miércoles, 27 de julio de 2011

Jairo Sandoval, quien es un joven analista comparte esta reflexión, que aquí reproducimos sobre el tópico de la guerra y la violencia en relación con la actual coyuntura colombiana. N de la R.

VIOLENCIA Y SEGURIDAD

“En la violencia hemos olvidado quienes somos. Con la paz caeremos en cuenta. Y por el bien colectivo reconfiguraremos la heredad”.

Jairo Sandoval Franky, Washington, DC

¿Cuál es el porqué de la guerra clandestina y a la vez abierta de Uribe contra Santos?

No satisfecho el ex mandatario con destruir cual gobernante varias instituciones nacionales, inspirar la magia negra que prestidigitó a las Auc en bandas criminales, golpear hasta extenuarlo a nuestro sistema judicial, convertir una serie de agencias de gobierno en tronos de corrupción y transfigurar a los politicos colombianos en baladrones y a los baladrones en politicos (delitos todos que en países remozados lo hubieran consignado ipso facto en la guandoca), no satisfecho, digo, con estos laureles multiuso y otros semejantes, ha resuelto regresar a la presidencia en 2014 (de donde lo desalojó Obama anexo a nuestras Cortes). Ocho años de gobierno totalitario y anárquico no le fueron suficientes para concluir la prestigiosa tarea.

El complot que se enclueca en los peores arrabales de urilandia, encaminado a suscitar la obsolescencia de JM Santos y en tres años a armar su expulsión: a) es implacable, escalonado y fijo, b) sumergirá al país en un desbarajuste fabricado y oneroso, por lo cual, c) Santos debe confinar el complot y luego fenecerlo con un golpe animoso de autoridad. Déjesele empollar y la devoción trascendental del monoteísmo uribista repatriará a su deidad al estrado presidencial el próximo cuatrienio.

Además, no sumando el Presidente numerosas alternativas, le fuera útil imprimir en su mente y voluntad la nocion de que ‘guerra es guerra’ y que los intereses supremos del país, mismos que dependen de su lucidez, sutileza y denuedo, demandan la omnisciencia de los grandes estrategas de antaño: No esperar a que su antagonista lo arrincone, mas estar listo a arremeterlo cuando y a chocarlo donde menos lo espere.

Por su parte las legiones tumultuarias del uribismo subversivo y volcánico heroicamente tratarán de colocar a su titán por encima de los principios, y de poner el grueso de su esfuerzo en difundir como dogma la engañifa de que el gobierno Santos aflojó la ‘seguridad democrática’, la que siempre ha sido el heraldo triunfalista del ex mandatario.

Ante una ecuación pública así de volátil, pareciera ser lógica absurda plantear la deduccion que ofrezco a continuacion, no tanto cual sacrilegio o paradoja, sino como certeza, a saber: El uribismo que reclama advertir el incremento de la violencia nacional tiene la razón. Lo repito así:

La percepción y realidad de la violencia politica y la inseguridad social se han incrementado desde las postrimerías de 2010 y, peor, continuaran aumentando logarítmicamente.

Ahora bien, lo que no tiene el uribismo es capacidad de razonamiento: la facultad de analizar objetiva y sondear candorosamente, uno, la causalidad y calibre de la violencia y, dos, las modalidades y extensión de la inseguridad social rampante. La elucidación de tales anomalías públicas queda para el escrutinio pedagógico de colombianos más equilibrados e intelectos menos contumaces.

Concretar, por ejemplo, que no es una incoherencia sociológica el incremento escalonado de la presente inseguridad social (aun descontando las exageraciones y calumnias de la derecha propagandista). Pues que solo se precisa de procesos deductivos e inductivos para llegar a las siguientes simples conclusiones:

* Que cuando un país enfermo de vieja data descubre de golpe la podredumbre gubernamental y la putrefacción institucional politicas (en connivencia con la empresarial) acumuladas durante dos cuatrienios purulentos, y deduce la inverosímil brega que urge para salir de la calamidad, y calcula los escasos recursos que factura la nacion para efectuar el restablecimiento, dicho país cae en la desesperanza y la impotencia.

* Que cuando una serie de catástrofes ecológicas asombrosas se traducen en rupturas infraestructurales e iconográficas, desplazamiento y hambre, enfermedad y desolación, el ánimo ciudadano más entero y viril se desmorona.

* Que cuando una insurgencia de casi medio siglo aparenta tener la justificación (así sea inexcusable) para seguir sosteniendo su brutal pantomima revolucionaria, entonces el país se ovilla en confusion. Y si también indica saber que enfrentó por ocho años sin ser exterminada la furia de una Fuerza Militar dotada por E.U., y desafió la ‘bandidofobia’ psíquica de un presidente, entonces el Estado y el ciudadano que contra tal insurgencia enfilaron su carga sin completar la tarea sufren humillación nada inconspicua.

* Que cuando al tender la vista a lo macrohistórico comprobamos los colombianos que una mitad ciudadana ha mantenido a la otra mitad en permanente degradacion, la depresion colectiva de muchos se une al sentido de culpabilidad de otros ¿pocos?

* Que precluir la prueba demostrativa de que las bacrim son engendros fiduciarios y apolíticos del paramilitarismo es una falla analítica chanflona. Y que desconocer que tuvieron como fuente alimenticia y centro de gravedad al narcotráfico, es una falla vulgar de metodología.

* Y, finalmente, que no se debe desconocer la gran pericada de violencia y sangre que, con el urihuevo de la inversion rapaz (nacional y foránea), se continuará recalentando en el sector minero, hoy en desenfreno y cruel subasta.

Son pues las anteriores causas lo que lleva hoy a los delincuentes a reencontrar en la violencia el desahogo a su patología. Y lo que infla las cifras que la cuantifican. Sabiéndose además que a nuestro régimen politico lo redujo a escombros el haber caído poco a poco, y por décadas, en manos ilegítimas y feroces, lo cual esta lejos de estar totalmente subsanado. Del cual infortunio el presidente Santos y su gobierno no son los responsables, ni el ciudadano corriente, por más que lo arrulle la narcolepsia o lo azote la delusión.

Pero, finalizando, Santos es y continuará siendo responsable por las soluciones que le incumbe implementar. Mejor dicho, la heredada y creciente violencia nacional siendo copiosa, drásticas deben ser las infusiones de sentido común que beba y la satisfaccion ciudadana que dispense el Presidente en cuestion de tranquilidad y euforia ciudadanas.

En última reiteración: como el tendón neurálgico de Santos será el manipulado espectro de la fementida y embustera ‘seguridad democrática’, debiera tornarla obsoleta y remplazarla con un Guión de Paz subido de punto y muy suyo; confidencial, además, inadvertido y sigiloso. Por cuya ladera opuesta vaya trepando inflexible el colombiano responsable mientras ronronea optimista un epigrama:

“En la violencia hemos olvidado quienes somos. Con la paz caeremos en cuenta. Y por el bien colectivo reconfiguraremos la heredad”.


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