viernes, 7 de agosto de 2020

 

SERIE CRISIS ORGÁNICA. Parte II.

Fases tardías de la ecuación sociedad política y sociedad civil en Colombia.

Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D.

Presidente IGS-Colombia, Director Grupo PyP, Revista Pensamiento de Ruptura

 

“El estado nacional es lo que ocurre cuando la sociedad civil se ha convertido en nación y tiene un solo poder político; es decir, el estado nacional es algo así como la culminación de la nación.” René Zavaleta, Notas sobre la cuestión nacional en América Latina. CIDES, México, 1983, p. 282.

                                       En la escucha atenta de Lucio Oliver, el colega estudioso de Gramsci y el pensamiento latinoamericano contemporáneo, nuestro invitado especial del XII Foro Palabra y Acción, 2020, quiero disponerme a probar las virtudes de la denominada ecuación social que integra al Estado y la sociedad civil, que él nos ha expuesto aplicada en el laboratorio mexicano del presente con algunas ejemplificaciones complementarias aludiendo al Brasil, Argentina, Ecuador y Venezuela.

La ecuación social es un dispositivo heurístico y metodológico presentado de modo original en los trabajos del sociólogo boliviano René Zavaleta, primer director de Flacso, México, brillante divulgador e intérprete de la obra gramsciana, así como las contribuciones de su notable discípulo, Luis Tapia, autor del libro El momento constitutivo del estado moderno capitalista en Bolivia. (Tapia, 2016).

Dicha ecuación social yo la traduzco en el lenguaje original de Gramsci en relación con la existencia de las superestructuras complejas, esto es, la sociedad civil y la sociedad política, que en su integración a través de la forma intelectual, y sus funcionarios de primera línea, los intelectuales, le da existencia al estado integral y/o ampliado.

Estos intelectuales resultan ser la clave de bóveda de un determinado bloque histórico nacional, y es importante tenerlos bien presentes, tanto al Innombrable como a su séquito organizado dentro y fuera del Centro Democrático, el partido de la reacción en Colombia.

De otra parte, en interlocución con el colega politólogo boliviano Luis Tapia, aprovecho su libro, para articular a mi reflexión lo que él llama al inicio “tiempo político o coyuntura de cambio en la articulación de estos niveles (modo de producción, formación social, tipo de sociedad, tipo de estado, tipos de estado, tipo de civilización y forma primordial) y del carácter global de la nueva síntesis lanzada como proyecto político y social” (Tapia, 2016, p. 13)

Enseguida trataré la que denomino crisis de hegemonía de la forma estatal de Colombia en un tiempo de la guerra de posiciones denominado coyuntura estratégica, propio de la lógica político operacional puesta en juego por los antagonistas. En concreto, me refiero a la que resultó del pacto con la tercería llamada Alianza Democrática/M19.

Esta se plasmó en el proceso de la Constituyente de 1990/1991, que persiste pese a todas sus reformas reaccionarias, en artículos como el 13, que prometen de parte del Estado la igualdad real y efectiva para los colombianos, y, de modo especial, para las minorías sumidas en la desigualdad desde el tiempo de la dominación colonial.

Así que para avanzar en el análisis situémonos en 1998/99, cuando se manifiesta una nueva crisis de hegemonía, de una serie que se dieron a partir de 1947/48. Esta coyuntura es relevante porque singulariza el arranque histórico social de una crisis orgánica del sistema capitalista periférico/dependiente colombiano de larga duración.

La Crisis la caracteriza una tercera separación política de grupos subalternos urbanos y campesinos del control del bipartidismo liberal/conservador que nació luego de la crisis orgánica del medio siglo XIX, que rompió amarras parciales con el régimen colonial supérstite a la gesta de la independencia.

Después de la insurrección espontánea fallida de abril/mayo de 1948, lo que queda del lado subalterno es una resistencia armada campesina y urbana que  mutará en una primera insurgencia subalterna moderna estable que resiste cada vez más, y en los años 80 y 90 conquista los mayores éxitos militares enfrentando la guerra social que lanza el bloque dominante con el objetivo de liquidar y exterminar las guerrillas izquierdistas nacionalistas.  

La cadena de triunfos de las Farc-Ep coincide con la crisis internacional parcial del sistema capitalista, 1998/99, cuya onda larga golpeó en forma severa las economías y los términos de intercambio de los mercados conectados con Rusia, Brasil y  Colombia.

 Es la presidencia del conservador Andrés Pastrana, una coyuntura propicia porque promete una nueva negociación de paz con la insurgencia guerrillera más poderosa militarmente, las Farc-Ep, que fracasó con Belisario Betancur. Pastrana ensayó en compañía del centinela imperial, presidido por el demócrata Clinton, una estrategia de revolución pasiva con un componente internacional, el Plan Colombia.

El nuevo escenario político de la guerra de posiciones y la pararepública in nuce

El Plan Colombia define en últimas, para reforzar el estado aparente, de un capitalismo periférico y dependiente como lo es el de Colombia, el nuevo escenario estratégico de guerra de posiciones. Es el entronque principal de una crisis que golpea la sociedad civil, en materia de producción económico-social, con crecimiento económico que entonces estuvo en -4,2 % del PIB. Y que ahora alcanzará el -7,5%, y otros más realistas pronostican llegará hasta el -9%.

De otra parte, entre 1992 y el 2001, se de-democratiza el orden político nacional,[1] y se degenera el Régimen político Neopresidencial instituido; de una parte, asediado por la seguidilla de victorias insurgentes; y de otra, reforzado este estado de cosas por una crisis de legitimidad sobredeterminada por la rampante crisis económica, y las demandas crecientes por igualdad, inclusión y participación de los subalternos sociales a través de movilizaciones a lo largo y ancho de la república.

En ese modo y a tiempo vino el “auxilio” interesado, ofrecido al bloque dominante colombiano en ascuas, por la presidencia imperial estadounidense a cargo de Bill Clinton. La cabeza del orden imperial global enfrentaba con guerras preventivas un primer ascenso democrático de la multitud subalterna en diferentes regiones y continentes. Todo desembocaría en la invasión preventiva y punitiva de Iraq, como advertencia al vecino Irán, Siria y Palestina en el polvorín del petróleo que es el Medio Oriente más Arabia Saudita.

En simultánea, los subalternos animaban con interrupciones la cuarta ola democrática de rebeliones, insurrecciones y desobediencia civil que no consiguieron una transformación revolucionaria de ningún orden capitalista; pero, sí produjeron el derrumbe de lo que quedaba del bloque de estados nación socialistas, con el derrumbe definitivo de la Unión Soviética, y la derrota electoral de la revolución nicaragüense que aceptó una transición pacífica a un gobierno liberal presidido por Violeta Chamorro.

En Colombia, el Régimen Neopresidencial, con la ejecución del Plan Colombia, y el establecimiento de 7 bases norteamericanas en su territorio, mutó a un Régimen Parapresidencial, caracterizado por el uso discrecional de la excepcionalidad de derecho, cuando la constitución lo permitía, y, en paralelo, de hecho, con el modelo paramilitar  construido y recreado en la experiencia reaccionaria de las Convivir, ensayada por el ganadero y terrateniente Álvaro Uribe Vélez y su secretario de gobierno, Pedro Juan Moreno, en la gobernación de Antioquia.

La guerra social paraestatal, al servicio de la política pública de guerra, punta de lanza de la revolución pasiva al servicio de la acumulación neoliberal capitalista transnacional que entronizó el Plan Colombia, estuvo embozada primero con el modelo de las cooperativas de vigilancia civil que fueron jurídicamente desmontadas; se extendió “regándose como verdolaga”.

 La experiencia de cooptar la sociedad civil, a través del modelo de la Pararepública, impuesta a sangre y fuego, tortura, desapariciones y violaciones ejemplares llegó a todos los escenarios de la disputa agraria, primero, y luego, urbana, con las masacres de la Comuna 13 y el Aro como muestra.

Hasta convertirse en el bloque militar reaccionario de las AUC, coequipero abierto o encubierto de las FF.AA más la Policía, desdibujada in totto de su función civilista original, con el cometido de quitar y someter la base social de la insurgencia subalterna, para luego liquidar, exterminar a sus destacamentos militares.

Primero que todo, el objetivo principal eran las Farc-Ep, que se había mostrado en público durante la negociación de San Vicente del Caguán, exhibiendo su carácter de fuerza beligerante en ejercicio circunscrito de soberanía compartida en 5 municipios del departamento del Meta.

 (Continua)



[1] De-democratización es la expresión utilizada por el sociólogo político estadounidense Charles Tilly, al estudiar la suerte de las democracias populares dependientes del bloque soviético, a la caída de éste. Reflexiones que plasmó en su libro Democracia, del que existe ya traducción al castellano.

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