martes, 11 de agosto de 2020

 

SERIE CRISIS ORGANICA. PARTE III.

Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D.

Crisis de hegemonía: régimen parapresidencial y pararepública

“Hoy, ésta es una república sujeta al régimen parapresidencial cuya genealogía autoritaria rastreamos previamente en un libro colectivo dedicado a la seguridad y la gobernabilidad democrática, Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). En: El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia (2007). Unijus. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá,  p. 7

                                                      Las diversas campañas militares lanzadas con la cobertura tecnológica y financiera del Plan Colombia, durante las dos presidencias de quien fuera antes el gobernador “pacificador” de Antioquia, probaron que la ecuación guerra y paz la inclinaba la elite dominante, - económica y política, hegemónica en el bloque del poder -, al extremo de la guerra, y así, a una “renovada” forma de dictadura civil que parecía desterrada por 1991.

Dicho de otro modo, el remedo de estado integral de Colombia, la ecuación sociedad política (estado en su sentido estrecho) y sociedad civil (entramado de “organismos privados” que gestionan la propiedad capitalista privada y pública) obraba y obra en función de la guerra, de la dominación bajo la fórmula del Régimen Parapresidencial.

De ese modo, el bloque dominante que experimenta una nueva crisis de hegemonía, abierta con la recesión económica y los triunfos guerrilleros de los años 90, echaba mano con descaro y desparpajo a la excepcionalidad de hecho y de derecho.

Dándole existencia a una modalidad de “Estado aparente”, como lo definía René Zavaleta, cuando estudió a Bolivia y la América Latina de los golpes de estado y la doctrina de la seguridad nacional. Porque en lugar de una revolución activa, expandía  el curso de una revolución pasiva, esto es, el afianzamiento de la contrarreforma neoliberal, con la ausencia de los grupos y clases subalternas, a quienes se negaba tout court la democracia participativa firmada en la Constitución de 1991. De ello queda constancia escrita en su preámbulo, y los artículos 1, 3, 13, convertidos ahora en piezas de museo de la paleontología política colombiana.

De la otra parte, los grupos sociales subalternos, la sociedad abigarrada que teorizó René Zavaleta en el tiempo de la revolución boliviana de 1951/52, desarrollaron de manera permanente formas de resistencia contra el accionar sanguinario de la dictadura civil.

A los delegados elegidos a la Constituyente pareció, cuando deliberaban, en específico la abigarrada representación de la AD/M19, y otras fuerzas de izquierda y minorías, haberse quedado en el aciago recuerdo de la generación del estado de sitio y el Nadaismo. Una sociedad fracturada, dividida y enfrentada que amagaba con reconciliarse.

 Mientras tanto, de la mano de Cepedín y De la Calle, el primer presidente neoliberal, César Gaviria, metía por debajo del saco con fuerza constitucional la apertura; y le daba condiciones al mayor narcotraficante, Pablo Escobar y asociados el cartel de Medellín, esto es, licencia  para operar sus negocios ilícitos desde la cárcel, a la que entró con la venia del padre del minuto de Dios, uno de sus beneficiarios más connotados.

La oposición armada, con la preeminencia de la insurgencia de las Farc-Ep, no fue sometida en el tiempo de guerra bajo la égida de Uribe Vélez; pero sí dispuso a la insurgencia más activa, la persuadió para una nueva negociación de paz. En avance de ese proyecto reformista su máximo dirigente político-militar, Alfonso Cano, fue ejecutado sumariamente por orden del presidente de la paz, su sucesor non sancto, Juan Manuel.

El episodio de la paz neoliberal

Juan Manuel Santos es el presidente de la paz neoliberal, con el beneplácito de la administración del demócrata Barack Obama. Él fue contra-reformador por excelencia. Cambió la táctica del bloque dominante engatusando a la reacción, en parte.

Al no haber podido liquidar Uribe Vélez y su mindefensa, el ahora presidente, la defensiva estratégica de la insurgencia, una vez replegada a su retaguardia histórica y vuelta a las operaciones de comando. Ya para el 2008, los subalternos en armas habían probado su fortaleza y eficacia defensivas, pero no para insistir en una guerra popular prolongada, luego de haber resistido,combatido medio siglo, y ensayado la ofensiva que fracasó ante el pode áereo, que no tenían, y el monitoreo realizado de manera conjunta por los gobiernos aliados de EUA y Colombia.

El actual es el tiempo de la disputa hegemónica de la sociedad civil, por la política está va control de la reacción y la derecha en concierto. Es la hora de las trincheras y casamatas, en las que el bloque oligárquico dominante y sus intelectuales pueden cantar victoria, porque, durante este periodo preneoliberal que aclimata el presidente Barco, el sentido común capitalista empieza a imponerse en los crecientes estratos de clase media urbana, semi-rural y rural, en menor medida, que se incorporan como consumidores regulares de los bienes ofrecidos por el mercado capitalista ampliado por las exportaciones.

 La sociedad política sigue bajo control del bloque dominante, con la excepción de Bogotá, algunas capitales y dos gobernaciones más. Al haberle quebrado el espinazo militar a su principal adversario/enemigo las Farc-Ep, el monopolio legítimo de la fuerza, bajo la campaña “admirable” de la Seguridad Democrática empezaba también a encauzarse conquistando primero la sociedad civil rural, donde la imposición del así llamado "estado comunitario" extiende sus tentáculos con la presencia de los "guardias blancos."

 La nueva fracción hegemónica al interior del bloque dominante escuchó la  hora de nona, para no sólo luchar para obtener la dominación sin hegemonía, sino que también se lanzó a la conquista total de la hegemonía. La dirección político-militar e intelectual está encabezada por Juan Manuel Santos con el beneplácito del partido Demócrata estadounidense, y los buenos oficios del neo-laborismo de Tony Blair, predicador de la tercera vía. 

Por eso, él aceptó el reto de realizar la negociación de paz, eso sí, sin tocar los basamentos de su poder económico y social, porque sobre el que se levanta la arquitectura de la explotación y la dominación. En suma, él y sus negociadores impusieron a las Farc-Ep la paz neoliberal, y la versión subalterna quedó enredada en más de 500 páginas que ocupan los acuerdos de La Habana y Bogotá.  

El comienzo de esta disputa se cerró con los acuerdos de La Habana y el Colón, en Bogotá, que firmaron Santos, por el establecimiento, y Timochenko por la insurgencia subalterna al final del 2018. Entramos en el tiempo del que denomino desenlace de la crisis de hegemonía que define coordenadas de una coyuntura estratégica.

Desenlace económico y político 

Este proceso de tránsito a la paz neoliberal se extiende desde la posesión de su primera presidencia hasta hoy, cuando quien gobierna es Iván Duque, delfín del ala reaccionaria del bloque dominante que volvió a liderar con descaro el senador Álvaro Uribe Vélez, luego de perpetrado el fraude electoral con el que se le birló la presidencia al más votado candidato a la presidencia en representación de los grupos y clases subalternas de la historia contemporánea de Colombia.

 Delante de la nueva oligarquía bipartidista, sus abuelos rememoraron lo acontecido en el mismo recinto, al firmarse de modo solemne la paz neoliberal, cuando en un teatro Colón relleno hasta “el gallinero”, desde donde protestaba el universitario Fidel Castro Rus, se reemplazó la Unión Panamericana por la OEA, con la tutela imperialista de los Estados Unidos, y la arrogante presencia del general Marshall, y la obsecuente presencia del canciller Laureano Gómez, su maestro de ceremonias.

Esto ocurría 68 años atrás, y le fue prohibida la participación a Jorge E. Gaitán, la principal figura de la oposición liberal popular. Así se perfeccionó la doctrina Monroe, de hegemonía continental bajo la protección imperialista estadounidense primero.

El único momento de respiro pasajero fue la presidencia de los no alineados con Belisario Betancur, lo cual sepultó el asalto militar al palacio de justicia, y el genocidio perpetrado de modo impune, con el pretexto de reprimir la toma de las Cortes por un comando armado del M19, que enjuciaba la condición “faltona” del adalid de la paz.

(Continua)

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