viernes, 15 de febrero de 2019

Política y religión juntas:
La huella de una revolución intempestiva.
miguel angel herrera zgaib

Behrooz Tabrizi escribe sobre los 40 años de la revolución iraní, que trajo al Ayatollah Jomeini de su exilio en París, a gobernar un inmenso, rico y legendario país que había estado sujeto al capricho del Sha, condicionado por su más poderoso aliado, los Estados Unidos de América.

Ahora bajo el gobierno de sus sucesores, los poderes reales de la Unión Americana no han dejado de castigar y limitar la expansión de Irán en Asia, desde los tiempos en que apoyaron a Saddam Hussein contra el antiguo y poderoso dominio persa, donde la mayoría musulmana es chíita.

En estos 40 años de aniversario conviene volver a repasar la película Persépolis, que con grandes dotes artísticas y sencillez en el relato recuerdo al Irán independiente del primer ministro Mohammad Mossadegh, quien tuvo la pretenciosa idea de nacionalizar los campos y la explotación petrolera de su país; y pagó con su vida y la persecución de su familia y allegados. Mossadegh fue derrocado en 1953, por el general Zahedi, con la participación de la CIA y el M16 británico.

Por este tiempo, el siglo XXI, el petróleo iraní está nacionalizado, el desarrollo de la energía atómica prospera con sus científicos, bajo el celoso cuidado de la inteligencia de EUA y el espionaje israelí y británico. Listos a prevenir cualquier poder adicional que se convierta en riesgo para el cinturón de seguridad tendido en la vecindad de sus fronteras que de suyo, abarcan en conjunto, todo el mundo.

Pero, la revolución iranía con el rosario de contradicciones que la adornan y opacan existió. Pero, la promesa de laicismo es mantenida en espera, por diferentes motivos. Persia fue y ha sido crisol de civilizaciones, y el lugar donde la Grecia de Alejandro se encontró con el reino de Darío y Jerjes, dándole identidad a la cultura helenística.

Hoy Irán es un aliado de la Venezuela de Maduro, con quien comparte el codiciado oro negro que tanto alebresta a las potencias occidentales, que no resisten la tentaciones de extender sus tentáculo hacia el Oriente, dentro y fuera de su esfera de influencia. De esa manera integra el grupo de los países parias, cuyos gobiernos son objeto de toda sospecha y condena de parte del orden imperial encargado de decretar de manera discrecional las "guerras justas".

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