los senadores y los organismos de seguridad de una región inevitablemente se iba a encontrar en una situación de enfrentamiento con la institucionalidad. Era imposible que cuando una patrulla de cien soldados se topara con un comando de otro tanto de paramilitares el resultado no fuera catastrófico sin la existencia de cierta coordinación entre las partes.

En el caso de las élites nacionales, la situación era muy diferente.


La clase política, los empresarios, los medios de comunicación y la ciudadanía en su conjunto sí tenían como hacer contrapeso a los narcotraficantes y a los ejércitos privados. Sin embargo, nunca optaron por una estrategia decidida en contra de los paramilitares.


¿Por qué? A mi modo de ver porque implicaba unos costos políticos y económicos que no estaban dispuestos a asumir. ¿Si se reprimía el narcotráfico quién iba a pagar el deterioro de las economías locales? Ni los grandes 'cacaos' ni la clase alta y media de las grandes ciudades estaban dispuestos a transferir más recursos a unas élites de provincia que se habían probado corruptas e ineficientes.

Y aún suponiendo que se hubiera reprimido la economía ilícita y no se hubiera hecho mayor cosa por el bienestar de las regiones, existía otro costo imposible de asumir. La arremetida paramilitar de finales de los noventa y principios del dos mil significó un alivio frente a la expansión de la guerrilla. En últimas, quien pagó gran parte de la cuenta de cobro de la lucha contra la subversión en los momentos más álgidos de la crisis de Samper y la negociación de Pastrana con las Farc fue el narcotráfico.

De otra manera las élites del centro hubieran tenido que recurrir a su bolsillo para evitar un deterioro aún más dramático de la seguridad. De allí que el auge paramilitar que condujo a la parapolítica tuvo su principal explicación no en la organización de ejércitos privados por las grandes élites de Colombia, sino en la delegación del poder regional a narcotraficantes y ejércitos privados. La clase política investigada por la parapolítica fue aquella que sirvió de mediadora en la delegación de dicho poder.

Mito 2: La parapolítica fue el resultado del enfrentamiento entre Uribe y las Cortes. Por lo tanto, la parapolítica nunca existió.

Cierta la primera afirmación, falsa la segunda. Nadie podría negar al día de hoy que Uribe y los magistrados de la Corte Suprema mantuvieron un pulso de fuerza durante la mayor parte de sus ocho años de Gobierno. Tampoco podría negarse que la estrategia de ambas partes consistió en deslegitimar a su oponente al denunciar la existencia de vínculos con actores ilegales. El problema estaba en que la mayoría de los casos estos vínculos no eran la invención de unos jueces con ansias de conspirar, sino de una realidad que se desbordaba.

No iba a ser muy difícil para cualquier investigador judicial que hiciera su trabajo de manera juiciosa tropezarse con los hechos.


Las cifras electorales, los testimonios y las pruebas materiales sobraban por una razón simple: el oficio de la política en las regiones colombianas estaba atravesado por las armas y recursos de origen dudoso. Bastaba que alguien se sintiera amenazado, traicionado o interesado en algún beneficio judicial para que las pruebas afloraran. Rafael García, 'Pitirri' y 'Tasmania' son el ruido de una realidad que no podía seguir permaneciendo oculta a la opinión.

El paso siguiente y obvio de la Corte fue utilizar las pruebas para responder las andanadas de Uribe. En ese sentido fueron bastante efectivos para resquebrajar la colectividad política que soportaba al Gobierno nacional. Pero no hay mayor evidencia que dé a pensar que el grueso de las investigaciones de la Fiscalía y la Corte sean parte de una conspiración. De hecho, las evidencias de una conspiración apuntan más hacia el Gobierno de entonces.

Las chuzadas del DAS, el montaje de 'Tasmania' contra el Magistrado Velázquez y la filtración a Semana de la falsa asistencia de Ascencio Reyes a la posesión del fiscal Iguarán no dejan lugar a dudas. Pero aún suponiendo que las acusaciones del ejecutivo contra la rama judicial sean ciertas, éstas no niegan la existencia de la parapolítica. Al contrario, reforzarían la tesis de que en Colombia el narcotráfico y los ejércitos privados son actores fundamentales dentro de las instituciones del país.
Mito 3: Las confesiones de los paramilitares obedecieron a una venganza de delincuentes que se sintieron traicionados.

Cierto, pero no por eso lo que contaron es falso. La traición efectivamente existió porque los vínculos con los políticos fueron un hecho real. La clase política había establecido unos parámetros básicos de negociación con los paramilitares en el marco del proceso de paz. A cambio de no delatar sus vínculos en el proceso de Justicia y Paz, la clase política debía garantizar su inserción en la legalidad bajo unas condiciones convenientes a los jefes paramilitares. Pero las premisas del acuerdo eran muy volátiles. El riesgo de que otras fuerzas sabotearan cualquier intento de encubrir a los políticos y la necesidad de continuar delinquiendo para mantener su poder perfilaron un escenario en que las partes rápidamente iban a verse enfrentadas.

Apenas el Gobierno encarceló a los paramilitares en Itagüí, las chispas se convirtieron en incendios. Presionado por Mancuso, De la Espriella reveló el pacto de Ralito como una advertencia a la clase política. Pero ya no había punto de retorno. La Corte aprovechó la oportunidad y presionó a la Presidencia.

Los nuevos testimonios sirvieron para profundizar la parapolítica. Las pruebas y las delaciones resquebrajaron la coalición política que respaldaba a Uribe. A medida que la justicia presionaba a los paramilitares en sus procesos para contar la verdad, las suspicacias entre las partes aumentaban. Los políticos pensaban que los paramilitares se iban a destapar en cualquier momento, mientras que los paramilitares vislumbraban que nada de lo prometido iba a ser cumplido.

Pese a todas las retaliaciones y desconfianzas, políticos y paramilitares pretendieron continuar los acuerdos. Si bien algunos jefes paramilitares como 'Macaco' habían decidido apostar sus cartas a la Corte, la mayoría continuaba del lado del Gobierno. Prueba de ello es la visita de Job a la Casa de Nariño.

El objetivo de este encuentro era coherente con la premisa fundamental que llevó al acuerdo de paz de Ralito: a cambio de no desvertebrar el poder político de las regiones a partir de sus declaraciones a la justicia, los paramilitares recibirían beneficios en su tratamiento por el Estado. La diferencia estaba en que además había que deslegitimar a la Corte y en que las concesiones del Gobierno se reducían sustancialmente a lo pactado en sus inicios. Ahora la cuestión no era si cumplirían su pena por fuera de una prisión, sino en cómo iban a ser las condiciones carcelarias.

Pero nuevos acontecimientos hicieron que Uribe no demorara en doblar las apuestas y patear la mesa. Corrieron rumores de que los paramilitares estaban pensando tomar partido por la Corte. Una borrachera desafortunada de un abogado en La Picota prendió las alarmas en las huestes del Gobierno. El riesgo de que el resto de los paramilitares se fueran del lado de la Corte no dejaba mayores opciones al Presidente.

La extradición podía ser riesgosa en el largo plazo pero quitaba de por medio un ruido que progresivamente minaba el capital político del gobierno. Las declaraciones de Uribe fueron contundentes cuando sostuvo que había extraditado a los 14 jefes paras porque se estaba cocinando una alianza siniestra entre legales e ilegales.

Desde sus prisiones en Estados Unidos, los jefes paramilitares han tratado de retomar su participación en el proceso. Sin embargo, hasta ahora es muy poco lo que han podido hacer para vengar la traición. Las declaraciones de Mancuso, el 'Tuso' Sierra y Don Berna tuvieron efectos mediáticos momentáneos pero sus repercusiones judiciales son mínimas en comparación con sus denuncias.

Las amenazas a sus familiares, la debilidad de los mecanismos judiciales y, sobre todo, el poco interés de Estados Unidos por permitir que se afecte la reputación de los gobernantes de los países comprometidos con la extradición, no permiten consumar la venganza. Aunque no hay que olvidar aquel proverbio chino que dice que la venganza es un plato que sabe mejor frío.

Mito 4: El Presidente no sabía nada de las alianzas que se estaban tejiendo entre políticos y paramilitares.

Falso. Es fácil demostrar que Uribe estaba enterado de lo que sucedía en las regiones colombianas desde antes que la justicia emitiera decisiones al respecto. La defensa que realizó de Jorge Noguera ante los medios, la denuncia del alcalde de El Roble en un Consejo Comunitario, su posterior asesinato y el nombramiento de su presunto asesino en un cargo diplomático y, en general, el rechazo a los cuestionamientos de los miembros de su coalición de gobierno, demuestran que Uribe estaba enterado de lo que sucedía pero estaba más preocupado por mantener su gobernabilidad. ¿Qué otra conclusión puede sacarse cuando les pidió a los congresistas que antes de irse a la cárcel por la parapolítica le votaran sus proyectos?

En gracia de discusión, podría concederse que la realidad política de las regiones era un asunto que rebasaba a Uribe de la misma manera como lo había hecho con todos los Presidentes anteriores.


Es imposible en Colombia construir mayorías democráticas para gobernar si no se apela a una clase política que en las regiones ha desarrollado todo tipo de vínculos con narcotraficantes y organizaciones violentas. Y es seguro que los Presidentes, como animales políticos que son, saben muy bien cuáles son los intereses que en últimas mueven a los senadores, representantes y demás políticos profesionales que sostienen su gobernabilidad.

La diferencia está en el tipo de concesiones que se realizan con las colectividades políticas. Es normal que los Presidentes entreguen el manejo de cuotas burocráticas, espacios de poder institucional y hasta contratos públicos a cambio de mantener el respaldo de una colectividad política. Pero cuando la base de la colectividad que apoya al ejecutivo se encuentra cuestionada hasta el tuétano y el Presidente insiste en defender su legitimidad, la cuestión es más complicada. Quiere decir, ni más ni menos, que se está comprometido con esa forma de poder.

Gustavo Duncan, autor y profesor

Es politólogo con maestría en Seguridad Global de la U. de Cranfield. Profesor de Ciencia Política de la U. de Los Andes. Autor del libro 'Los señores de la Guerra', en el que analiza el fenómeno paramilitar. Es candidato a doctorado en C. Políticas de la U. de Northwestern.




miércoles, 26 de enero de 2011

DANIEL BELL Y "EL FIN DE LA IDEOLOGÍA " HA TERMINADO

In Mr. Bell’s view, Western capitalism had come to rely on mass consumerism, acquisitiveness and widespread indebtedness, undermining the old Protestant ethic of thrift and modesty that writers like Max Weber and R.H. Tawney had long credited as the reasons for capitalism’s success.
Michael T. Kaufmann.


Una de las figuras cimeras del establecimiento estadounidense en materia intelectual, Daniel Bolotsky (Bell), de ancestros judíos de Europa oriental, fue uno de los líderes de la corriente neocon, al discutir la crisis moral del capitalismo, y una de las legendarias figuras intelectuales de la vida neoyorkina formado en el sistema de educación pública.

Se destacó con voz propia, abandonó la experiencia social-demócrata, donde tuvo como compañero de viaje a Irving Howe, y encaró la experiencia contra-cultural de protesta de los baby boomers de posguerra contra el imperialismo estadounidense en el Sureste Asiático, y de modo particular, Vietnam, que quebró el narcisismo de la potencia triunfadora con la URSS en la bestial Segunda Guerra Mundial.

Junto a Irving Kristol, Harold Bloom, y más atrás en el tiempo, Leo Strauss, el filósofo político contemporáneo de Isaiah Berlin, animó como el que más el frente ideológico y cultural opuesto a la hegemonía intelectual del marxismo en Europa Occidental. Y bien sabía de que se trataba porque, Daniel Bell en los inicios de su proyecto intelectual y político participó en los círculos marxistas norteamericanos de tendencia trotskysta, y sufrió la disilusión del stalinismo y el asesinato de León en Ciudad de México.

Uno de los discípulos más aventajados y actuales de Daniel ha sido Francis Fukuyama, con su ensayo y posterior libro "El fin de la historia y el último hombre"; y su principal interlocutor en el campo de la ciencia política, hasta su muerte, lo fue Samuel P. Huntington, involucrado hasta el tuétano en la disputa por Vietnam, Laos y Camboya durante los años 60 y 70.

Hoy los dos ya fallecidos, han tenido la oportunidad de conocer la decadencia de su nación, y los límites de la expansión de los EUA, y tener en la presidencia a un afro-americano, Barack Obama, quien ayer, precisamente, en su discurso sobre el estado de la uniión anunció que la recesión ha sido domada; y que ahora la palabra de orden es enfilar baterías para reasumir el liderazgo global frente al competidor más sobresaliente, la China posmaoísta, un socialismo singular de rostro capitalista; y que al mismo tiempo es necesario reposicionarse en el patio trasero estratégico de la potencia imperial global, América Latina.

Aquí reproducimos el obituario hecho por el New York Times, y que con puntual celo nos ha hecho circular, Oscar Delgado, profesor investigador de la facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, en Bogotá. N de la R.

The New York Times

Daniel Bell in the early 1980s.

His daughter, Jordy Bell, confirmed the death.

Mr. Bell’s output was prodigious and his range enormous. His major lines of inquiry included the failures of socialism in America, the exhaustion of modern culture and the transformation of capitalism from an industrial-based system to one built on consumerism.

But there was room in his mind for plenty of digressions. He wrote about the changing structure of organized crime and even the growing popularity of gangsta rap among white, middle-class, suburban youth.

Two of Mr. Bell’s books, “The End of Ideology” (1960) and the “Cultural Contradictions of Capitalism” (1978), were ranked among the 100 most influential books since World War II by The Times Literary Supplement in London. In titling “The End of Ideology” and another work, “The Coming of Post-Industrial Society” (1973), Mr. Bell coined terms that have entered common usage.

In “The End of Ideology” he contended — nearly three decades before the collapse of Communism — that ideologies that had once driven global politics were losing force and thus providing openings for newer galvanizing beliefs to gain toeholds. In “The Coming of Post-Industrial Society,” he foresaw the global spread of service-based economies as generators of capital and employment, supplanting those dominated by manufacturing or agriculture.

In Mr. Bell’s view, Western capitalism had come to rely on mass consumerism, acquisitiveness and widespread indebtedness, undermining the old Protestant ethic of thrift and modesty that writers like Max Weber and R.H. Tawney had long credited as the reasons for capitalism’s success.

He also predicted the rising importance of science-based industries and of new technical elites. Indeed, in 1967, he predicted something like the Internet, writing: “We will probably see a national information-computer-utility system, with tens of thousands of terminals in homes and offices ‘hooked’ into giant central computers providing library and information services, retail ordering and billing services, and the like.”

Mr. Bell became an influential editor of periodicals, starting out with The New Leader, a small social democratic publication that he referred to as his “intellectual home.” He joined Fortune magazine as its labor editor and in 1965 helped found and edit The Public Interest with his old City College classmate Irving Kristol, who died in 2009.

Though The Public Interest never attained a wide readership, it gained great prestige, beginning as a policy journal that questioned Great Society programs and then broadening into one of the most intellectually formidable of neoconservative publications.

“It has had more influence on domestic policy than any other journal in the country — by far,” the columnist David Brooks wrote in The New York Times in 2005.

Mr. Bell also maintained a distinguished academic career, first as a professor of sociology at Columbia from 1959 to 1969 — the university awarded him a Ph.D. for his work on “The End of Ideology” — and then at Harvard, where in 1980 he was appointed the Henry Ford II professor of social sciences.

As both a public intellectual and an academic, Mr. Bell saw a distinction between those breeds. In one of his typical yeasty digressions in “The End of Ideology,” he wrote: “The scholar has a bounded field of knowledge, a tradition, and seeks to find his place in it, adding to the accumulated, tested knowledge of the past as to a mosaic. The scholar, qua scholar, is less involved with his ‘self.’

“The intellectual,” he went on, “begins with his experience, his individual perceptions of the world, his privileges and deprivations, and judges the world by these sensibilities.”

In some measure Mr. Bell may well have been referring to himself in that passage — his intellectual persona self-consciously winking at its detached scholarly twin with whom it conspired in a lifetime of work and experience.

Daniel Bolotsky was born on the Lower East Side of Manhattan on May 10, 1919, to Benjamin and Anna Bolotsky, garment workers and immigrants from Eastern Europe. His father died when Daniel was eight months old, and Daniel, his mother and his older brother, Leo, moved in with relatives. The family changed the name to Bell when Daniel was 13.

Mr. Bell liked to tell of his political beginnings with an anecdote about his bar mitzvah, in 1932. “I said to the Rabbi: ‘I’ve found the truth. I don’t believe in God. I’m joining the Young People’s Socialist League.’ So he looked at me and said, ‘Kid, you don’t believe in God. Tell me, do you think God cares?’ ”

Mr. Bell did join the League and as an adolescent delivered sidewalk speeches for Norman Thomas, the Socialist candidate for president. By the time he had graduated from Stuyvesant High School in Manhattan and entered City College in the late 1930s, he was well grounded in the Socialist and Marxist canon and well aware of the leftist landscape, with its bitter rivalries and schisms.

At City College, he had no trouble finding his way to Alcove No. 1 in the cafeteria, where, among the anti-Stalinist socialists who dominated that nook, he found a remarkable cohort that challenged and sustained him for much of his life as it helped to define America’s political spectrum over the last half of the 20th century.

Its principal members, in addition to Mr. Bell, included Mr. Kristol, whose eventual move to the right as a founding neoconservative led Mr. Bell to leave The Public Interest in 1972 while steadfastly affirming his friendship for his old school chum.

There was Irving Howe, the late critic, professor and editor of the leftist journal Dissent, who remained a Social Democrat. And there was Nathan Glazer, who would become Mr. Bell’s colleague in the Harvard sociology department, the author, with Daniel Patrick Moynihan, of “Beyond the Melting Pot,” and the architect of strategies for school integration. In 1998 the four men were the subjects of a documentary film by Joseph Dorman titled “Arguing the World.”

The atmosphere of City College in the ’30s was supercharged with leftist ideology. There were Communists and Socialists, Stalinists and Trotskyites, all giving vent to their views in the years of the Spanish Civil War just before Hitler’s pact with Stalin paved the way to world war.

In the film, Mr. Bell described the atmosphere in the cafeteria as “kind of a heder,” referring to the Jewish religious schools where arguing a variety of views and redefining positions was the basis of learning. He graduated in 1939.

The associations Mr. Bell made at City College were fundamental. He also met the sociologist Seymour Martin Lipset and the literary critic Alfred Kazin, whose sister, Pearl Kazin, Mr. Bell married in 1960. She survives him.

Besides his daughter, Jordy, of Croton-on-Hudson, N.Y., Mr. Bell is survived by a son, David, of Princeton, N.J., four grandchildren and one great-grandchild.

Mr. Bell never hesitated to expand and revise his thinking through the years. New editions of his older books often include new prefaces and afterwords that look at his old arguments in the light of new developments in politics and society. And he was always quick to point out what he regarded as misconceptions about his work and his life.

In 2003, for example, an article by James Atlas in The Times described him and Mr. Kristol as neoconservatives who had felt that the Vietnam War had a “persuasive rationale.” He answered with a letter that declared, “I was not and never have been a ‘neoconservative.’ Nor did I support the war.”

Indeed, for all the ideological wars he had witnessed, Mr. Bell disdained labels, particularly as they were applied to him. Over the years he would offer his own political profile, declaring what he called his “triune” view of himself: “a socialist in economics, a liberal in politics and a conservative in culture.”

Michael T. Kaufman, a reporter at The New York Times, died in 2010. William McDonald contributed reporting.

viernes, 21 de enero de 2011

Aunque ya pasó algún tiempo desde su publicación, pienso que es importante reproducir aquí este escrito, que no fue para nada una "inocentada", sino que registra en sus actores, una de las más vergonzosas tragedias humanas del Continente, y de Argentina en particular, cuya verdad aún no se conoce del todo, aunque tengamos en favor de ellas investigaciones como la que se surtió sobre el llamado "Plan Cóndor", y otras barbaridades. Gracias al acucioso, atento e incansable periodista Villoria por llamarnos la atención sobre esta pieza de opinión escrita por el colega Rubén Dri. N de la R



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El país|Martes, 28 de diciembre de 2010

Opinión

La Teología de la Muerte

Por Rubén Dri *

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El 23 de diciembre, organizado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, se llevó a cabo el juicio ético a la Iglesia cómplice de la dictadura militar. Se resaltó que el juicio no era a toda la Iglesia ni era contra la fe o contra el cristianismo, sino contra la Iglesia cómplice. Se recalcó que hubo otra Iglesia comprometida, cuyos militantes fueron perseguidos, secuestrados, encarcelados, torturados y “desaparecidos” como todos los militantes populares. En el juicio expuse conceptos centrales de una verdadera Teología de Mal, que ya había expuesto en Teología y dominación y que, por diversos motivos, habían pasado inadvertidos. Varios me expresaron asombro y horror. Me parece, pues, importante reproducir algunos conceptos entonces publicados, previa readecuación al momento presente. Ello echa un poco de claridad sobre los hechos aberrantes que salen a luz a raíz de los juicios a los máximos responsables del genocidio.

Los crímenes de la dictadura militar fueron impulsados por una determinada mística del soldado cristiano que ha sido coherentemente mantenida por los vicarios y el provicario castrense, en el período que va del ’76 al ’83. La concepción de la presencia de “Dios en el soldado”, que defendía el provicario Victorio Bonamín en 1976, es la misma que está presente en la concepción de los militares argentinos como “soldados del evangelio” que sostiene el vicario castrense José Medina en 1982.

Tanto Bonamín como Medina son buenos exponentes de esta concepción del militar cristiano. Pero tal vez sea el vicario y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Adolfo Tortolo, la voz más autorizada. Sus conceptos al respecto son sobrecogedores y permiten en cierta manera comprender la “furia mística” de ciertos militares como Videla. “El cristiano toma en sus manos –como hombre que vive su conciencia sacerdotal– el don de la vida natural y la ofrece a Dios destruyéndose o inmolándose en reconocimiento de la infinita majestad de Dios y en prueba de su entrega definitiva al Ideal. Esto nos lleva a la ofrenda en aras de un Ideal cuya raíz es Dios; al servir a la Patria hasta morir por ella.”

Ya tenemos los conceptos que fundamentarán la mística del soldado cristiano, capaz de morir y de matar: la “Infinita Majestad de Dios”, Dios todopoderoso, el cual exige destrucción o inmolación. Dios es un Ideal que se alimenta de la destrucción de la vida natural. Necesita sangre. De Dios deriva la Patria, que viene a ser una encarnación divina; en consecuencia un Ideal que solo vivirá de inmolación y destrucción.

“El amor a la Patria es sagrado [...] Cristo amó a su Patria, sojuzgada entonces por Roma. Dignificó y santificó de este modo el valor de la Patria. El amor a la Patria, que debe ser generoso y leal en cualquier hombre, debe serlo doblemente en el cristiano. Si morir por la Patria es dulce para cualquier hombre de bien, más dulce lo es para el cristiano que contempla el universo a la luz de la fe, y a la luz de la fe considera el Ideal de la Patria. Este amor a la Patria debe darse en grado eminente y heroico en quienes integran las Fuerzas Armadas de una Nación.” Un amor “en grado eminente y heroico” a un Ideal que exige inmolación y destrucción puede ser terrible, puede llevar a la furia de la destrucción “más allá del bien y del mal”.

Continúa el vicario castrense: “La vocación militar está signada por el riesgo permanente. Riesgo que la Fortaleza espiritual dinamiza y nutre. En las Fuerzas Armadas debe darse una clara y decidida vocación a la muerte como ideal inherente a su más entrañable Ideal Militar, condición ‘sine qua non’ para vivir el sentido heroico de la vida y para realizarse con el plasma que plasma héroes”. La “Fortaleza espiritual”, es decir, la mística que proporciona la legitimación teológica que realiza el vicariato, “nutre y dinamiza” el “riesgo permanente” de los militares, ese jugarse siempre al borde de la muerte que los caracteriza, porque al Ideal Militar le es inherente la vocación a la muerte. Allí está presente la Iglesia con su teología de la muerte para sostener espiritualmente a los caballeros de la muerte.

Pero el vicario castrense no deja de seguir internándose en estas profundas sendas de la mística de la muerte: “El héroe está hecho de renuncias personales, de grandeza de alma, de fe integral, ajena a toda servidumbre espuria. El héroe está situado inmediatamente después que el santo –sin olvidar que todo santo es héroe– así sea héroe con el heroísmo de la humildad y del silencio”. El texto habla de por sí. El héroe, o sea, el militar, viene inmediatamente después del santo, o sea del sacerdote, sin olvidar que todo santo o sacerdote es héroe o militar, el santo y el héroe, la cruz y la espada, la Iglesia y el Estado. El sacerdote u hombre de Iglesia es un santo-héroe y el militar un héroe-santo, anverso y reverso de la misma realidad, con hegemonía del santo pero que sólo puede hacerla valer con la fuerza del héroe.

Luego viene la estremecedora conclusión: “No es necesaria la efusión de sangre para ser héroe. Basta vivir el terrible cotidiano, sin dejar de cultivar la perspectiva de una senda que exija la efusión de sangre”. Creo que no es necesario agregar nada más. Aquí está en toda su trágica dimensión lo sustancial de una Teología de la Dominación, que se manifiesta crudamente como Teología de la Muerte, que sirvió para mantener el espíritu de los militares que sólo mediante un genocidio creían poder volver atrás la historia para revivir los supuestos idílicos tiempos de la perfecta unión entre la cruz y la espada.

La Teología de la Dominación en su versión más acabada de la Teología de la Muerte desarrollada por los vicarios castrenses, con su correspondiente mística del soldado cristiano, debía ser aplicada por los capellanes militares, cuya labor era, como la definió Bonamín, “formar espiritualmente y doctrinariamente a los cadetes y soldados”. Monseñor Antonio Plaza, al estrenarse como flamante capellán de la policía bonaerense, la de Camps, aseguró que la Iglesia brindaría “fortaleza espiritual” a los integrantes de los cuadros policiales y a sus familias “para templarlos ante la adversidad”.

Los capellanes militares junto con los integrantes de las Fuerzas Armadas y policiales, en los centros clandestinos, en sus relaciones con las familias de los militares, eran la cruz junto a la espada, el espíritu que animaba a la materia, lo sagrado que daba sentido a lo profano, es decir, a los secuestros, torturas y desapariciones. En efecto, de acuerdo con la mística que se deriva de la concepción del Dios mayestático que exige inmolación y destrucción, el capellán Mackinnon podía invocar a Dios “para que nuestro uniforme no tenga otra mancha que la de la sangre propia o ajena derramada por una causa justa; porque esta sangre no mancha, dignifica”.

Esta acción mostró su eficacia en los centros clandestinos. Hay testimonios sobre la existencia de interrogadores cursillistas, además del conocimiento que tenemos de la existencia de toda una brigada que llevaba el nombre de “Colores”, el himno del cursillismo, cuyo representante principal, apellidado precisamente Colores, se caracterizaba por la manera en que gozaba las torturas. Había militares que en los centros clandestinos usaban el rosario, militares torturadores que se consideraban cruzados, inquisidores, enviados de Dios en contra de los diablos; torturadores que interrogaban sobre la fe de sus víctimas; y por supuesto la continua proclamación de “los valores occidentales y cristianos” por los que se lucha.

* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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En recuerdo a la recién fallecida M.E. Walsh, maestra de la literatura infantil, ejemplo de entereza de caracter y principios, pensamos que es importante recordarla a través de esta exhortación concebida por un gran periodista argentina, y un militante de la causa de la liberación humana de las desgracias del capitalismo. N de la R.

"Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad... Haga circular esta información".
Rodolfo Walsh


domingo, 16 de enero de 2011

Un conteo ejemplar, doloroso, en el que aparecen comprometidos como catalizadores de la guerra, nuestro descolorido príncipe anterior y uno de sus más pugnaces consejeros. N de la R.

LAS ESTADISTICAS DE LA GUERRA

El gobierno del Presidente Uribe con su asesor de cabecera, José Obdulio Gaviria, construyeron un enfoque particular para caracterizar el conflicto colombiano y comportarse conforme a ello en materia de seguridad y defensa. Su preocupación se centró en negar la existencia del conflicto armado y caracterizar el mismo como una amenaza terrorista.

Lo que sorprende de un país sin conflicto armado son las estadísticas del Ministerio de Defensa, donde los contactos militares contra el ELN y las FARC entre el 2002 y 2009 por iniciativa de la fuerza pública fueron 11.354, en pleno desarrollo de la política de Seguridad Democrática de Uribe, esto es 4.5 acciones por día durante siete años, con resultados de 13.494 bajas y 35.584 capturas. Si a esto se suman los 17.555desmovilizados para el mismo periodo, según datos del mismo Ministerio, no cabe menos que preguntarse sobre qué tipo de estadística ridícula se está armando estos informes que nos señalan que entre capturados, dados de baja y desmovilizados de las dos organizaciones suman 66.633 efectivos por fuera de combate, de unas agrupaciones que podrían sumar entre ambas unos 24 mil efectivos bien contados en su mejor época.

Estas estadísticas habrían acabado tres veces completamente a las FARC. A no ser, que esas estadísticas estén contando como desmovilizados y capturados de las guerrillas a población civil que habita en las regiones y ha sido objeto de la estigmatización, señalamiento, persecución, encarcelamiento y ejecuciones extrajudiciales por parte de la fuerza pública. Hoy se considera, que después de los Planes Colombia, Patriota, Consolidación y de todas las operaciones que esos planes comprometieron (Fénix, Jaque, Camaleón…), los combatientes de las dos estructuras, en las estadísticas del censo oficial, están por el orden de los 7.000 efectivos (Farc) y 2.500 (ELN), esto es, las fuerzas fueron diezmadas en un cincuenta por ciento, según lo afirman las estadísticas oficiales del Ministerio de Defensa..

Las organizaciones insurgentes, no dejaron de operar en las estadísticas oficiales. Para el mismo tiempo analizado (2002-2009) desarrollaron 70 ataques a poblaciones, 441 ataques a instalaciones de la fuerza pública, 514 emboscadas, 1.479 hostigamientos y 2.125 actos de sabotaje. Como resultados de estas operaciones dejaron a la fuerza pública 14.017 heridos o bajas vivas y 4.504 muertos, esto es, un promedio diario de 1.7 muertos y 5.5 heridos. En siete años de “no conflicto”, de “no guerra” hay un total de bajas del destacamento oficial e insurgencia de 17.998 combatientes, soldados y policías muertos.

El desplazamiento forzado hace parte de las lógicas de la guerra y los registros al respecto no pueden más que ser el reflejo de su intensidad; durante el periodo en cuestión se generan según la estadística del Ministerio 2.267.348 desplazados, el 30% son afrocolombianos e indígenas de la totalidad de población en situación de desplazamiento, estimada en 4.5 millones, lo cual representa el 10% del total de la nación.

Las cifras son contundentes, durante un gobierno que no reconoció el conflicto armado en el país, se causaron 2.400.000 desplazados y 18 mil combatientes muertos, sin contar los asesinatos de civiles y grupos étnicos, por ejemplo, 766 indígenas y 578 sindicalistas durante la citada administración.

Las estadísticas presentadas de los estándares de eficiencia y calidad de las acciones de la fuerza pública, durante los primeros 100 días del gobierno del Presidente Santos, señalan 102 bajas, 492 capturas y 540 desmovilizaciones individuales, en el marco de una tendencia que sostiene los resultados de la confrontación en los promedios anuales de 1.600 bajas a la insurgencia y 5.700 capturas. Según informes de prensa en el 2010 mueren más de 2.000 soldados en la guerra.

Estas estadísticas “oficiales” deben convocar la atención de analistas políticos, académicos, estudiosos del conflicto interno, la opinión pública y la comunidad internacional, en dos aspectos: la dimensión del No conflicto armado en Colombia y la solidez de las estadísticas con que se justifican los indicadores de eficiencia y eficacia de la fuerza estatal y las demandas presupuestales para la guerra.

Pero, Igualmente estas estadísticas, independientemente de su solidez, muestran la urgencia que existe en persistir de manera obstinada, si se quiere, en detener el conflicto y encontrar el camino de la solución política negociada.

CARLOS MEDINA GALLEGO.

14 de enero de 2011

sábado, 15 de enero de 2011

Hace algunos días se resolvió el asunto del secuestro de un prominente dirigente del PAN, Partido Acción Nacional, de México, que es el del presidente actual. Hubo un pago de millones de dólares por su liberación, y la publicación de un extenso documento. Aquí reproducimos una pequeña parte del epílogo. No hay duda que ésta es una situación sintomática, que nos enseña la diferencias y similitudes con Colombia. N de la R.

Se adjudicó el secuestro el
grupo “ex misteriosos desaparecedores"

Texto de su último reporte de 3 partes que difundió el viernes.

La Jornada en línea
Publicado: 20/12/2010 09:36

A los medios de comunicación nacionales e internacionales.

Informamos que Diego Fernández de Cevallos Ramos en breve será
liberado, pero antes de ello, y apelando a su ética profesional,
solicitamos la publicación íntegra del Boletín-Epílogo (integrado por tres
partes).

Adjuntamos la primera parte del Boletín.
Atte: Los ex misteriosos desaparecedores.

EPÍLOGO DE UNA DESAPARICIÓN

Primera de tres.

Los clásicos no establecieron ningún principio que prohibiera matar, fueron los más compasivos
de todos los hombres, pero veían ante sí enemigos de la humanidad que no era posible vencer
mediante el convencimiento. Todo el afán de los clásicos estuvo dirigido a la creación de
circunstancias en las que el matar ya no sea provechoso para nadie. Lucharon contra la violencia
que abusa y contra la violencia que impide el movimiento. No vacilaron en oponer violencia a la
violencia.
Bertolt Brecht


En México vivimos inmersos en un clima de creciente violencia destructiva que las mafias del gobierno permiten y fomentan, porque sólo así pueden ocultar la sistemática represión, tratar de controlar el descontento social e impedir, por el momento, que se generalice la lucha popular.

Las formas de la violencia son cada vez más crueles y abominables; el conflicto no sólo ha
dejado decenas de miles de personas muertas, sino terror e incertidumbre entre los vivos. La
distancia entre el discurso de gobierno y las prácticas corruptas que lo caracterizan son una clara
muestra de que los más altos funcionarios y las instituciones del Estado mexicano están
coludidos con el crimen contra quien dicen estar luchando.

Esta contradicción inicial desata una cadena ininterrumpida de mentiras difundidas ampliamente
por los medios de comunicación con los que están coludidos; esta difusión forma parte de la
violencia cultural que promueve, legitima y justifica la violencia directa que el gobierno sostiene,
así como de la violencia del hambre, del desempleo, de la migración, de la delincuencia infantil y
juvenil, de la trata de blancas.

En fin, de esa violencia silenciosa que obliga a gritar ¡Ya Basta!
Vemos día a día la impunidad militar, los levantones policiales para entregar víctimas al narco y
la convivencia evidente entre presidente de la república, gobernadores, senadores, diputados,
jueces, generales y jefes policiacos con los grandes capos, incluso, es posible afirmar que la alta
burocracia y los sectores reaccionarios de la clase política, son quienes forman parte de las
mafias más criminales en nuestro país.

La "guerra" que el gobierno dice sostener en aras de la paz, no combate la raíz del problema ni a los verdaderos delincuentes, los de cuello blanco, que con base en fobaproas, rescates empresariales, privatizaciones (concesiones de carreteras, contratos secretos del petróleo, de fibra óptica y otros recursos naturales) se enriquecen y adquieren la facultad de poner y quitar gobiernos.

Sin embargo, la violencia más sofisticada, la que a diario nos golpea y quizá la que menos
reconocemos como violencia, es la que parece no venir de ninguna persona; es la violencia
estructural "invisible" presentada siempre como "estragos", "golpes" o "crisis internacionales" que parecen nunca terminar para Nosotros pueblo y que nos son presentadas como "avances".

Para conocer la parte restante del texto, consultar La Jornada.com.


lunes, 10 de enero de 2011

A PROPÓSITO DE CORONELL Y URIBE VÉLEZ

El colega investigador y periodista de Plural, ha reproducido este texto del abogado, ecologista, exmilitante del M19, Rafael Vergara Támara, publicado originalmente en La Jornada de México, semanas antes que el expresidente de Colombia, por dos oportunidades, una de ella conseguida, como está probado por medios fraudulentos, de inicio a lo que denomina eufemísticamente Talleres Democráticos en el interés de participar en el ciclo electoral de las elecciones regionales y locales. N de la R


He sido consecuente y constante al denunciar pasado y presente del ex mandatario, afirma

Uribe ,un gran oportunista, sostiene Daniel Coronell, periodista colombiano

El ex gobernante me ha acusado de sicario, mafioso, estafador y no me acuerdo qué más, dice a La Jornada

En 2005 el comunicador tuvo que exiliarse en EU; el ex presidente confunde información con el mensajero

Foto
Daniel Coronell, periodista colombiano, quien decidió denunciar penalmente al ex mandatario Álvaro Uribe
Rafael Vergara
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 10 de enero de 2011, p. 23

Daniel Coronell es uno de los periodistas más apreciados de Colombia, a quien el ex presidente Álvaro Uribe ha calificado de miserable por las denuncias que el informador ha hecho por los negocios irregulares de los hijos del ex mandatario. Y el ex gobernante no para ahí. Me acusa de sicario, mafioso, extorsionista, estafador..., ya no me acuerdo de más, indica el periodista, quien decidió denunciar penalmente a Uribe.

No es el primer enfrentamiento que Uribe mantiene contra Coronell. El periodista de 46 años y ganador en varios géneros del premio de periodismo Simón Bolívar, cuenta en entrevista con La Jornada, que cada vez que alguien le menciona su nombre al ex gobernante, éste “monta en cólera. He sido constante y consecuente en las denuncias sobre su pasado y su presente. Lo fui cuando era candidato sin ninguna opción, cuando marcaba en las encuestas el 2 por ciento, yo estaba también desde esa época diciendo quién era Uribe.

“Tuve un papel relevante en la denuncia de la compra de su primera relección; en las chuzadas (escuchas ilegales), los negocios de sus hijos, la corrupción del proceso releccionista y eso lo ha molestado y lo lleva a confundir la información con el mensajero. Quisiera que esas informaciones desaparecieran o por lo menos que quien las ha investigado terminara en la cárcel. Uribe hizo durante su gobierno tres intentos por criminalizarme. Recientemente la ha emprendido contra mí en Twitter. Trato de conservar toda la cortesía en el lenguaje, no insultarlo jamás pero también persistir en un trabajo periodístico de investigación que es muy importante”.

Álvaro Uribe ejerció la presidencia de Colombia en dos periodos 2000-2006 y 2006-2010 después de modificar la Constitución. Él y sus aliados intentaron otra modificación constitucional para una segunda relección, pero la Corte Constitucional falló en su contra y lo imposibilitó a presentarse como candidato para un tercer periodo.

Coronell, quien junto con su familia debió exiliarse tras amenazas de muerte en Estados Unidos en 2005, elogia esa decisión. Colombia le debe mucho más a la Corte Constitucional que lo que está dispuesta a aceptar. Que esos siete magistrados hayan marcado un alto a la carrera por perpetuarse del entonces presidente Uribe, le puso un nuevo ritmo a la democracia en el país.

No tardaremos en darnos cuenta de todo lo que evitaron con la decisión del no a la relección de Uribe. Si bien la elección de (Juan Manuel) Santos no cambia el fondo del gobierno Uribe, sí nos muestra variaciones importantes. Nos habíamos acostumbrado a un gobierno entrometido, que irrespetaba los fueros de la justicia, que espiaba a los altos jueces, que investigaba a sus aliados involucrados en el narcotráfico y los grupos paramilitares, que espiaba a los dirigentes de la oposición y a los periodistas. La reserva de la fuente que es un derecho que garantiza la libertad de información no le parecía. Es un obstáculo en el cumplimiento de sus planes.

Coronell, graduado en el Externado de Colombia, es profesor de periodismo en las universidades de los Andes y Javeriana, dice que Uribe es “un gran oportunista. Al comienzo de su carrera parlamentaria posaba de centro izquierda… Después de la gobernación de Antioquia lo marcó una fuerte tendencia a la derecha, le dio resultados electorales y él pensó que podía trasplantarlo a la esfera nacional. Lo logró con éxito porque ha sido consistente con su discurso de fuerza, que hace unos años no tenía posibilidad política.

“Uribe durante su gobierno logró cosas importantes en materia de seguridad –no tantas como él dice. La herencia que deja, más allá del tema de la seguridad –que es muy importante– con notables avances que reconozco, ha sido de vulneración del orden constitucional, de violación de los derechos humanos, de atropello sistemático a la justicia, a la oposición política y a la prensa”, abundó.

Al regresar de su exilio en 2007, Coronell fue premiado por la mejor columna de opinión y, en 2008, como director de Noticias UNO, con el reconocimiento de mejor seguimiento a una noticia en televisión. Fue opositor de la primera y segunda relección de Uribe por el atropello a la institucionalidad, y señala similitudes entre el ex presidente y el peruano Alberto Fujimori: Hay enormes similitudes en el uso de la inteligencia del Estado como herramienta política, también en la vulneración de los derechos humanos de los más débiles, en alianzas de personas cercanas a él con grupos irregulares para combatir otros grupos irregulares, también en la inversión permanente en el culto a la personalidad.

sábado, 8 de enero de 2011

El docente e investigador colombiano, Carlos Medina abre el año con este texto que alude en forma directa a la guerra informática global. Ha sido también el año que pasó el de la proclamación como figura mediática el fundador de Facebook, y es también el tiempo de pasarle revista a los antes sofisticados tópicos del cyborg, el trabajo inmaterial y el intelecto general, que han sido tratados por Negri, Dona Haraway, Hardt, Barbrook, quien habla del capitalismo cognitivo. Aquí está Colombia haciendo parte directa de este embrollo. N de la R.


El extraño caso del doctor Wikileaks y el señor Assange

Desde el pasado 28 de noviembre el mundo vive a la expectativa por las revelaciones de Wikileaks, sobre la manera como circula la información desde los costureros diplomáticos estadounidenses en todos los países del planeta hacia el Departamento de Estado en Washington.

Está absolutamente claro, que la labor desempeñada por las embajadas, con todo su personal de agregados, es una oficina de inteligencia que preserva los intereses y la seguridad de los Estados Unidos y probablemente de sus aliados, todos países desarrollados ávidos de relaciones, mercados y recursos. Total, para ningún entendido sería un secreto los temas y problemas que abordan, según las condiciones de cada país y sus respectivos momentos políticos y económicos.

No se habla de otra cosa sino de lo ocurrido y lo que debe pasar en relación con dichos sucesos. En esta medida gran parte de la etílica y destilada información revelada es ya conocida, a distinto nivel y con variadas lecturas en cada país, por lo tanto la sorpresa es el lenguaje “diplomático” utilizado y el absoluto desprecio con el cual se mira a las elites políticas de los países de la órbita de influencia norteamericana, a sus contendores y a sus aliados más próximos por parte de la diplomacia estadounidense. Para ellos el mundo está lleno de amenazas de dictadores de todo tipo, gobernantes autoritarios, populistas, terroristas, enfermos mentales, fundamentalistas, idiotas útiles e inútiles, una que otra puta, algún premio nobel de la paz negro…y una extensa fauna política susceptible de todo tipo de calificativos y denominaciones.

250 mil papeles filtrados de esa pesquisa no son del pequeño computador del Mono del Norte, capturado a la Secretaría de Estado sin ninguna cadena de custodia y puesto al servicio de los más importantes medios de comunicación del Mundo: El País de España, el New York Times, el parisino Le Monde, el británico The Guardian y la revista alemana Der Spiegel, - ningún medio alternativo que pudiera incurrir en otro tipo de selección y análisis de los documentos-, para hacerse públicos lentamente y mantener la atención mundial sobre la selectiva publicación hecha por dichos medios y acordada, seguramente, con el Dr. Wikileaks y el Sr Assange con 250mil sal-idas agotándose lánguidamente.

Lo publicado hasta ahora, no representa el inicio de la Cuarta Guerra Mundial, ni una guerra de guerrillas informática, ni una guerra de la Pulga de la comunicación, ninguna bomba política terrorista que vaya a hacer volar en pedazos el mundo global neoliberal; lo importante es corroborar en papel sellado del Departamento de Estado, lo que seguramente cada gobierno sabe que piensan los Estados Unidos y su diplomacia sobre su gestión política, la situación de sus países y alimentar un poco el morbo antiimperialista de algunos sectores de la arena política mundial. Tampoco es la ratificación del ejercicio de la libertad de Prensa en la era de la globalización, las comunicaciones e informática en el cuerpo de esa gran prensa mundial autoregulada. Nada de eso.

Sin duda, en esencia Sr Wikileaks es el evento mediático más importante de comienzo de siglo, con todos los componentes de una gran serie novelada y seguramente de una próxima película, con persecución, captura incorporada, amenaza de extradición, ruptura de preservativo en caliente y eyaculación sin consentimiento en cuarentona…, guerra de hackers y magia para ocultar información, dejar por fuera del espectáculo a países como Israel, haciendo desaparecer los documentos secretos provenientes de las embajadas de Estados Unidos en Tel Aviv y Beirut, relativos a los ataques del régimen de Israel contra la población civil del Líbano y Palestina en Gaza, en 2006 y 2008. Una lectura estereoscópica de dichas publicaciones pone en evidencia su tendencia a dejar mal parados gobiernos como los de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, México… y a publicitar conflictos como los de Corea e Irán…entre otros.

Es inevitable pensar que un botín periodístico de tal magnitud representa a su poseedor un gran poder político, para generar acciones capaces de producir transformaciones significativas en el ámbito de las relaciones mundiales, si ese fuese su propósito y la documentación tuviese la contundencia que se requiere, ó una pequeña y mezquina guaca informativa que se convierte en moneda, tan hábil como sea el manejo que haga su tenedor, negociando con medios de comunicación, cuerpos diplomáticos, gobiernos y empresarios información privilegiada. A cuarenta días de estarse publicando mensajes filtrados, además de informales quejas diplomáticas de algunos gobiernos a través de los medios, no ha pasado nada.

Bueno, digamos que sí, el General Naranjo tendrá más cuidado al poner sus servicios de inteligencia en evidencia ante la embajada de los Estados Unidos y habrá perdido dos “viejos” amigos, que ahora lo tildan de traidor… y el Presidente Santos dejara de llevar chismes de los computadores capturados al Mono Jojoy a eventos públicos donde participa.

CARLOS MEDINA GALLEGO

Enero 5 de 2011

jueves, 6 de enero de 2011

Luis Mejía nos invita a recibir a los reyes "magos" con un texto publicado en Slate, de la autoría de Annie Lowrey, donde los economistas se enfrentan con el tema de la neutralidad y el conflicto de intereses. A batir incienso, querid@s lectores. N de la R.


If they read their own research, economists might disclose conflicts of interest more often.

By Annie Lowrey
Posted Wednesday, Jan. 5, 2011, at 5:22 PM ET

When the American Economic Association kicks off its annual meeting tomorrow in Denver, the normally staid convention will be tinged with controversy: On the agenda is whether economists should adopt a code of ethical standards. The proposal comes after the housing crisis, the credit crunch, the financial crisis, the recession, the collapse of several European economies, and the overhaul of U.S. banking regulation dealt their respective blows to the prestige of the profession. More to the point, it comes after a long series of notable economists offered opinions or wrote papers pertaining to those events without disclosing major conflicts of interest.

Charles Ferguson, in his documentary Inside Job, tells the tale. Former Federal Reserve Board member Frederic Mishkin, for instance, took $124,000 from the Icelandic Chamber of Commerce "to write a paper praising its regulatory and banking systems, two years before the Icelandic banks' Ponzi scheme collapsed." Others have taken aim at White House economist Larry Summers (who earned millions with hedge fund D.E. Shaw) and his probable replacement Gene Sperling (who earned nearly $1 million from Goldman Sachs in 2008). The longer the résumé, the more prominent the economist, the more likely the opportunity for conflicts.

Now, economists are lining up on either side of the debate. Some argue that the AEA—not a licensing organization—does not have the stature to dictate ethical codes.* Conversely, 300 economists yesterday issued a public letter arguing that economics should have done so a long time ago. "As the economics profession serves a prominent role in economic policy, the public's confidence in the integrity of the profession will, in part, depend on how the issue of potential conflicts of interest is addressed," the letter says.

So economists have plenty to say about ethics. But what does economics have to say about economists and ethics? As it turns out, there is plenty of academic literature on the subject. And according to the research, economists better get ready to add a few lines to their résumés.

There is research, for example, demonstrating economists' occasional lack of what we might call consideration for their fellow man. (Put less gently: The literature describes a profession of amoral Scrooges.) In one paper, for instance, researchers set up simple zero-sum games between students of various disciplines, including economics: One player decides how to divvy up a $10 pool of cash; the other accepts or rejects his portion. When economists did the divvying, they proposed keeping $6.15, on average. Noneconomists proposed keeping $5.44. The verdict? Economists tend to be "self-interested." Another study found that economics professors give less than half what other professors give to charity, even though they make more. Another confirms the bias outside the classroom, describing how economics students are more likely to "free-ride in experiments that called for private contributions to public goods" than other students. In English: They put their own profit first, even when the game calls for the maximization of public value.

So some economists are weasels. Big deal. So are a lot of journalists. Shouldn't they be judged on the quality of their work? Yet there, too, the research shows some cause for concern. The Political Economy Research Institute at the University of Massachusetts looked at economists advising on the Dodd-Frank bill, which overhauled the federal government's financial regulation framework.

The researchers studied the prominent economists behind the Squam Lake Report, a comprehensive series of suggestions for regulatory reform. They found that the economists fully reported their affiliations in their academic work just 2.3 percent of the time. They gave the full extent of their affiliations in media appearances just 28 percent of the time. The best-performing economist disclosed fully only 71 percent of the time.

Reuters performed a similar review last month, this time looking at economists' disclosures when testifying before the Senate banking committee and House financial services committee. The news organization examined 96 testimonies by 82 academics. In about one-third of testimonies—which are given under oath—the economists failed to disclose when they were being paid for consulting for companies that would be regulated under Dodd-Frank.

Such failures to disclose surely seem problematic. But do they really have a real-world impact that might hurt shareholders or public citizens? There, the economics literature seems to imply yes, if indirectly and not definitively: Conflicts of interest regularly distort a variety of outcomes in a variety of disciplines, from medicine to law to sports to finance. (I could not find any studies about economists specifically.)

Consider the conflicts of interest that confront, say, banking analysts, who comment on the financial health and prospects of public companies in research reports. A large body of research shows the influence of bias in earnings forecasts. Translation: If an analyst works in the research division of a big bank, and the big bank's investment arm has a relationship with a company under the analyst's purview, the analyst tends to put a "buy" recommendation on it more often.

But can disclosure laws actually change outcomes? The answer, again, is yes, at least in a number of other realms. One study, for instance, looked at a change to the Securities and Exchange Commission's rules, requiring every public company to publish its managers' discussions of whether current earnings would mean future earnings. The result? More accurate share prices.

More to the point at hand, the theory holds when the public pressures (or the law requires) politicians to disclose their financial conflicts of interest. A study by, among others, Harvard's Andrei Shleifer—once embroiled in a big ethics scandal of his own—collected data on political rules for conflict-of-interest disclosure in 175 countries. "Although two thirds of the countries have some disclosure laws, less than a third make disclosures available to the public. Disclosure is more extensive in richer and more democratic countries. Disclosure is correlated with lower perceived corruption when it is public, when it identifies sources of income and conflicts of interest, and when a country is a democracy."

And it is that public trust that economists are really seeking to restore. Frederic Mishkin, for one, the economist filleted in Inside Job for his work on Iceland, has thrown his support behind the new ethics codes. He told the New York Times this week, "I strongly support having the A.E.A. clarify standards for disclosure, because increased transparency would benefit the public and the economics profession."

Correction, Jan. 6, 2011: The article originally cited the American Medical Association as a licensing organization. Return to the corrected sentence.

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Annie Lowrey reports on economics and business for Slate. Previously, she worked as a staff writer for the Washington Independent and on the editorial staffs of Foreign Policy and The New Yorker. Her e-mail is annie.lowrey@slate.com.

Article URL: http://www.slate.com/id/2279937/