sábado, 7 de abril de 2007

PONENCIA PARA EL PRIMER FORO CONVERSATORIO

AUTONOMÍA Y CIUDAD REGIÓN

Autonomía, Comunicación y Autogobierno

En torno a la Hermeneútica de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación de Daniel H. Cabrera.*

Un interludio disidente

El imaginario radical es para Cornelius Castoriadis la capacidad de producir representaciones y fantasmas que no derivan de la percepción; es una facultad espontánea de representación que no está sujeta a un fin predeterminado. Es la fuente de lo social histórico entendido como surgimiento de nuevas significaciones imaginarias sociales.[1]

Esta definición se relaciona con la dinámica fundamental de la institucionalización de la sociedad que se da entre lo instituyente entendido como el imaginario radical arriba definido y lo instituido, es decir, la instituciones ya creadas y cristalizadas en lo histórico-social. En otras palabras, existe siempre lo social-instituido bajo el supuesto presente de lo social instituyente. Como le recuerda el propio Castoriadis: “es la union y la tensión de lo sociedad instituyente y de la sociedad instituida, de la historia hecha y de la historia que se hace”.[2]

El debate de la autonomía y la burocracia

La sociedad autónoma según Castoriadis, en términos individuales y colectivos, levantada sobre los anteriores pilares, podría asumirse como sinónima de la sociedad socialista, según el dicho de algunos comentaristas; pero más allá de tal equiparación el hecho es que ésta no se instituye de una vez, sino de manera ininterrumpida, continua. Nuestro autor lo precisa así: “La validez de la ley se mantendrá permanentemente abierta; no que cada cual pueda hacer lo que quiera, sino que la colectividad pueda transformar siempre las reglas que proceden de ella misma…no está obligatoriamente encadenada a una posición, puede volver y mirar lo que hasta entonces estaba a su espalda”.[3]

Este debate acerca de la autonomía mucho tuvo que ver con la experiencia militante de Castoriadis, y de modo particular, en el espacio de la revista Socialismo o Barbarie, inspirada por el grito de combate de Henri Barbusse durante el desastre proletario de la primera gran guerra europea de la modernidad. En la trayectoria de esta revista se enfrentaron dos tendencias, la que él representó como mayoritaria, y la que encarnó Claude Lefort, minoritaria, y primer disidente al interior de tal entorno. Uno y otro terminaron criticando el marxismo oficial, y Castoriadis el marxismo tout court por su carga determinista.

Si damos crédito a lo escrito por Esteban Molina,[4]el disidente Lefort se opuso a la tendencia partidista, que pretendía la refundación del partido de los trabajadores, que no superaba para nada la matriz leninista. Para él, el problema del partido no era un simple asunto de diseño, sino esencial: “la clase no puede alienarse en ninguna forma de representación estable y estructurada sin que esa representación se vuelva autónoma”.[5]

El partido no era ni podía ser un atributo permanente del proletariado, sino, claro está, por la propia experiencia histórica y el fracaso de la Unión Soviética, como ya se percibía en la primavera del 51, en París. El partido era, en resumen, un instrumento de su lucha de clase en una época determinada de su historia.[6]

La democracia de los trabajadores según Claude Lefort

La misma discusión con Castoriadis y la mayoría, que insistía en la creación de un partido revolucionario, se retomó en 1958, cuando Lefort redactó el texto Organización y Partido. Entonces, él manifestaba que el proletariado, sin duda, necesita una organización, pero ésta no tiene predeterminada la forma partido. Castoriadis insistía en el partido de nuevo tipo. Para Lefort, esta variante no era kantianamente dicho, consecuente con el principio de la autonomía organizativa del proletariado y la posición antiburocrática que inspiró el nacimiento de la Revista que unía de modo crítico a la parte más radical de la izquierda intelectual parisina.

Así vista, la conclusión era antileninista en materia de partidocracia, y aún ésta tiene eco en nuestros días de la fundación del PDA. La política así concebida no podía ni puede ser, más que una actividad recluida en la esfera del Estado. La política, tenía validez, en cambio, si era una actividad incorporada a la experiencia colectiva.

En términos de pedagogía política, la pretensión de los intelectuales revolucionarios en materia de liderazgo autoproclamado sufría una quiebra fundamental. Así las cosas, la política deja de ser enseñada y se convierte en una actividad en que, a lo sumo, se explicita: “lo que está inscrito en estado de tendencia en la vida y en la conducta de los obreros”. El militante es uno de nuevo tipo, ya que deviene un agente y no un dirigente de los trabajadores, en la medida que se convierte en un activo propagandista de la idea de que los trabajadores se autoorganicen y tomen las riendas del proceso más allá de las veleidades estatales y partidistas estrechas.

Dicho de otra manera, el partido deja de existir como aduana ilustrada, como manía moderna de la tecnología empotrada en el cuerpo de un nuevo sujeto colectivo. Se trata, ni mas ni menos, de un ajuste anticipado con una deformidad tecnológica, instrumental de la modernidad, que tanto gustó a Max Weber, quien no pocas veces se solazaba citando a Trostki para definir al estado moderno, y por esa vía al partido, y la democracia plebiscitaria.

Aquí se trata de otra vía, los nuevos conocimientos y los nuevos modos de organización no tienen que pasar por el saber de un partido. Lefort era mordaz en desentrañar el intento fallido de Socialismo o Barbarie. El señalaba que allí anidaba una utopía, y concluía, que es simplemente una ficción “imaginar que una minoría organizada puede apropiarse un conocimiento de la sociedad y de la historia que le permita forjar anticipadamente una representación científica del socialismo”. La realidad, para no decir lo real, tomando en cuenta los aportes de Lacan y freíd, excede con mucho las pretensiones de liderazgo de un grupo determinado. La cultura en su amplia acepción como singularización y definición última de la condición humana, “se efectúa siempre por una diversidad irreductible de vías”.

Para la muestra, dos botones, la ciencia y las artes que son formas abiertas de conocimiento, y la política no puede ser inferior a lo que indican estas formas desacralizadotas del conocimiento laico.

Una disidencia histórica: el autogobierno de sí y para sí.

Conviene decir, que Castoriadis no pasó en blanco con esta crítica demoledora. Primero, escribió en 1959 un ensayo esclarecedor de su nuevo estado teórico y práctico: Nota sobre la teoría y la filosofía marxista de la historia (1959). En ella se presentan las bases para su posterior ruptura con el marxismo realmente existente, la cual ocurre en 1964-65, cuando se suspende la publicación de la revista Socialismo o Barbarie, y se produce la disolución del grupo que la animaba.

Castoriadis sucumbe a lo que la realidad de entonces empieza a insinuarle en materia revolucionaria. Más aún, para éste la contestación de la sociedad no se proponía conquistar al Estado, instituir un nuevo poder, sino reformarlo; no se proponía ya encarnar la norma social, sino reivindicar las libertades en su sentido más pleno. Y de ahí que él regrese a los griegos de la antigüedad para dar una lectura renovada de la democracia como autonomía. Sin embargo, tal autonomía no renuncia aún a la forma máxima de la representación, la forma estado, que será el karma secreto que acompaña sus lúcidad reflexiones sobre la autonomía individual, en su devenir por los meandros del psicoanálisis. A nosotros nos toca transitar este laberinto.

De ahí que en esa dirección, en la kantiana fórmula de ser consecuentes, no sólo reclamamos la urgencia de pensar por sí mismos, sino la de ser disidentes en toda la línea, poniéndonos en el lugar del otro, esto es, el PDA, y siendo consecuentes. Bienvenido el tiempo de la investigación y la acción formativa abierta y militante.



[1] Ver Cabrera, Daniel H, Técnica y Progreso, en C. Castoriadis. La Pluralidad de los imaginarios sociales de la modernidad. Anthropos 198. Barcelona, p. 107

[2] Castoriadis, Cornelius, 1993, 1:185.

[3] Castoriadis, Cornelius, La société bureaucratique, 52.

[4] Molina, Esteban , LA experiencia de Socialismo o Barbarie, en Anthropos, 198, 48-53.

[5] Lefort, Claude, Elements d´ une critique a la bureaucratie, , 66.

[6] Molina, Esteban, op. cit., 51.