domingo, 24 de julio de 2011

El investigador colombiano Parra discurre sobre la situación actual de Europa, y de los indignados, en España, con sus secuelas. Es un enfoque que desde el liberalismo hace un balance de estos dilemas. No había aún sucedido la tragedia de Noruega, la más liberal de las sociedade contemporáneas. El texto lo hizo circular el colega Oscar Delgado. N de la R.


Retomando el tema de la crisis global en Europa

EUROPA, EL REINO DE LA INCERTIDUMBRE

Néstor Hernando Parra


Hace un año publiqué un corto análisis sobre la situación de Europa ante la crisis, titulado El Estado, súbdito del Mercado. Comenzaba diciendo: Según algunos analistas, lo que está en juego es la misma Unión Europea (UE).

Para otros, menos catastrofistas, el Euro, así lo niegue el Presidente del Banco Central Europeo (BCE) y lo matice diciendo que en Europa se vive “la situación más difícil desde la I Guerra Mundial”; y para los ciudadanos de a pié, el modelo de bienestar social: el empleo, los subsidios por desempleo, las condiciones generosas de la seguridad social, la edad de jubilación, las revisiones periódicas de las pensiones y subvenciones varias como las de maternidad y dependencia por discapacidad.

Y terminaba afirmando: Cuando comenzó la crisis abundaron los augurios de un cambio de modelo económico, inclusive hubo quienes vaticinaron el fin del capitalismo. Lo que se está viendo es el imperio y consolidación del capitalismo especulativo, peldaño superior del capitalismo financiero, por lo que el Estado ha pasado a ser súbdito del Mercado.

Lo acontecido en los últimos doce meses y la perspectiva de la evolución de la crisis, a corto plazo, es un tanto dramática y aunque prevalece la incertidumbre, algunas voces autorizadas ven cercanos ciertos nuevos escenarios en los que se verían cumplidas algunas de las previsiones arriba anotadas.

Soy consciente de que un análisis a fondo supone tener en consideración varios ejes temáticos, particularmente en el caso de Europa donde las carencias de institucionalidad fiscal de la Unión Europea hacen recaer la responsabilidad de la ejecución de sus decisiones en cabeza de los gobiernos, por ende, de la política de cada país. Sin embargo, retomo el tema hoy, así tenga que soslayar algunos de esos factores en Europa donde la crisis se sigue ensañando hasta límites insospechados.

De todas maneras, es preciso recordar que más allá de los efectos económicos también está repercutiendo en los campos político y social como quiera que es una batalla más en la guerra que persigue la eliminación del Estado Nacional en procura de abrirle paso a un supuesto Estado Global y, además, a la supresión del Estado del Bienestar que significa cambiar el modo de vida europeo por el estadounidense.

En los últimos doce meses, bien es sabido que antes que amainar, el vendaval adquirió la categoría de huracán, centrado sobre algunos países de Europa: Irlanda, Grecia, Portugal, hoy circunvalando sobre Italia y amenazando a España, sin que se descarte para más adelante a Bélgica. Todo por cuenta de los niveles de la deuda pública y del déficit presupuestario. Las frecuentes oscilaciones que inducen en las bolsas europeas las tres famosas certificadoras de riesgo internacionales -que actúan como si fueran la santísima trinidad y mano visible del Mercado-, y las crecientes protestas sociales son ampliamente difundidas.

Igualmente, las medidas variopinta que toman los presidentes o los ministros de los diferentes países constituidos en órganos del poder supranacional –la UE-, y que los nacionales aplican, logrando a duras penas poner sordina -simples paliativos-, a lo que parece ser un destructor ciclón que afecta los pilares mismos del sistema imperante.

La protesta social y el Neoliberalismo II

En este período han surgido nuevas formas de expresión de la protesta, como el inteligentemente pacífico y hasta el momento desnortado Movimiento de los Indignados en España. Se repiten, también, especialmente en Atenas, y episódicamente en Londres y otras capitales, tradicionales manifestaciones violentas de sectores afectados por la crisis, conformados de forma mayoritaria por jóvenes a quienes se les niega el futuro, que se enfrentan a las fuerzas policiales, también juveniles y populares en cumplimiento de una misión represiva.

Noticias, comentarios y análisis de tales acontecimientos abundan en todos los medios. Lo novedoso es que ahora filósofos, sociólogos e historiadores -ya no sólo economistas-, publican panfletos, libros y ensayos -éstos particularmente en medios académicos-, que buscan profundizar en el análisis de la crisis global, poniendo énfasis en la suerte de Europa.

Frank Nullmeier escribe en el Social Europe Journal* que muchos esperaban que con la crisis llegaría el final del neoliberalismo, y, contrario a ese deseo, no sólo no ha habido un cambio de política, sino que, después de una pausa keynesiana -2008/2009-, el neoliberalismo se enseñorea, reforzado de nacionalismos y otros elementos ideológicos conservadores, en todos los gobiernos encargados de imponer la máxima austeridad en el gasto público y trasladar todas las cargas de la crisis a sus pueblos. Sin compasión. En esta apreciación coinciden los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman en recientes artículos de prensa.

A esta nueva versión neoliberal, como un sistema de creencias y pensamientos, Nullmeier la denomina Postliberalismo, que curiosamente con el fin de curar el neoliberalismo, abandona el liberalismo. Destaca, en un corto e interesante análisis, la abolición del concepto de justicia social porque éste, de acuerdo con los dictados de Hayek (tan redivivo hoy como Keynes), no tiene sentido frente al orden espontáneo del Mercado, el que tampoco está para implementar el principio del mérito, que sólo resulta de las contingencias de la oferta y la demanda. Y concluye con rotundidad: El postliberalismo es una forma de capitalismo que está generando crecientes injusticias sociales y transfiriendo los costos a aquellos sectores que no causaron las crisis, por lo que es percibida como “socialmente injusta” por el pueblo.

Y es precisamente en este campo social donde se ha aposentado la bacteria, aún larvada, del malestar político. Mientras, los reclamos están dirigidos a los gobiernos de los países con mayores dificultades, sin importar su etiqueta ideológica, en su mayoría socialdemócratas.

En muchos casos, igualmente van contra los partidos políticos a quienes culpan del creciente desastre. Hay también los que señalan con dedo acusador al sistema financiero y al sector de la construcción –caso de España-, como los responsables de la debacle que individualmente están padeciendo millones de europeos, particularmente en países de la periferia. Pero, aún así, no llegan al meollo del problema: el sistema. Palabra a la que los indignados parecen tenerle temor reverencial hasta curarse en salud afirmando que no somos anti sistema, sino que el sistema está contra nosotros. Éste y otros juegos graciosos de palabras, a manera de carteles y grafitis, engolosinan al espectador mediático y desdibujan la trascendencia de su indignación, que no rebelión.

Revisando la historia reciente, de la mano del fallecido Profesor Tony Judt, tanto la de Europa de postguerra como la del malestar global de estos años de crisis, se aprende que las nuevas generaciones han ido evolucionando de ideológicamente colectivistas, comprometidas con principios filosóficos tan claros como los de libertad, justicia, igualdad, solidaridad, a preponderantemente egotistas pues sólo persiguen reivindicaciones individuales o de ciertos grupos de personas que no se veían reconocidas en el orden social establecido. Es el caso de los homosexuales, los discapacitados, y, el más importante, el de las mujeres con sus reclamos específicos de igualdad de derechos, el divorcio y el aborto. El sexo pasó a ser preocupación dominante sobre las utopías colectivistas.

Estas nuevas generaciones, las actuales, han crecido bajo la enseña del fin de la Historia por cuanto democracia y capitalismo, según Fukuyama y sus seguidores, se fundían como el sistema que ad eternum guiaría a la humanidad. Si bien es cierto que las causas inmediatas que dieron lugar a la revolución universitaria del mayo parisino del 68 fueron de tipo individual, no cabe duda de que se hizo bajo la égida del marxismo; en cambio, hoy ningún joven tiene un referente ideológico que lo impulse a actuar en tal o cual sentido. Quizá por ello nadie de los acampados habla del sistema al que dan como inamovible, en lo que pueden resultar realistas. Todo lo contrario de la utopía que es la encargada de mover la historia.

El cambio de modelo de vida

En un artículo reciente, Carlos Joly y Per Ingvar Olsen, investigadores y profesores de centros académicos de Oslo**, afirman que Los gobiernos socialdemócratas de España, Grecia y Portugal han escogido seguir la receta neoliberal de Estados Unidos y del Reino Unido abandonando así su . Aunque sé que no es de buen recibo, me tomo la licencia para recordar que en el mismo ensayo de hace un año afirmé que el sistema neoliberal se fue abriendo camino en Europa, primero con la conservadora Thatcher y luego con los socialistas Mitterrand y González, y tantos más. Alemania también ha contribuido de manera gradual y continua desde los tiempos de la reunificación.

Justifico traer a colación esta cita por cuanto la misma afirmación también está corroborada por Judt en su enjundioso libro POSTGUERRA, Una Historia de Europa desde 1945 (Taurus, 2010). Él subraya que la socialdemocracia, después de que tuvo su gran momento histórico, abandonó su ideario, quizá porque sus líderes llegaron a considerar que ya habían alcanzado los objetivos que perseguían al haber construido el Estado del Bienestar. Aunque, asevero yo, con tal de permanecer, transigieron con los nuevos y determinantes factores de poder: el sector financiero y las multinacionales, por lo que dieron en acoger a plenitud el modelo neoliberal de libre mercado y libre competencia. González en España fue el gran impulsor de la internacionalización de la banca y de empresas varias, especialmente de servicios, que se volcaron sobre Latinoamérica, muy exitosamente por cierto, aprovechando la ola de privatizaciones que el FMI le imponía en aplicación del Consenso de Washington, es decir, del modelo neoliberal. Hoy, esas grandes empresas extraen voluminosas ganancias que transfieren a su sede central con lo que mejoran sus magros balances nacionales. Como era de esperarse, esa política continuó con mucho acento durante los ocho años de gobierno del Partido Popular con José María Aznar. Y por supuesto de nuevo durante los dos períodos de gobierno de Rodríguez Zapatero.

En la presentación del libro LA GRAN APUESTA. La globalización y Multinacionales en América Latina, Análisis de los protagonistas (Norma. 2008) el Presidente de Gobierno español afirma: Un indicador de la importancia de la presencia en América Latina para las empresas españolas es que en 2006 casi la cuarta parte del resultado de las empresas del IBEX 35 (Bolsa de Madrid) fue generada en Latinoamérica. Hoy esa proporción está por encima del 40% y en algunos casos concretos supera el 50%.

Pero, volviendo al problema político de los gobiernos de los países citados por Joly y Olsen es que no sólo no han sido capaces de defender las conquistas sociales, sino que se han prestado como idiotas útiles a que se reduzcan drásticamente. Ya cayó el gobierno socialdemócrata portugués de Sócrates, y Rodríguez Zapatero en España está próximo a entregarlo a la derecha, posiblemente en elecciones anticipadas. En Grecia, Papandreu -a quien le ha tocado heredar la trágica crisis gestada por un gobierno conservador y encubierta por falsedades cómplices de una de las firmas asesoras internacionales con sede en Estados Unidos-, no puede hacer nada distinto que seguir los ilusos y conservadores dictados de Bruselas (UE) y Washington (FMI), así esos mismos centros de poder sepan a conciencia que Grecia no podrá cumplir con las coercitivas condiciones de austeridad fiscal y disciplina social.

De todas maneras, Irlanda, Grecia, España y Portugal, ahora también Italia, se ven forzados no sólo a poner orden en las finanzas públicas, a buscar eficiencia –lo que es indudablemente sano-, sino a cambiar las condiciones del estado del bienestar con fórmulas como el aumento de la edad para la jubilación –que por razones demográficas tienen amplia justificación-, sino la cuantía misma de las pensiones y de los salarios, el recorte en el capítulo de gasto social, a lo que se suma la contribución puntual del ciudadano al sistema de salud mediante el copago, y mucho más. Sin embargo, el problema persiste: el crecimiento económico es claramente insuficiente para generar empleo, mientras -aquí lo que genera indignación y algo más-, las grandes empresas particularmente las financieras aumentan sus ganancias y sus directores engrosan sus carteras con escandalosas primas periódicas y pensiones de jubilación. Los millonarios del mundo aumentan mientras crece el número de pobres, tanto o más aceleradamente en los países desarrollados que en los en desarrollo.

¿La desaparición del Euro?

Lo gobiernos puestos en cuarentena por la UE -al dictado de los mercados manejados por las tres calificadoras de riesgo-, tampoco tienen mayor margen de maniobra por lo que no les queda función distinta a obedecer los dictados del poder supranacional (UE) y del poder global (FMI). Hoy, más que nunca, Alemania lleva la batuta y Francia hace de primer violín en una orquesta cada vez más desafinada por cuanto unos van a un tempo y tono y otros están en busca de los suyos propios. Los gobernantes seguirán desgastándose ante sus respectivos pueblos que, sin haber suscrito documento alguno, quedarán hipotecados por los próximos diez, veinte o treinta años pagando los préstamos que la UE y el FMI les hace con intereses altamente onerosos.

Todo ello tiene un fin: salvar a los bancos alemanes y franceses -algunos españoles en menor escala-, que, de no ser así, perderían unos cien mil millones de euros en caso de impago (default) de Grecia y, por supuesto, la previsible salida del euro para recobrar su soberanía monetaria y manejar la crisis, quizá a la manera de cómo lo hizo Argentina en 2003 frente al dólar, cuyo ejemplo hoy se exhibe como exitoso en virtud del crecimiento continuo de su economía, alrededor del 7% anual desde entonces, ya que es la única fórmula: crecer y crear empleo.

Alemania domina, pone e impone condiciones inclusive al Banco Central Europeo –BCE-, maneja la agenda a su antojo. De esa manera, la señora Merkel evidencia que los intereses nacionales priman sobre los del conjunto de la UE, y muy particularmente el Eurogrupo, ya que, a fin de cuentas, históricamente el euro es un marco alemán acogido voluntariamente por quienes suscribieron el Tratado de Maastrich y luego el de Amsterdam.

Esto también confirma que antes que avanzar a Más Europa -el Estado Supranacional-, va ganando la partida el Estado Nacional en cuya competencia llevan todas las de triunfar los más fuertes. Sin embargo, hoy mismo, The Economist en su última edición termina su comentario editorial afirmando:

Alemania se opone firmemente a cualquier solución que pudiera implicar transferencias abiertas ilimitadas a los irresponsables sureños; en la misma forma piensan otros países del Norte Europeo, a sabiendas de que, al garantizar a otros, sus propios términos internos de crédito pueden subir. Pero la alternativa podría ser el fin del euro. Esa es la terrible lección de esta semana. ***

El reino de la incertidumbre

En últimas, todo parece indicar que el poder político quedará en manos de quien debe enfrentar y manejar esta nueva caída libre de la economía europea: los partidos conservadores, que no se avergüenzan, al igual que los Republicanos estadounidenses, de premiar el capital, prohijar la desigualdad, ser indiferentes ante la pobreza, oponerse a la extensión de la seguridad social a 30 de los 45 millones de personas que allí carecen de servicios de salud, y discriminar negativamente a los inmigrantes y a los de otras etnias o razas.

Ejemplo éste que se extiende como plaga en varios países europeos, como respuesta a los extranjeros desempleados de hoy, productores de riqueza de ayer, y a los desplazados de los países del Mediterráneo Sur en busca de refugio, a raíz de la reciente ola revolucionaria en busca de liberación. Queda la incógnita del rumbo de los movimientos de oposición, los organizados y los que van por libre. Y por sobre todo la confrontación que es conocido combustible de la incertidumbre. Entretanto, la socialdemocracia tendrá que reinventarse como oferta ideológica y política, que es tema aparte.

Visto desde el campo económico, máxime si se tiene en consideración el atasco político de Estados Unidos y su preocupante situación fiscal, es incuestionable, tal y como yo lo preveía hace un año, que la crisis no sólo ha tomado la forma de la “W” (double dip, en términos de la jerga económica inglesa), sino que ahora tiende a competir en el número de veces que esa consonante aparece como identificación para el acceso a la red global (“www”).El camino que queda por recorrer es largo e incierto. Es el que han escogido los líderes de hoy, los de la Nueva Europa.

Valencia, 15 de Julio de 2011

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