miércoles, 2 de marzo de 2011

REBELIÓN EN EL MUNDO ÁRABE

El caso de Libia no termina de estar claro, pero es evidente que hay ahí en juego oscuros intereses de las grandes potencias. El punto básico para entender lo que allí sucede son sus ricos recursos petroleros, con nuevas reservas recientemente descubiertas. La actual manipulación mediática de las cadenas comerciales occidentales que ven en el coronel Mohamed Khadafi algo así como un monstruo, no deja de ser llamativa.

El gobernante libio no es un revolucionario, y si años atrás jugó un papel más antiimperialista, hoy día, desde hace ya no menos de una década, está alineado con los grandes poderes del capital transnacional. La presente andanada contra su “brutalidad dictatorial” no es sino parte de una estrategia de desinformación y creación de escenarios. Hace ya un tiempo que el compañero Fidel Castro venía denunciando que la OTAN tiene como objetivo el petróleo libio. Los hechos actuales parecen estar demostrando la veracidad de esta afirmación. De todos modos extraer la conclusión que todos los hechos que vive en estos momentos el mundo árabe son un montaje fríamente calculado para quedarse con los hidrocarburos de Libia es, como mínimo, una exageración simplificante. Eso no sería más que subestimar las sublevaciones populares.

• En el marco de esa matriz mediática que imponen los grandes poderes globales se ha difundido la idea que todas las revueltas tuvieron como núcleo disparador el uso de las mal llamadas “redes sociales”: Facebook y Twitter. Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad, se ha dicho. Lo cual es cierto. Tanto, que muchos podríamos estar tentados de creernos la falacia en juego. Pero las rebeliones populares espontáneas, hechas por gente en general pobre, sin acceso a mayores recursos, demuestran en forma palmaria que las mayorías no salen a las calles impulsadas por instrumentales tecnológicos que casi no conocen.

El mito que “todo el mundo usa internet” no es sino eso: mito. En la llamada sociedad de la información la mitad de la población mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano, y la media planetaria de acceso al internet no pasa del 10%. Es una flagrante mentira que las supuestas redes sociales mueven mayorías. Eso no es sino una forma más de promover una burbuja consumista. La gente real de a pie, la que salió a protestar espontáneamente, está más cerca de las señales de humo que de la informática. Ese es nuestro mundo real.

• El saludo insistente de los medios comerciales a este supuesto renacer de las democracias en los “atrasados” países árabes e islámicos demuestra que la idea de democracia en juego es otro elemento más de control social. Democracia de base, autogobierno de los pueblos, participación real en la toma de decisiones trascendentes para la gente, todo eso aún no existe en ningún lado.

Quizá en algunos países del socialismo real hubo algunos acercamientos, pero una auténtica democracia de base no existe aún en ningún lado. Por eso, esta repetición significativa con que nos está inundando la industria de la información demuestra que la democracia en juego es, cuanto más, la farsa electoral ya conocida. Los pueblos que salieron a la calle, en Túnez, en Egipto, etc., etc., no piden “parlamentos representativos”. Quizá no esté claro que pidan, más allá de su profundo descontento.

Pero hay que estar muy alertas a no dejar secuestran ese potencial humano en nombre de una palabra tan manoseada como democracia. E igualmente podría decirse eso de la idea de “derechos humanos”, término que la izquierda, con actitud crítica, debería alguna vez problematizar, pues en su nombre –al igual que en el de la democracia o de la libertad– el capitalismo global da golpes de Estado, cambia presidentes o invade países. ¿Será que estas revueltas de los pueblos oprimidos está motivada por la búsqueda de un sistema político más bien desconocido en el mundo árabe? ¿Qué tal si intentamos leer mejor el fenómeno en clave de luchas de clases?

• Los hechos actuales vienen a poner sobre la palestra el lamentable estado de la Organización de Naciones Unidas –ONU–. Si bien desde su nacimiento la organización evidenció sin ninguna vergüenza la más absoluta falta de democracia en su constitución (el Consejo de Seguridad manejado sólo por los cinco grandes con poder nuclear es una ofensa a los pueblos del mundo), al menos durante los años de la Guerra Fría se permitía funcionar como caja de resonancia del reparto de poderes globales y, en muy pequeña medida pero al menos en algo, podía ser un espacio para dirimir los conflictos del mundo.

Por supuesto nunca sirvió para garantizar la paz, y mucho menos el desarrollo de todos los habitantes planetarios. Pero su situación actual es trágica: con el unipolarismo militar post caída soviética, amarrada abiertamente a los grandes poderes económicos del globo, su papel es triste. Para la actual crisis africana y del Medio Oriente no apareció. Y, para colmo de males, es probable que aparezca en escena cuando las cosas ya están consumadas. La pretensión de ser una mesa de negociaciones a escala mundial está hoy más lejos que nunca desde su fundación.

Para quienes queremos seguir teniendo esperanzas en un mundo menos injusto, más vivible, –“y no por ellos ser estúpidos”, como dijo el jesuita Xabier Gorostiaga sacudiéndose así la marea neoliberal individualista y antisolidaria que vino a invadir todo estos últimos años– lo que está sucediendo hoy en esta atribulada región del planeta no deja de ser una buena noticia. Las interpretaciones que de esto se puedan hacer serán muchas, variadas, antitéticas en muchos casos. Por supuesto que para un pensamiento conservador esto será un exabrupto; ello ni se discute.

Incluso en el campo de la izquierda hay posiciones que desacreditan los alzamientos espontáneos considerándolos o inconducentes (por amorfos, por faltos de dirección) o manipulados (productos de los laboratorios de la CIA). Pero más allá de esas posibles lecturas todo esto viene a demostrar que, como diría Galileo saliendo del Tribunal de la Santa Inquisición: eppur si muove. Esa es la esperanza que no hay que perder.


MARCELO COLUSSI

Remite el estudiante de Maestría en Política Social, politólogo de la Universidad Nacional,

Camilo Ernesto Muñoz Cabrera

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