jueves, 22 de julio de 2010


SIGNIFICADO DEL BICENTENARIO (IX)

1810: EL SIGLO XIX PRESERVÓ LA INDEPENDENCIA

Por José Fernando Ocampo T.

Colombia fue plenamente independiente durante el siglo XIX. El país no perdió lo que había ganado el 7 de agosto de 1819, a pesar de los peligros y las amenazas de reconquista provenientes desde Europa.

Ninguna potencia extranjera retomó el control colonial que había dejado España. Tenía el país que definir y defender sus límites nacionales. Era necesario transformar la organización colonial. Se imponía la necesidad de una organización estatal. Hacía falta una economía interna. Había que unificar las constituciones regionales y adoptar una de carácter nacional.

Sin una condición definida de Estado, resultaba imposible hablar de gobierno y de leyes. A dos siglos de distancia toda esta organización de país hoy se da por descontada. En ese momento era crucial.

Entonces emergieron aquellas concepciones que habían permanecido subterráneas o apaciguadas en la lucha por la independencia y proliferaron los conflictos.

Rápidamente fue descartada la alternativa monárquica propiciada por Bolívar y Urdaneta. Y de entrada se planteó como un elemento fundamental la relación del Estado recién fundado con la Iglesia Católica, cuyas raíces provenían de la Colonia.

A medida que fueron aflorando las contradicciones y fueron fundamentándose las distintas posiciones frente a la dirección del Estado y a la estructuración económica del país, aparecieron los partidos políticos, el Partido Liberal y el Partido Conservador, cada uno de ellos con posiciones ideológicas que definirían el rumbo nacional en medio de luchas políticas y guerras civiles.

Un elemento fundamental de la nueva Nación fue el económico. Debería haber tenido prioridad el impulso de la industrialización que tomaba auge en Europa.

Para ello se requerían transformaciones fundamentales en la agricultura y en la economía artesanal, porque dependía de una acumulación de capital que no existía en el país y de la división del trabajo que significaba el desarrollo de una clase proletaria, libre de la propiedad privada de medios de producción propia de la artesanía.

Tomás Cipriano de Mosquera entendió que para ello era necesaria la transformación radical de la propiedad agraria y, para ello, expropió las tierras amortizadas de la Iglesia que consideraba el obstáculo fundamental para una reforma agraria.

Para la acumulación de capital, sin la cual resultaba imposible una inversión en industria capitalista, se imponía abrirle el paso al libre mercado, en ese momento histórico el medio expedito para lograrla.

Mosquera, con su ministro Florentino González, rompió la oposición del artesanado, enemigo de la transformación industrial y abrió paso a la acumulación con base en la liberación del comercio.

Los avatares procelosos del período de la política radical entre 1863 y 1880, se convirtieron en un obstáculo para la consecución de resultados económicos deseables.

El advenimiento de la Regeneración dirigido por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro condujo el país a un estancamiento económico de medio siglo.

La industrialización del país se retrasó y vino a desarrollarse en condiciones ya muy desfavorables. A Núñez le aterrorizaba un posible surgimiento del proletariado industrial al que había visto organizarse por toda Europa en sindicatos y huelgas por mejores condiciones de vida.

La alianza política que había logrado Bolívar en la lucha independentista entre enciclopedistas, partidarios de la Revolución francesa, demócratas radicales de modelo estadounidense, monárquicos, católicos fundamentalistas, católicos progresistas, se volvió pedazos una vez la Nación tomó su marcha.

Quizás ninguna contradicción tan aguda como la religiosa, demarcada por los intereses económicos de la Iglesia, de los terratenientes y el campesinado. Ni siquiera la carta de Mosquera a Pio IX explicándole el sentido de su reforma agraria y manifestándole su condición de católico, lograron impedir su excomunión y la rebelión del Partido Conservador, de los obispos y de los párrocos por todo el país contra la desamortización de las tierras.

¿No fue acaso producto de ello la rebelión del Partido Conservador en la guerra de 1876 contra la reforma educativa de los radicales, cuyos seguidores organizaron los ejércitos con títulos de santos y denominaciones de la Virgen, en una especie de guerra santa?

Toda ese levantamiento condujo al triunfo de Núñez, a su alianza con el sector fundamentalista del Partido Conservador dirigido por Caro, a la Constitución del 86, al Concordato con la Iglesia, sobre la base de la recuperación de las tierras, del control absoluto sobre la educación y, por supuesto, sobre la bendición al matrimonio de Núñez con Soledad Román.

Núñez derrotó al Partido Liberal en la guerra del 85, lo redujo a la mínima expresión con la ayuda decidida de Caro, impuso un régimen dictatorial y llevó la economía a un estancamiento secular. Un punto estratégico le dio el triunfo: su oposición fundamental contra el federalismo de los radicales heredado de la Constitución de Rionegro.

Una nota sobre la educación. Cada vez que la política tomó un rumbo contrario al anterior, un sector que sufrió de inmediato, fue el educativo.

La secularización de la educación de Santander enfrentó todo tipo de embates, fue desmontada y vuelta a establecer una y otra vez.

Entre el carácter secular y el control religioso siempre tuvo sus efectos cada guerra y cada gobierno de régimen político contradictorio. La última fue la ya mencionada reforma de 1870 de los radicales liberales.

Con la Constitución del 86, el Concordato y la hegemonía de la Iglesia Católica, sucumbió y no vino sino a liberarse de amarras concordatarias hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX.

Contra el control ejercido por la Iglesia durante la Colonia vino la reforma de Santander; contra los ires y venires de cada control político surgió la reforma de los radicales; contra el carácter secular Núñez impuso el control eclesiástico por casi un siglo. La educación siempre constituyó un foco de lucha y enfrentamiento entre el Partido Liberal y el Partido Conservador.

De todas maneras, entre 1819 y 1903, la soberanía nacional ganada con la lucha de independencia que se inició el 20 de julio de 1810, se conservó incólume.

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Una reflexión sobre la independencia de Colombia

Miguel Angel Herrera Zgaib

Una nota sobre lo escrito por José Fernando Ocampo

Lo escrito por José Fernando Ocampo ofrece una cuota inicial para un debate de muchos kilates que va más allá de lo que pueda decirse y discutirse en el Congreso de Historia que coincide con la celebración del bicentenario. Lo primero que sorprende es el abandono relativo en el análisis político de una perspectiva de clase sin caer en obviedades y esquematismo de cualquier prosapia o familia ideológica de izquierda, derecha o centro, que de todas hay.


José Fernando nos tenía acostumbrado a reflexiones en el campo educativo, pero ahora éstas aparecen como tangenciales a la problemática que propone este escrito, para decirnos que en el siglo XIX no se afectó la independencia nacional conquistada en las guerras que dirigieron Bolívar y Santander. Lo cual, a mi modo de ver, se enfrenta con dos hechos notables: la celebración del Concordato con el estado vaticano en 1885, de una parte; y de otra con la pérdida de Panamá en la acción imperialista estadounidense que culminó con la separación del Estado soberano de Panamá. En lo interno, por demás, se hace una lectura de las sociedades democráticas simplista, en la que la lectura de Florentino González prima por sobre todas las cosas.

Por último, cuando se habla hoy de poscolonialidad, entre otras, aparece la consideración de los subalternos, de los grupos y clases subalternas, de los vencidos, en el sentido de Benjamin, o del modo como alude a ell@s Scott. Pero, de esto nada en la escogencia del brillante intelectual que es Ocampo. Pero, bueno, se trata de una cuota inicial en un debate que es necesario madurar a golpes de inteligencia, interlocución, hechos y argumentos.

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