jueves, 1 de abril de 2010

Medios y liberaciones

Brillante editorial de el diario El Espectador del 1 de Abril de 2010
ES UN EJERCICIO INTERESANTE VER la liberación del sargento Pablo Emilio Moncayo, según como es narrado —por ejemplo— por Caracol TV de Colombia o la cadena TeleSur de Venezuela.
El martes todos pudimos hacer ese ejercicio. Las palabras son importantes y el uso de unos sustantivos u otros no son inofensivos: revelan, en el fondo, una visión del mundo y son una opinión sobre lo que ocurre, así creamos que se trata de una descripción objetiva de los hechos.

Hay, en concreto, cuatro sustantivos para definir la situación de Moncayo y sus compañeros de cautiverio: la Cruz Roja habla de rehenes, y esta es quizá la expresión más exacta y menos ideológica. Dice el diccionario de la Real Academia que rehén es la “persona retenida por alguien como garantía para obligar a un tercero a cumplir determinadas condiciones”. La toma de rehenes es condenada sin atenuantes por el Derecho Internacional Humanitario. Si estos rehenes, además, pasan en cautiverio no horas ni días, sino más de un decenio, la condena es, por supuesto, más grave.

El sustantivo usado por TeleSur es, sin duda, un eufemismo que intenta hacer pasar por neutro y sin valoraciones algo que, desde un punto de vista ético, es condenable: retenido. Uno puede entender que la policía retenga a alguien algunas horas para hacer alguna verificación. Pero retener durante años es una contradicción en los términos. La acepción de la Academia que más se acerca a este uso de los periodistas de TeleSur (y retenido es también la palabra que usa el presidente Chávez) dice así: “Retener: Imponer prisión preventiva, arrestar”. No puede pensarse que Calvo o Moncayo estaban arrestados o en prisión preventiva, como si fueran unos delincuentes a la espera de juicio.
El Espectador, Caracol TV y, en general, los medios colombianos usamos un sustantivo más explícito: secuestrados. Veamos la definición académica: “Retener indebidamente a una persona para exigir dinero por su rescate o para otros fines”. Los fines de la guerrilla cuando secuestra civiles son el cobro de rescates económicos; cuando tuvo políticos secuestrados, los usaba como arma de presión; y cuando ha secuestrado policías o militares, también ha empleado métodos de chantaje para devolverlos a la libertad.
En el comunicado de las Farc, leído por la senadora Piedad Córdoba, se usa el último término que queremos analizar: prisioneros de guerra. La expresión, en este caso, se acerca a lo ridículo. Más aún cuando se los equipara a los presos de las Farc que, según la guerrilla, “se pudren en las mazmorras del Estado”. Para empezar, jueces independientes han juzgado y condenado (otras veces absuelto) a subversivos que han infringido la ley asesinando, secuestrando, haciendo voladuras de infraestructura pública, desplazando campesinos, etc. Estas condenas tienen una duración; los presos pueden ver y recibir a sus familias en la cárcel y en muchas ocasiones han salido de prisión, y al salir pueden retomar una vida normal.

No es así en el caso de los secuestrados de las Farc. Presos en la selva en condiciones infrahumanas, muchas veces vejados, torturados, atados con cadenas y sin ningún contacto con sus familiares o con el mundo exterior. Decir que unos y otros son prisioneros de guerra es un escándalo y una inexactitud. Hay que celebrar que los secuestrados Calvo y Moncayo estén hoy libres. Pero no hay que olvidar que quienes los secuestraron durante todos estos años, contra la ley y contra la más elemental ética humana, fueron los secuestradores de las Farc. Y el secuestro es un delito despiadado, de lesa humanidad, que no puede ser disimulado ni homologado a los presos comunes, ni omitido como delito por los medios de comunicación.

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