El atentado a Fernando Londoño
El terrorismo es un método despiadado, y muy exitoso, al ahora de sembrar el pánico, la duda y la incertidumbre, al igual que el dolor, la muerte y la destrucción. Cuando los ciudadanos contemplan impávidos el horror de estos ataques indiscriminados y sorpresivos, la sensación es terrible, aterradora. Se siente zozobra, tristeza, desamparo, vulnerabilidad, desesperanza. Puedo afirmarlo con conocimiento de causa, soy colombiano, siempre he vivido en mi país, y no recuerdo un lapso en que mi patria haya estado en paz. Como mucha gente, conozco sobre este tema, no por ser politólogo, abogado, internacionalista, periodista, historiador, ni cosa semejante.
Los colombianos hemos padecido el terrorismo desde hace mucho, y lo
hemos contemplado, lo hemos palpado, lo hemos vivido, incluso nuestros
hijos han crecido sabiendo sobre él. Hablamos el lenguaje de los países
que han luchado en contra de este azote del mundo moderno, hasta el
punto que los organismos de seguridad de nuestro país tienen tanta
experiencia y conocimiento en estos temas que en algunas oportunidades
han entrenado personal militar de otros paises.
Con el cambio del siglo, los métodos para hacer la guerra también se modificaron. A principios del siglo XX, en general, los combates se daban entre los ejércitos regulares de las naciones enemigas: tenían logística, eran instituciones, y podían reconocerse como tales. Además estos conflictos tenían principio y fin, aun cuando se daban por motivaciones variadas, desde políticas y económicas, hasta por razones religiosas y raciales.
Pero con el tiempo, las guerras se hicieron insidiosas, y el terrorismo
se volvió la estrategia privilegiada para el combate, aun cuando las
motivaciones para estas disputas permanecieron relativamente estables,
por razones políticas, económicas, religiosas y raciales. Es la voz
preferida de algunos grupos minoritarios y extremistas, sin recursos
políticos.
Y no creo que pueda aportar algo
nuevo sobre el atentado a Fernando Lodoño, fuera de lo que ya han dicho
los profesionales a través de los noticieros televisados y radiales,
así como de los periódicos y las revistas en papel impreso y en la
Internet, pero, de todas maneras, siento el deseo de recopilar lo
sucedido, con la esperanza de entender.
Resulta que a las once y cuarto de la mañana del martes 15 de mayo de 2012, en el semáforo de la esquina de la calle 74 con avenida Caracas -una zona concurrida de Bogotá, con oficinas, comercio y algunas universidades, una esquina por donde a diario transita muchísima gente de todas las edades y ocupaciones-, un hombre disfrazado con una bata blanca, una peluca y una cachucha azul pegó una bomba en la camioneta blindada de Londoño y luego la activó.
Se trataba de un explosivo tipo lapa, según dijeron los expertos. La detonación mató a tres personas y dejó treinta y un heridos, incluyendo a Londoño. Mientras los videos de las cámaras de seguridad de la zona sugirieron que otro hombre, en una moto, recogió al terrorista, y juntos huyeron desde el lugar del atentado.
Pero tres horas antes de este suceso macabro, las autoridades desactivaron un carrobomba
cerca a la sede de la Policía Metropolitana, en la zona de los
Mártires, en el centro de la ciudad. Entonces los investigadores
pensaron que este era un intento de distraer la atención, mientras
atentaban en contra de Londoño, su verdadero objetivo. Otra hipótesis
sugiere que los terroristas buscaban atacar dos blancos diferentes y
llamativos, con la finalidad de crear zozobra en el país entero.
Por otro lado, en la Nacional y en la Pedagógica, ambas universidades públicas, hubo protestas airadas porque el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos entró en vigencia el lunes a la media noche, luego de casi una década de negociaciones, de modo que este podría ser un motivo para el ataque sanguinario. Y otra posibilidad más es que se trate de algún grupo que protestaba por la aprobación, luego del sexto debate en el Congreso, del Marco para la Paz: una iniciativa que muchos críticos han considerado el indulto total a la guerrilla colombiana luego de décadas, y décadas, de terrorismo.
En todo caso, se sospecha que se trata de un grupo que quiere poner en dificultades al gobierno de Santos. Por otro lado, en el ataque se utilizó un explosivo de una tecnología novedosa en el país, de modo que todo apunta a que detrás de este atentado hay una organización sofisticada y compleja y bien financiada. Un evento desafortunado que hace recordar la bomba que estalló en agosto de 2010 frente al edificio de Caracol Radio, aun cuando en esa ocasión utilizaron un arma menos avanzada. Por ahora, los expertos concuerdan en que se trató de una operación planeada por un grupo altamente calificado en estos asuntos, conocedor de la dinámica bogotana.
Estudiaron con anticipación y con cuidado las rutinas y las rutas de Londoño, seguramente con la participación de varias personas, en carros y motos. Además el homicida estaba familiarizado con los tiempos del semáforo de la calle 74 con avenida Caracas. Quién instaló y detonó la bomba conocía la zona, el acceso y la manera de huir, además confiaba en quién lo llevó hasta allá y en quién lo recogió al momento de huir. Sus movimientos estaban sincronizados. Y, por otro lado, hasta hace poco Londoño andaba en un carro con mayor blindaje, de manera que también se investiga si hubo una fuga de información a este respecto.
Mucha información falta por descubrirse a través del análisis de los restos materiales y del procedimiento que emplearon en el ataque. Después de la detonación, el presidente de la República, Juan Manuel Santos, repudió el acto bárbaro y programó un consejo extraordinario de seguridad. Mientras la policía prohibió la circulación de motos por toda la ciudad durante ese día, y las universidades públicas y privadas cancelaron sus actividades. Y el gobierno ofreció una recompensa.
No conozco a Fernando Londoño.
De él sólo sé que fue ministro del interior durante el primer gobierno
de Álvaro Uribe, además es un orador elocuente y aguerrido, que llama a
las cosas por su nombre, no es afecto de los eufemismos. Tampoco conocí a
las personas que murieron en este atentado: el conductor de la
camioneta de Londoño, José Ricardo Rodríguez, ni a su escolta, Rosemberg
Burbano, ni a Humberto Aldana, quién manejaba la buseta que esperaba al
lado, al cambio del semáforo. Ni siquiera conozco a ninguno de los
heridos que quedaron luego del ataque. Pero sí, de todas maneras, quiero
expresarles a todos, mi solidaridad.
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