viernes, 20 de agosto de 2010

¿Hasta cuándo?
Santiago José Castro Agudelo

Los cierto, sin embargo, es que el país se ve abocado a reelegir unas corporaciones públicas que están totalmente desacreditadas. Tanto los cabildos, como las asambleas y las dos cámaras se han mostrado como entidades ineficientes, de las que nadie espera nada bueno
Álvaro Gómez Hurtado, 1978.

(…) la forma de presión social que es el poder público funciona en toda sociedad, incluso en aquellas primitivas donde no existe aún un órgano especial encargado de manejarlo.
José Ortega y Gasset, 1937.

Me he tomado un tiempo que considero prudente antes de hacer una breve aproximación a los primeros días del nuevo gobierno de Colombia que encabeza el otrora Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien se presentó como el candidato de la política de seguridad democrática del ahora ex presidente Álvaro Uribe Vélez. Este último no tenía más opción que apoyar la candidatura de su ex ministro, tras la derrota, sorpresiva para algunos, de Andrés Felipe Arias, ex ministro de Agricultura, en la consulta del Partido Conservador, frente a la pre candidata Noemí Sanín.

Arias, sin duda, representaba la continuidad de Uribe en el poder al mejor estilo de Putin, sin ningún reparo en aceptar que seguiría a ciegas las instrucciones del ex presidente. Sin embargo, ganar la consulta conservadora hubiese implicado además que Uribe entraría a manejar los hilos de la política conservadora, siempre cercana pero a la vez distante de la idea de convertirse en un partido “uribista”. Esto no podía menos que generar una reacción de malestar frente a la figura de Arias al interior del Partido Conservador, que optó por rodear una candidatura que no tendría ninguna posibilidad en una primera vuelta presidencial.

Con Arias por fuera de la contienda, Noemí Sanín siguió, ¿sin darse cuenta?, el mismo camino ante la sorpresiva “ola verde” que pocos lograron anticipar pero que, no obstante, demostraría no ser más que una ola, es decir, chocó contra un muro de contención y se desvaneció dejando un leve manchón de humedad que no afecta para nada a aquello contra lo que se estrelló: el poder político en Colombia. Ese que expuso y denunció Guillén en libro que hoy sigue reimprimiéndose, ya que la historia en ese sentido parece haberse detenido.

La ola verde, con su mezcla de ingenuidad e incoherencia; la candidatura de Gustavo Petro, más no del Polo Democrático Alternativo; y la candidatura de Germán Vargas Lleras alegando tener el programa de gobierno mejor estructurado, difícil decir que el mejor mostraron, no obstante, que empezaba a haber una reacción contra lo que representaba el gobierno Uribe Vélez, particularmente en su segundo periodo, logrado mediante las peores artimañas que este país recuerde, irrespetando ese acuerdo por el que tanto sufrió y luchó Colombia que fue la Constitución Política de 1991, y desatendiendo la posibilidad de pasar a la historia como uno de los Presidentes más queridos de su tan anhelada “patria”.

De Uribe a Santos

Uribe había logrado confundir a la opinión pública y evitado una reacción popular contra los actos de gobierno, o que desde el gobierno se orquestaban, en contra de la oposición, las altas cortes, las ONG de Derechos Humanos, los movimientos de víctimas y los sectores más pobres de Colombia, que cuando no tenían que marchar hacia los centros urbanos más importantes por culpa de la invasión de sus tierras, debían llorar a sus muertos vestidos de guerrilleros en la escena de los “falsos positivos”. Todo ello era “culpa” de “otros”, del gobierno, de los militares, de los políticos, del ateísmo, de no aguantarse el gustico, nunca de un Presidente que consagrado a la Virgen de Fátima había llegado para salvar a este pueblo ignorante que estaba dispuesto a la penitencia con tal de amortizar al menos la caída al abismo.

Juan Manuel Santos, otrora liberal samperista, luego cuasi-golpista, pastranista, anti-reeleccionista y ahora ultra-uribista, representaba, paradójicamente, la única posibilidad de lograr una imagen, al menos, de que Colombia le agradecía a Uribe lo que hizo y que no quería por nada del mundo dejar de lado la seguridad democrática, lo que sea que esta signifique. Uribe no tenía otra opción que comprender lo que venía y aceptar su derrota. Santos no concebía la política como un ejercicio de vaquería sino más bien como un ejercicio de acuerdos y delegación de funciones. Si ello implica un cambio de régimen o no está por verse.

No puedo negar que no me he sentido incómodo con los primeros días del gobierno de Juan Manuel Santos. Es más, tengo que aceptar que por momentos he dejado salir una sonrisa de esperanza ante lo que leo:

Reunión con el Polo para acordar un estatuto de la oposición, reunión con los verdes para acordar un estatuto contra la corrupción, reunión con las cortes para garantizar que nunca más un funcionario del ejecutivo cuestionará en público sus fallos; reunión con Hugo Chávez para poner las cartas sobre la mesa y definir que lo primero es el bienestar de la Nación; declaración del Ministro de Hacienda afirmando que el gobierno saliente no dejó ni para un puente peatonal colgante, y declaración del Ministro de Transporte alegando que no hay razón para no construir rápidamente un nuevo aeropuerto, entre otras.

¿De nuevo a votar?

Todo suena muy bien hasta que recuerdo que en poco más de un año saldremos de nuevo a votar, esta vez por ediles, concejales, diputados, alcaldes y gobernadores. Es el momento ideal para que los honorables Senadores y Representantes aceiten sus maquinarias políticas pensando en su propia reelección en 2014. La política en Colombia no ha podido dejar de ser eso: el punto de convergencia de diferentes organizaciones electorales que buscan apropiarse de los recursos públicos e instaurar en la ya saturada e ineficiente burocracia estatal a sus siempre leales capataces, perfectos ejemplos de lo que Ortega y Gasset llamó el hombre masa, ese que “tiene solo apetitos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obligaciones”.

Me pregunto entonces, hasta cuándo la ciudadanía se negará a comprender que el Estado le pertenece, que la democracia implica que todos gozamos de igualdad de ley, es decir, de los mismos derechos de participación política, y que por tanto somos propietarios de lo público y guardianes de lo común. Sigo sin entender cómo hemos permitido que la política sea hoy sinónimo de corrupción, el Estado de opresión y lo público de suciedad.

Juan Manuel Santos ha dado muestras de que su gobierno, al menos en la forma será distinto y ello no niego que me complace gratamente y me deja pasar los días algo menos intranquilo. Sin embargo, ¿hasta cuándo seguiremos creyendo que el cambio en la forma es un cambio en el contenido? ¿Hasta cuándo seguiremos respirando un breve aire de tranquilidad al inicio de cada gobierno, pensando que ahora sí llego el redentor?

Va siendo hora que la ciudadanía se active y que rodee al Presidente de la República, sí de la REPÚBLICA, esa que es de todos y todas; no para criticarlo, insultarlo, negarlo o ignorarlo; sino para potenciarlo, empujarlo y sostenerlo, en aras de obligarlo a hacer los cambios que este país urgentemente necesita y a que impulse la apropiación del Estado por parte de la ciudadanía y no por parte de esas macabras organizaciones que se han apoderado de los partidos políticos y del poder público para saciar los más inescrupulosos intereses.

¿Hasta cuándo podré seguir soltando una que otra sonrisa de esperanza? Hasta que vuelva la desilusión de saber que el régimen, ese que tanto denunciaron Pardo Leal, Jaramillo, Pizarro, Galán, Cepeda y hasta el mismo Gómez Hurtado, sigue intacto y que nosotros, los ciudadanos y ciudadanas de Colombia somos sus despreciadas unidades de producción.

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