lunes, 10 de abril de 2017

EL FEMINISMO COMO LA REVOLUCIÓN DEL AMOR

Juan Carlos Bolívar Sandoval
Politólogo
Universidad Nacional de Colombia

“…El innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiaran con las nuevas” El príncipe, Maquiavelo

Aunque nos encontramos en un momento del Siglo XXI en el que la Historia parece devolvernos a batallas que parecían superadas, no cabe pensar una apuesta política que busque ser hegemónica y no se plantee la igualdad de la mujer –y otras expresiones de género- en el devenir social. La mejor muestra de esto es que gran parte de la apuesta del feminismo como movimiento político en búsqueda de ser hegemónico ha sido exitoso y lo ha hecho con una velocidad y certeza que asombra. 

A opinión del autor, no hay una revolución más transversal en el último siglo que la revolución feminista –o de género-; esto basado en el hecho de que nunca en el mundo occidental se había logrado una reflexión-acción que lograra un debate tan profundo acerca de la posición de la mujer en la sociedad, sobre todo en el debate sobre lo común. 

Esta transversalidad se ha caracterizado por un hecho fundamental, y es que esta gran revolución ha sido radicalmente agónica en palabras de Laclau, es decir no ha hecho uso de la fuerza física como un factor de disputa hegemónica, lo cual es un hecho novedoso frente al análisis gramsciano clásico, donde este hecho ocupa un lugar primordial. 

En cambio sí que ha puesto en disputa los relatos y el lenguaje como configurador de realidades. Es decir, las disputas simbólicas han ocupado el lugar central junto con la reflexión-acción frente a las prácticas cotidianas. Este último hecho es el que nos permite considerar el feminismo no solo como una gran revolución moral, sino como la gran revolución ética.

El hecho de configurarse como una revolución ética, ha definido su particularidad histórica y ha sido lo que ha permitido que su disputa hegemónica tenga un éxito sin precedentes. Es un cambio histórico de gran calibre, puesto que la revolución feminista trascendió el plano de lo meramente “público” para entrar a cada uno de los hogares occidentales con sus disputas cotidianas, que van desde el lenguaje y pasan por la reflexión sobre los roles de género en el trabajo doméstico, llegando al punto más importante: las formas en las que se asumen las relaciones políticas cotidianas.

En este sentido una de las tácticas de esta disputa en las que el feminismo como movimiento político también ha innovado, ha sido escalar el debate de lo sensible a un hecho político. El feminismo ha construido nuevas formas de sentir frente a la otredad y ha rebatido las formas tradicionales del amor, sin decir con esto que se haya centrado únicamente en el ámbito del amor romántico de pareja, porque sería desconocer los avances abismales que ha hecho por ejemplo con el amor entre padres e hijos, en los que las paternidades empoderadas empiezan a resonar cada día con más fuerza. En un sentido amplio el feminismo ha sido una gran revolución del amor.

La ausencia de la fuerza como factor determinante en la lucha feminista, solo se puede entender si se tiene claro el principal objetivo político del feminismo, a saber la igualdad entre sexos-géneros y este hecho relacional no podría de ninguna manera plantearse en la eliminación de otro porque el objetivo perdería su posibilidad de ser. Y es aquí donde encontramos su potencial transformador, su fuerza revolucionaria: la lucha feminista no es una lucha de mujeres, es una lucha hecha por las mujeres en una búsqueda de la una mejora ética de la humanidad en su conjunto, es decir desde y por el amor a la humanidad.





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