martes, 26 de mayo de 2020


“Matarife”: el expediente contra Álvaro Uribe Vélez

Juan Carlos García Lozano
Profesor de la Universidad Libre

Cuatro millones de personas hemos visto la serie “Matarife: un genocida innombrable”, la cual en menos de 24 horas, después de su  lanzamiento por las redes sociales, ha generado una opinión mediática y política muy interesante. Si yo fuera a catalogar la pieza audiovisual de seis minutos que he visto en términos de su difusión mediática, no hay duda de que es un éxito nacional e internacional, siendo como fue de acceso libre y llegando a ser tendencia mundial en twitter.

La producción está muy bien lograda y aunque no es un thriller, el formato va para allá con un lenguaje directo hacia el espectador.  Esto es así porque la trama que acompaña el discurso y la imagen es la reconstrucción tenebrosa de la guerra en Colombia frente a aquellos que dicen, aún hoy, que esta no existió.  La serie por eso tiene un cometido político radical, como la tiene toda memoria bélica que se ha querido borrar u olvidar en Colombia: encontrar a  los responsables del derramamiento de sangre. Estamos pues frente a una verdad doble: la histórica y la mediática.

El formato es periodístico e investigativo, con unas fuentes documentales probadas en la lucha contra el paramilitarismo, que van armando una suerte de documental no biográfico sino histórico. Este formato juega con un leitmotiv tipo crónica roja: el expediente. En este expediente está el elemento conector de toda la trama audiovisual que vemos, pues toda guerra tiene a sus guerreros: en este caso Álvaro Uribe Vélez y su círculo de relacionados y conocidos. Es decir, un expediente inicial nos va lanzando en red a otros posibles expedientes.

Estos primeros seis minutos de la serie son la prueba del pudin. Hemos probado y, muy seguramente, degustado el producto que se nos ofrece en versión libre. Advertimos los grandes planos sobre el norte de Bogotá: desde su amplio cielo se abren las calles adyacentes de la historia oficial no contada. Y,  especialmente, de un lugar icónico, a los que la inmensa mayoría de quienes vemos la serie -gente trabajadora y endeudada- no tenemos acceso en calidad de socios: el  prestigioso y exclusivo club El Nogal, de una nueva clase social rural en ascenso, como se afirma en la serie.

Entonces, a partir de un lugar privilegiado, tipo bunker, se desgrana la historia de la violencia en Colombia; una violencia organizada por las oligarquías y los grupos dominantes. A la carpeta del expediente le son arrimados un cúmulo de sucesos documentados, con fotos, con videos, con versiones y acciones específicas de los protagonistas, los señores y señoras de la guerra.

La reconstrucción del expediente señala que el relato audiovisual que vemos irrumpe, cual hito, en un club privado. La vida urbana determinará la historia de la violencia, así como lo exclusivo del lugar hace que se descubra que la guerra tiene responsables directos, que no solo hay víctimas, sino también victimarios.

Entonces es cuando los protagonistas de la trama empiezan a desfilar por la pantalla. Se afirma que Salvatore Mancuso, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia, no sólo era un feroz comandante rural del norte colombiano, sino que también en sus ratos libres tenía tiempo para departir y expandir sus relaciones públicas en el distinguido club capitalino. Y, por esta vía, sobreviene el vínculo político con Álvaro Uribe Vélez, quien, en ese entonces, era el presidente de Colombia y sigue siendo el hombre más poderoso del país.

Aunque nosotros sabemos por qué se llama “Matarife” a Álvaro Uribe Vélez, hay millones de personas que no lo saben. Así que la serie se dirige en este formato popular a un tipo particular de usuario de las redes sociales: al hombre trabajador y a la mujer trabajadora, a los grupos subalternos alejados del poder y del dinero. Todos aquellos que nunca han entrado -ni entrarán- a un club exclusivo como El Nogal, son los llamados a ver la serie.

Entender que en los clubes privados también se han generado decisiones sobre la guerra en Colombia es un punto alto en la discusión con respecto a la serie y a la historia desconocida del país.

Como lo reconocimos párrafos atrás, la serie tiene un interés político, como toda memoria histórica de la violencia cuando devela los intereses materiales de los señores de la guerra. Pero también tiene un interés investigativo, cual si fuera este un proceso penal en curso, el que las víctimas esperaban: el que nunca se ha hecho y, que por lo mismo debiera adelantarrse.

La figura del expediente como leit motiv y la trama política de thriller son lo mejor logrado del formato audiovisual. Con estas características se hace contrapeso mediático e informativo al sentido común del uribismo, propagado  durante dos décadas por los grandes medios de comunicación del régimen presidencial.
Y esto ha sido así. Entendamos que el uribismo encarna un sentido común, el de la guerra victoriosa, adocenada y defendida mediáticamente por las grandes empresas de comunicación en Colombia.

Para cuestionar y deconstruir ese fuerte sentido común guerrerista, amasado al tiempo que amasaban sus fortunas los señores y las señoras de la guerra, se requiere enjuiciar hasta señalar a los responsables y beneficiadores de las masacres, del desplazamiento forzado y los demás delitos de lesa humanidad hoy impunes, cuya multiplicación increíble sobreviene con los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y, especialmente, con su política pública de guerra, la hoy proscrita seguridad democrática.

Deconstruir una guerra victoriosa cuestionando la moral, el imaginario y el sentido común del vencedor, Álvaro Uribe Vélez, y la dominación del partido uribista que condujo la guerra. Tal es la táctica ideológica y política de “Matarife”. Los seis minutos de la serie lo han mostrado a cabalidad, sin concesiones.

La serie igual reconstruye la historia no contada de Álvaro Uribe Vélez como el señor de la guerra, en tanto es el líder político indiscutido de un bloque dominante agroindustrial. Al tiempo que se suceden los hechos, viene el proceso de deconstruir su herencia ideológica en el sentido común de los colombianos, de aquellos que son los que nutren las clases medias y las clases bajas, golpeadas por la misma guerra, cuando no son ellas mismas los 9 millones de víctimas que ha dejado este desangre nacional.

Recordemos que la figura presidencial, según Constitución de 1991, le dio un privilegio a la investidura del gobernante: es una figura irresponsable con respecto a la guerra. Como si la guerra misma que hemos padecido no fuera una decisión presidencial. Pero sabemos que no fue así, sabemos que el presidente tiene la decisión de conducirnos a la guerra o conducirnos a la paz.

Así que sí, también estamos viendo en la serie un juicio político a la figura impune de Álvaro Uribe Vélez como gobernante. Entender este punto, el más estratégico para la memoria histórica de los subalternos, no nos tomará los 50 capítulos de la serie: ya lo estamos empezando a ver con las reacciones que ha generado en los voceros ideológicos del presidencialismo; y en los comentarios favorables y críticos que ha dejado la serie en los cuatro millones de usuarios de las redes sociales.

Estamos asistiendo a un pulso mediático decisivo por la defensa de la memoria histórica de los subalternos en Colombia: frente al poder monopólico de los grandes medios privados de desinformación y manipulación, la inteligencia gratuita del acceso a las redes sociales para ver desde allí la serie “Matarife”.

 Frente a la dominación política de los señores y las señoras de la guerra, la posibilidad de deconstruir esos relatos de verdad ventilados por aquellos políticos que dirigieron el negocio de la violencia, los cuales hoy siguen gobernando y enriqueciéndose en total impunidad.

Bienvenida la serie “Matarife”. Es hora de que desde los subalternos que no hemos gobernado este país, tomemos partido por Colombia, cuestionando esa historia manipulable e irresponsable que niega la misma guerra. Esa violencia tan cara y  tan cruel  que nos han vendido, y nos siguen vendiendo los políticos de turno,  ágiles en la mentira y la manipulación, así como los mass media, grandes empresas informáticas del olvido y de la acumulación de dinero.



martes, 19 de mayo de 2020


Intelectuales mujeres y pandemia
Giovanni Mora Lemus

                                                      Antonio Gramsci diferenciaba entre los Intelectuales orgánicos y los intelectuales tradicionales. Estos últimos representaban a sectores sociales como la aristocracia terrateniente y al clero católico en el vecchio regime; por el contrario, los orgánicos surgieron a partir de los cambios económicos, sociales y políticos que trajeron los vientos modernos de la revolución Industrial, y del fordismo que Gramsci conoció bajo la denominación de americanismo.   

Desde su propia concepción heterodoxa del marxismo, el autor italiano afirmaba que las clases sociales “crean” una o varias capas de intelectuales. Son estos hombres y mujeres los que proveen de cierta homogeneidad y dirección política a la clase a que pertenecen y defienden, de allí la utilización del adjetivo “orgánico”. 

En estos tiempos de pandemia y confinamiento obligatorio, no acatado por muchos sectores empobrecidos urbanos, algunas mujeres intelectuales orgánicas se cuestionan cosas vitales. Judith Butler, por ejemplo, nos interroga diciendo: ¿por qué seguimos oponiéndonos a tratar la vida de los seres humanos como si no tuviera el mismo valor?[1] Aunque el interrogante es para la ciudadanía estadounidense y sus gobernantes, bien puede formularse para la multitud global y local, utilizando aquí el concepto de Hardt y Negri.

Pero en su artículo ella va más allá porque lanza una pregunta al corazón de la nación norteamericana: ¿por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump asegure una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses (como él los define) antes que a todos los demás? Hoy, la supremacía blanca, el racismo y el patriarcalismo siguen alimentando la cultura del grupo dominante: white-anglo-saxon-protestant-male.

La propuesta socialista de un sistema de salud público y universal para los EEUU se presenta como un esperpento para la derecha norteamericana y los vastos sectores sociales que aún representa. Aunque suene paradójico, lo que debería ser considerado un derecho humano fundamental se ha convertido en un macabro negocio en el país de las libertades. Aunque la medicina social latinoamericana iría más allá, y le preguntaría al típico ciudadano blanco, anglo-sajón- protestante y macho norteamericacno: ¿no es hora de revisar el american lifestyle?  
Por su parte, la socióloga uruguaya y profesora Anabel Riero[2] hace otra pregunta que es central en estos momentos de covid-19, la siguiente: ¿quién paga los platos rotos? En el caso uruguayo los “sin techo” y “los informales” son los sectores más golpeados en esta coyuntura.
Un segundo grupo social son los trabajadores formales que se defienden con el tele-trabajo, trasladándonos a Colombia. Pienso en los profesores universitarios, los independientes, en España les llaman los autónomos. Hombres y mujeres que, aunque no están en la informalidad, sus condiciones de vida empiezan a precarizarse, no solo por efectos del virus, sino por cuenta de otro veneno, el neoliberalismo.
Pero, el grupo social más afectado será, a juicio de la socióloga, las mujeres, sus cuerpos y subjetividades. La violencia intrafamiliar empieza a sentirse, aún más, en el país de Pepe Mujica, en estos días de confinamiento y aislamiento social. A su lado, los adultos mayores soportarán la peor carga, o mejor, siguiendo con la metáfora, recogerán las trizas de los platos rotos…

Anabel Riero encuentra otra pista para entender esta coyuntura, la da otra mujer conocedora de la economía política global, Naomi Klein[3], reconocida por su doctrina de shock. La estrategia ya ha sido ensayada en otras ocasiones, por ejemplo, con el huracán Katrina. Entonces sectores empresariales hicieron grandes fortunas con esa crisis. Las catástrofes son otro nicho de acumulación, seguramente así será en esta coyuntura también.

¿Por qué no? A no ser que la vocería activa de los subalternos, virtual y real, asalte la escena, y proponga sus alternativas, aquí, allá y acullá.   

Nota Bene: Por estos días conmemoramos en Colombia el día de la enfermera, una profesión feminizada, un reconocimiento a todas ellas, partiendo de recordar una mujer excepcional, Florence Nighttingale.   



[1] Véase el artículo titulado “El capitalismo tiene sus límites” publicado en el libro Sopa de Wuhan. 
[2] Véase el artículo titulado: Coronavirus: ¿crisis o recrudecimiento del capitalismo global? https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2020/03/19/Coronavirus-%C2%BFcrisis-o-recrudecimiento-del-capitalismo-global
[3] Klein, Naomi (18 de marzo, 2020) “El coronavirus y la doctrina del shock” Rebelión. En: https://rebelionrg/el-coronavirus-y-la-doctrina-del-shock/