viernes, 8 de octubre de 2010

El profesor Luis Carlos Valencia nos remitió este texto de William Ospina, un escritor destacado por su recreación de la historia colonial de Colombia, con un éxito notable para sus libros; y animó tambén la experiencia de la franja amarilla con un manifiesto que en su momento tuvo una recepción importante. En este caso William Ospina reacciona a la circulación del texto de Gonzalo Arango sobre "Desquite", y hoy viernes, el asunto sigue siendo citado ahora por el exgeneral de la República, Álvaro Valencia Tovar, "Futuro de la era Jojoy". N de la R.

El viejo remedio


Por: William Ospina

Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte de pablo escobar. Yo sé que
quieren que nos alegremos con la muerte del mono jojoy. Yo sé que quieren que
nos alegremos con la muerte de Marulanda. Y que nos alegremos con la muerte de
Desquite, de Sangrenegra, de Efraín González.

Yo no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos esos
monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta hasta los tuétanos,
una sociedad que fabrica monstruos a ritmo industrial, y lo digo públicamente,
que la verdadera causante de todos estos monstruos es la vieja dirigencia
colombiana, que ha sostenido por siglos un modelo de sociedad clasista, racista,
excluyente, donde la ley “es para los de ruana”, y donde todavía hoy la cuna
sigue decidiendo si alguien será sicario o presidente.

Tanto talento empresarial de ese señor Escobar, convertido en uno de los hombres
más ricos del mundo, y dedicado a gastar su fortuna en vengarse de todos, en
hacerles imposible la vida a los demás, en desafiar al Estado, en matar policías
como en cualquier película norteamericana, en hacer volar aviones en el aire:
tanta abyección no se puede explicar con una mera teoría del mal: no en
cualquier parte un malvado se convierte en semejante monstruo.

Y tanto talento militar como el de ese señor Marulanda, que le dio guerra a este
país durante décadas y se murió en su cama de muerte natural, o a lo sumo de
desengaño, ante la imposibilidad de lograr algo con su inútil violencia, pero
que se dio el lujo triste de mantener a un país en jaque medio siglo, y de
obligar al Estado a gastarse en bombas y en esfuerzos lo que no se quiso gastar
en darles a unos campesinos unos puentes que pedían y unas carreteras.

Yo sé que quieren hacernos creer que esos monstruos son los únicos causantes del
sufrimiento de esta nación durante medio siglo, pero yo me atrevo a decir que no
es así. Esos monstruos son hijos de una manera de entender a Colombia, de una
manera de administrarla, de una manera de gobernarla, y millones de colombianos
lo saben.

Por eso Colombia no encontró la paz con el exterminio de los bandoleros de los
años cincuenta. Por eso no encontró la paz con la guerra incesante contra los
guerrilleros de los años sesenta. Por eso no encontró la paz tras la
desmovilización del M-19. Por eso no conseguimos la paz, como nos prometían,
cuando Ledher fue capturado y extraditado, y cuando Rodríguez Gacha fue abatido
en los platanales del Caribe y Pablo Escobar tiroteado en los tejados de
Medellín, ni cuando murieron Santacruz y Urdinola y Fulano y Zutano y todo el
cartel X y todo el cartel Y, y tampoco se hizo la paz cuando murió Carlos
Castaño sobre los miles de huesos de sus víctimas, ni cuando extraditaron a
Mancuso y a Don Berna y a Jorge 40, y a todos los otros.

Porque esos monstruos son como frutos que brotan y caen del árbol muy bien
abonado de la injusticia colombiana. Y por eso, aunque quieren hacernos creer
que serán estas y otras mil muertes las que le traerán la felicidad a Colombia,
los desórdenes nacidos de una dirigencia irresponsable y apátrida, yo me atrevo
a pensar que no será una eterna lluvia de las balas matando colombianos
degradados, sino un poco de justicia y un poco de generosidad , lo que podrá por
fin traerle paz y esperanza a esa mitad de la población hundida en la pobreza,
que es el surco de donde brotan todos los guerrilleros y todos los paramilitares
y todos los delincuentes que en Colombia han sido, y todos los niños sicarios
que se enfrentan con otros niños en los azarosos laberintos de las lomas de
Medellín, y que vagan al acecho en los arrabales de Cali y de Pereira y de
Bogotá.

Claro que las Farc matan y secuestran, trafican y extorsionan, profanan y
masacran día a día, y claro que el Estado tiene que combatirlas, y es normal que
se den de baja a los asesinos y a los monstruos.

Pero que no nos llamen al júbilo, que no nos pidan que nos alegremos sin fin por cada colombiano
extraviado y pervertido que cae día tras día en la eterna cacería de los
monstruos, ni que creamos que esa vieja y reiterada solución es para Colombia la
solución verdadera. Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán
los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que
todavía faltan por nacer.

Más bien, qué dolor que esta dirigencia no haya creado las condiciones para que
los colombianos no tengan que despeñarse en el delito y en el crimen para
sobrevivir. Qué dolor que Colombia no sea capaz de asegurarle a cada colombiano
un lugar en el orden de la civilización, en la escuela, en el trabajo, en la
seguridad social, en la cultura, en la sana emulación de las ceremonias
sociales, en el orgullo de una tradición y de una memoria. Yo, personalmente,
estoy cansado de sentir que nuestro deber principal es el odio y nuestra fiesta
el exterminio.

Construyan una civilización. Denle a cada quien un mínimo de dignidad y de
respeto. Hagan que cada colombiano se sienta orgulloso de ser quien es, y no
esté cargado de frustración y de resentimiento. Y ya verán si Colombia es tan
mala como quieren hacernos creer los que no ven en la violencia del Estado un
recurso extremo y doloroso para salvar el orden social, sino el único
instrumento, década tras década, y el único remedio posible para los viejos
males de la nación.


William Ospina

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