sábado, 25 de septiembre de 2010

El periodista colombiano Octavio Quintero, con una notable trayectoria en diversos medios de comunicación escribe esta nota de alerta y denuncia con ocasión de la orgía de guerra que embarga a Colombia en este último mes. N de la R


Réquiem también por él

Octavio Quintero

23 de setiembre de 2010

Estaba terminando un “Réquiem por él”, para recodar la muerte de Hernando Pérez, el humilde campesino de Apartadó que asesinaron dos horas después de que el ministro de Agricultura le devolvió la finca que le habían robado los paramilitares, cuando los reflectores del mundo se enfocaban sobre el cadáver del mono Jojoy, “muerto en combate”, según el parte militar.

Se notaba el entusiasmo de los relatores de los medios masivos de comunicación quienes, al igual que millones de colombianos, han sido convencidos por el gobierno de que el único problema de Colombia es la guerrilla.

Ante el despojo mortal de Jojoy, que en este mismo instante cruza por las pantallas de televisión empacado en bolsa de polietileno, muchos darán en pensar que ahora sí ha llegado el “fin del fin”.

Con perdón, mi entusiasmo no llega a tanto. Esta muerte de Jojoy, no es más que un fin muy al estilo de José Asunción Silva quien, al llegar a la “cumbre prometida”, sólo alcanzó a ver “el sol tras otra cumbre más lejana”. Aquí, cuando cae una cabeza importante de la guerra, mil cabezas más andan en ciernes en el albañal de las injusticias sociales, que terminan por arrastrarlas a nuevas cumbres de soles imbatibles.

Cada vez que se le da un golpe de gracia a una de las tantas cabezas de la hidra, como la de Pablo Escobar, por ejemplo, se nos presenta como el fin del fin, en ese caso específico del narcotráfico. Quizás también la muerte de Carlos Castaño pudo tomarse a la ligera como el fin del fin del paramilitarismo. O, más lejos en la historia, la crucifixión de Espartaco y sus secuaces, era el fin del fin de la sublevación de los esclavos. O, más cerca de nosotros, el descuartizamiento de Galán pudo significar para el Pacificar Morillo (ahora que estamos tan de bicentenario) el fin del fin del anhelo independentista.

El fin del fin en el caso de la guerra –de cualquier guerra- no es la muerte o abatimiento del enemigo. Esto lo sabemos –o debiéramos saberlo- por la historia de muchos años. El fin del fin de toda guerra es la conquista de esos principios y valores subjetivos que son la sabia de toda sociedad civilizada, entre estos otros:

- La familia como núcleo esencial de la sociedad.

- La educación como motor de las transformaciones sociales requeridas.

- Políticas y culturas demográficas responsables y visionarias.

- Igualdad como objetivo moral y ético.

- La solidaridad y responsabilidad social.

- La superación del individualismo capitalista.

- El respeto por el medio ambiente y el desarrollo sostenible.

- La Justicia, la No Violencia y la Seguridad Ciudadana.

- El tratamiento de la drogadicción como una enfermedad, antes que como delito.

- El rechazo a la corrupción como viveza humana.

Fin de folio: No resultó oportuno el presidente Santos cuando desde Nueva York se sacó el clavo diciendo que la muerte del mono Jojoy, era su saludo a las Farc, en respuesta a rellenos de prensa que dicen que la escalada de actos terroristas de las Farc eran el saludo al nuevo gobierno.

Si a ese nivel de metaforismo revanchista se eleva el diálogo con las Farc, también podría decirse que a más de las Farc, también los grupos violentos de otras pelambres, acaban de saludar la proyectada ley de tierras del presidente Santos, con el asesinato de Pérez, ese por quien lanzaba el réquiem cuando mataban a Jojoy, a quien también, humanamente extiendo mi lamento por su triste vida y muerte, por si le alcanza…



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