martes, 15 de marzo de 2011

La situación de Libia va camino de tener una solución político militar, con la reacción del gobierno del excoronel Muamar Gadafi, cuando avanza la aviación y el ejército de tierra hasta sitiar Bengasi, y quebrar la resistencia en Brega. Ahora es Ricardo García, quien escribió es el profesor e investigador en temas políticos e internacionales. Fue rector de la Universidad Distrital y vivió conflictivamente la administración que presidió; y hace un tiempo se dedica a la reflexión académica. N de la R.


Una confederación de tribus, una revolución socialista, un Estado petrolero y un caudillo tragicómico entran en crisis porque las clases medias y la sociedad civil han comenzado a afirmarse.

Por Ricardo García Duarte
Fundación PLURAL

El gran gesto

Los periodistas hacían su trabajo. Esperaban. Intercambiaban miradas. Había desplazamiento de cámaras y centellear de las luces, en el barullo habitual de una sala de prensa. Entonces, el hombre fuerte de Libia irrumpió para gritar que conseguiría el control de lo que ni siquiera había perdido del todo; que derrotaría a los insubordinados; según él una rara mezcla entre terroristas al servicio de Al Qaeda y simplemente drogadictos.

"Libia soy yo!" tronó -rotundo, jactancioso- el eterno coronel Muamar el Gadafi. Quería ser el hombre del destino, quería sonar como la encarnación de la identidad nacional y como su única garantía posible. Como si con este gesto pudiera conjurar cualquier riesgo de disolución, en un país donde las fuerzas opositoras se habían hecho con el control de varias de las ciudades más importantes pero donde la contraofensiva del régimen avanzaba hacia la recuperación de algunas de ellas mediante bombardeos sin tregua.

Ya las cosas se habían dispuesto de la mejor manera. Había ofrecido una jugosa recompensa por la cabeza de Moustafa Abdel Jalil, el ex - ministro de justicia, ahora jefe visible de la oposición levantisca. También había puesto en marcha una ofensiva en regla contra las posiciones en donde dicha oposición se había hecho fuerte. ¡Nada de disgregaciones ni de subversiones! Por algo, él mismo encarnaba a la propia Libia.

Entre la tragedia y la comedia

Ni el ajetreo de los cables y las cámaras, ni el murmullo de los hombres de la prensa, podía disimular el deje trágico-cómico de semejante sentencia.

-Trágico, porque esa frase estaba respaldada por la represión sangrienta contra las protestas populares, después de que Saif El Islam, uno de los hijos ahora tan sonados del gobernante, hubiese amenazado con que correrían ríos de sangre si la movilización popular continuaba.

-Y cómico, porque no dejaba de ser la repetición de las extravagancias de Gadafi, porque a eso se redujeron sus desplantes una vez que con el paso de los años y más años, se desvaneció el sentimiento nacional contra la monarquía interna y contra la dominación colonial que el gobierno recogió inicialmente. Un proyecto de liberación nacional y social que se fue convirtiendo en el intento penoso de perpetuación personal y familiar del "padre de la patria" en el poder.

Los contornos de tragedia y de comedia expuestos por la representación que hace el líder -con su empuje optimista frente a los opositores y su acento patético frente a la historia -revelan, con todo, la naturaleza del régimen y las dificultades de la rebelión.


El régimen

Con Gadafi, en el poder desde 1969, el sistema de gobierno se apoya en un régimen donde la sociedad es controlada por el Estado, pero el Estado es monopolizado por el líder y por el círculo de sus allegados.

En la sociedad, sin embargo, compiten (o mejor coexisten) las estructuras tribales y los vínculos semipúblicos con el Estado. Si la monarquía pre-moderna y religiosa, la del rey Idris, no era más que el nudo débil que representaba y unía la confederación de tribus, la revolución verde del hermano-coronel va a superponer de otro modo los vínculos públicos que tienen las personas con el Estado y los vínculos primarios dentro de cada tribu.

Una intensa centralización del poder político se impone como el nuevo marco para la convivencia entre esos dos campos de vínculos sociales: el de los lazos públicos y el de los tribales.

Mientras la centralización del poder estuvo acompañada por la construcción de un aparato militar único y por un discurso unificador, la estabilidad y la articulación entre los diversos vínculos sociales era garantizada por las alianzas inter-tribales -gestadas todas ellas alrededor del gobierno y de la distribución de la renta petrolera.

El producto fue un régimen capaz de construir una esfera pública de corte modernizante, pero también acaparado por el gobernante y el círculo que lo rodea en términos personales y familiares, casi de clan. Un régimen autoritario y caudillista que sin embargo logra administrar las alianzas entre las tribus de mayor presencia económica y social.

Es decir, un régimen que se levantó sobre la base de unificar las lealtades tribales y las lealtades "públicas", referidas sin embargo las segundas a un gobierno de carácter personalista. El papel de Gadafi -el hermano coronel- era justamente el de simbolizar de un modo unificado a las tribus y al Estado. Al clan y al ejército. A la familia y al espacio de lo público.

De ahí que aún hoy, entre envalentonado por el pasado y desesperado por el futuro, se aferre a la idea de que él mismo es Libia. La Libia ancestral de la tribu y la moderna del aparato estatal; las dos Libias que Gadafi pretendió unificar en la Yamahiriya o la "República de las Asambleas de Masas". Al fin y al cabo, él se nutre sin falta con la leche de camella y duerme austeramente en su jaima, la tienda beduina del desierto. No ha dejado de ser un simple "coronel", y al mismo tiempo ha formulado su propia doctrina (nada religiosa) resumida en su Libro Verde, émulo irrisorio del otrora "bíblico" libro Rojo de Mao.


La crisis

Sin embargo, esa es la Libia que entró en crisis. Digamos que la hegemonía del régimen amenaza con hacerse insostenible. Por las grietas de esta crisis afloró la movilización popular, manifestación de una sociedad civil que bullía a la espera de un momento propicio para hacerse a un lugar en la escena pública.

Es como si de pronto se hubiesen aflojado las amarraduras que unían el mundo de las identidades tribales con el mundo de los vínculos públicos, esos mismos que unen a los "ciudadanos" con un Estado, cuyo sello superior lo remataba el caudillo autoritario y el círculo familiar y militar que lo rodeaba.

Como en Túnez, bastó un episodio aparentemente aislado, para que de súbito sobreviniese un proceso de inconformidad colectiva, seguramente represado bajo las condiciones normales del régimen político. Si en Túnez fue la inmolación del joven Bouazizi, un vendedor callejero ultrajado, en Libia fue quizá la detención de un abogado defensor de víctimas y de prisioneros sometidos a vejación por parte de las fuerzas policiales.

Las protestas callejeras no se hicieron esperar, animadas sin duda por los acontecimientos de Egipto y de Túnez, y expresaron la emergencia de una sociedad civil que, sometida tradicionalmente al caudillismo autoritario o a los códigos omnipresentes de la tribu, no atinaba a encontrar los aires propicios para respirar por su propia cuenta.


La sociedad civil

La revuelta de los ciudadanos en Libia, como también en los otros países del mundo árabe, expresa, bajo la forma de una eclosión social, la emergencia de la sociedad civil. Una sociedad civil que, entendida como el universo de relaciones interindividuales que se valida por sus propias necesidades e intereses, se asfixia y no encuentra ya satisfacción en los marcos que proporcionan la identidad tribal o la lealtad irrestricta hacia el hombre fuerte.

La participación en las protestas, de jóvenes, de profesionales, de clases medias y bajas en las ciudades, que reclaman la caída del gobernante y la obtención de mejores condiciones laborales y económicas, parecería confirmar la hipótesis de una sociedad civil en busca de mayores espacios de existencia material y simbólica.

El régimen de Gadafi, en ruptura con las estructuras coloniales y monárquicas, representó una empresa de modernización y de elevación en el nivel de vida del pueblo, así fuera bajo el formato de un régimen autoritario. El aumento en la producción y en las ventas del petróleo aceleró el crecimiento económico y mejoró el ingreso per cápita, asi fuera - otra vez- bajo el formato de un control rentístico por parte de la familia en el poder, lo cual dio paso a prácticas cleptocráticas y a un patrimonialismo de Estado que prospera a la sombra de un modernismo nacionalista, capturado por el caudillo que actúa como propietario del aparato estatal.

Bajo tales circunstancias, los últimos lustros han visto surgir las capas medias urbanas y de jóvenes profesionales o semi-profesionales, que ahora se ven acosados por la insatisfacción del desempleo y de la carestía. Las ofertas habituales del régimen ya no son suficientes para satisfacer estas demandas; y mucho más insuficiente es el discurso político, que ha sido desgastado por los años y deslegitimado por el espectáculo de corrupción y derroche en el entorno del coronel-salvador.

La protesta no podía limitarse en consecuencia al mero reclamo de mejores condiciones materiales de existencia. Tenía que verterse rápidamente en un reclamo fundamental, el del cambio en el sistema de gobierno, el de la eliminación del régimen, con lo cual el proceso de una sociedad civil que pugna por existir autónomamente, se convirtió de pronto en una insurgencia política; incluso, en un levantamiento armado.

Es, si se quiere, la insubordinación traumática, difícil y armada, de una sociedad civil que sin invocar primariamente la identidad tribal o el fundamentalismo religioso, no encuentra más que en las posibilidades difusas de la democracia, el horizonte de una construcción ciudadana. Que pueda surgir por otra parte de un modo independiente con respecto a las adscripciones religiosas o tribales, aunque sea capaz de convivir con ellas.

Este es el horizonte que ahora pretende cerrar Gadafi, por aferrarse al poder a toda costa. Al reprimir, con su contraofensiva militar, a la oposición, mal armada y peor entrenada, anula la emergencia autónoma de la sociedad; aunque eso sí su régimen quede roto por dentro como quedan rotos los lazos de identidad que él mismo aunaba en la cúspide de la sociedad. Por más que quisiera, Gadafi ya no podría ser la misma Libia, si es que algún día lo fue.

Por mucho, podría acercarse a la boutade del Rey Luis XIV en la Francia absolutista del siglo XVII: "L'Etat c'est moi" (el Estado soy yo). Solo que ahora se trataría de un Estado reducido al aparato militar y al aparato familiar. Un Estado sin nación, la que probablemente se vea afectada por fracturas irreparables entre las viejas organizaciones tribales. Un Estado sin sociedad civil. Sin ciudadanos. Un Estado, apenas, de camarilla.

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