sábado, 15 de agosto de 2020
martes, 11 de agosto de 2020
SERIE CRISIS ORGANICA. PARTE III.
Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D.
Crisis de hegemonía: régimen parapresidencial y pararepública
“Hoy, ésta es una república
sujeta al régimen parapresidencial cuya genealogía autoritaria rastreamos
previamente en un libro colectivo dedicado a la seguridad y la gobernabilidad
democrática, Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). En:
El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia (2007). Unijus.
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá,
p. 7
Las diversas campañas militares lanzadas con la cobertura tecnológica y
financiera del Plan Colombia, durante las dos presidencias de quien fuera antes
el gobernador “pacificador” de Antioquia, probaron que la ecuación guerra y paz
la inclinaba la elite dominante, - económica y política, hegemónica en el
bloque del poder -, al extremo de la guerra, y así, a una “renovada” forma de
dictadura civil que parecía desterrada por 1991.
Dicho de otro modo, el remedo de estado integral de Colombia,
la ecuación sociedad política (estado en su sentido estrecho) y sociedad civil
(entramado de “organismos privados” que gestionan la propiedad capitalista
privada y pública) obraba y obra en función de la guerra, de la dominación bajo
la fórmula del Régimen Parapresidencial.
De ese modo, el bloque dominante que experimenta una nueva
crisis de hegemonía, abierta con la recesión económica y los triunfos guerrilleros
de los años 90, echaba mano con descaro y desparpajo a la excepcionalidad de
hecho y de derecho.
Dándole existencia a una modalidad de “Estado aparente”, como
lo definía René Zavaleta, cuando estudió a Bolivia y la América Latina de los golpes
de estado y la doctrina de la seguridad nacional. Porque en lugar de una
revolución activa, expandía el curso de
una revolución pasiva, esto es, el afianzamiento de la contrarreforma
neoliberal, con la ausencia de los grupos y clases subalternas, a quienes se negaba
tout court la democracia
participativa firmada en la Constitución de 1991. De ello queda constancia
escrita en su preámbulo, y los artículos 1, 3, 13, convertidos ahora en piezas
de museo de la paleontología política colombiana.
De la otra parte, los grupos sociales subalternos, la
sociedad abigarrada que teorizó René Zavaleta en el tiempo de la revolución
boliviana de 1951/52, desarrollaron de manera permanente formas de resistencia
contra el accionar sanguinario de la dictadura civil.
A los delegados elegidos a la Constituyente pareció, cuando
deliberaban, en específico la abigarrada representación de la AD/M19, y otras
fuerzas de izquierda y minorías, haberse quedado en el aciago recuerdo de la
generación del estado de sitio y el Nadaismo. Una sociedad fracturada, dividida
y enfrentada que amagaba con reconciliarse.
Mientras tanto, de la
mano de Cepedín y De la Calle, el primer presidente neoliberal, César Gaviria, metía
por debajo del saco con fuerza constitucional la apertura; y le daba
condiciones al mayor narcotraficante, Pablo Escobar y asociados el cartel de
Medellín, esto es, licencia para operar sus
negocios ilícitos desde la cárcel, a la que entró con la venia del padre del
minuto de Dios, uno de sus beneficiarios más connotados.
La oposición armada, con la preeminencia de la insurgencia de
las Farc-Ep, no fue sometida en el tiempo de guerra bajo la égida de Uribe
Vélez; pero sí dispuso a la insurgencia
más activa, la persuadió para una nueva negociación de paz. En avance de ese
proyecto reformista su máximo dirigente político-militar, Alfonso Cano, fue
ejecutado sumariamente por orden del presidente de la paz, su sucesor non sancto, Juan Manuel.
El episodio de la paz
neoliberal
Juan Manuel Santos es el presidente de la paz neoliberal,
con el beneplácito de la administración del demócrata Barack Obama. Él fue
contra-reformador por excelencia. Cambió la táctica del bloque dominante engatusando a la reacción, en parte.
Al no haber podido liquidar Uribe Vélez y su mindefensa, el
ahora presidente, la defensiva estratégica de la insurgencia, una vez replegada a su
retaguardia histórica y vuelta a las operaciones de comando. Ya para el 2008,
los subalternos en armas habían probado su fortaleza y eficacia defensivas, pero no para
insistir en una guerra popular prolongada, luego de haber resistido,combatido
medio siglo, y ensayado la ofensiva que fracasó ante el pode áereo, que no tenían, y el monitoreo realizado de manera conjunta por los gobiernos aliados de EUA y Colombia.
El actual es el tiempo de la disputa hegemónica de la sociedad
civil, por la política está va control de la reacción y la derecha en concierto. Es la hora de las trincheras y casamatas, en las que el bloque
oligárquico dominante y sus intelectuales pueden cantar victoria, porque,
durante este periodo preneoliberal que aclimata el presidente
Barco, el sentido común capitalista empieza a imponerse en los crecientes
estratos de clase media urbana, semi-rural y rural, en menor medida, que se incorporan como consumidores regulares de los bienes ofrecidos por el mercado capitalista ampliado por las exportaciones.
La sociedad política
sigue bajo control del bloque dominante, con la excepción de Bogotá, algunas
capitales y dos gobernaciones más. Al haberle quebrado el espinazo militar a su
principal adversario/enemigo las Farc-Ep, el monopolio legítimo de la fuerza,
bajo la campaña “admirable” de la Seguridad Democrática empezaba también a
encauzarse conquistando primero la sociedad civil rural, donde la imposición del así llamado "estado comunitario" extiende sus tentáculos con la presencia de los "guardias blancos."
La nueva fracción hegemónica al interior del bloque dominante escuchó la hora de nona, para no sólo luchar para obtener la dominación sin hegemonía, sino que también se lanzó a la conquista total de la hegemonía. La dirección político-militar e intelectual está encabezada por Juan Manuel Santos con el beneplácito del partido Demócrata estadounidense, y los buenos oficios del neo-laborismo de Tony Blair, predicador de la tercera vía.
Por eso, él aceptó el reto de
realizar la negociación de paz, eso sí, sin tocar los basamentos de su poder
económico y social, porque sobre el que se levanta la arquitectura de la
explotación y la dominación. En suma, él y sus negociadores impusieron a las Farc-Ep la paz neoliberal, y la versión subalterna quedó enredada en más de 500 páginas que ocupan los acuerdos de La Habana y Bogotá.
El comienzo de esta disputa se cerró con los acuerdos de La Habana y el Colón, en Bogotá, que firmaron Santos, por el establecimiento, y Timochenko por la insurgencia subalterna al final del 2018. Entramos en el tiempo del que denomino desenlace de la crisis de hegemonía que define coordenadas de una coyuntura estratégica.
Desenlace económico y político
Este proceso de tránsito a la paz neoliberal se extiende desde la posesión de su primera presidencia hasta hoy, cuando quien gobierna es Iván Duque, delfín del ala reaccionaria del bloque dominante que volvió a liderar con descaro el senador Álvaro Uribe Vélez, luego de perpetrado el fraude electoral con el que se le birló la presidencia al más votado candidato a la presidencia en representación de los grupos y clases subalternas de la historia contemporánea de Colombia.
Delante de la nueva
oligarquía bipartidista, sus abuelos rememoraron lo acontecido en el mismo
recinto, al firmarse de modo solemne la paz neoliberal, cuando en un teatro
Colón relleno hasta “el gallinero”, desde donde protestaba el universitario
Fidel Castro Rus, se reemplazó la Unión Panamericana por la OEA, con la tutela
imperialista de los Estados Unidos, y la arrogante presencia del general
Marshall, y la obsecuente presencia del canciller Laureano Gómez, su maestro de
ceremonias.
Esto ocurría 68 años atrás, y le fue prohibida la
participación a Jorge E. Gaitán, la principal figura de la oposición liberal
popular. Así se perfeccionó la doctrina Monroe, de hegemonía continental bajo
la protección imperialista estadounidense primero.
El único momento de respiro pasajero fue la presidencia de
los no alineados con Belisario Betancur, lo cual sepultó el asalto militar al
palacio de justicia, y el genocidio perpetrado de modo impune, con el pretexto
de reprimir la toma de las Cortes por un comando armado del M19, que enjuciaba
la condición “faltona” del adalid de la paz.
(Continua)
viernes, 7 de agosto de 2020
SERIE CRISIS
ORGÁNICA. Parte II.
Fases
tardías de la ecuación sociedad política y sociedad civil en Colombia.
Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D.
Presidente IGS-Colombia, Director Grupo PyP, Revista Pensamiento de Ruptura
“El estado
nacional es lo que ocurre cuando la sociedad civil se ha convertido en nación y
tiene un solo poder político; es decir, el estado nacional es algo así como la
culminación de la nación.” René Zavaleta, Notas sobre la cuestión nacional en
América Latina. CIDES, México, 1983, p. 282.
En la
escucha atenta de Lucio Oliver, el colega estudioso de Gramsci y el pensamiento
latinoamericano contemporáneo, nuestro invitado especial del XII Foro Palabra y
Acción, 2020, quiero disponerme a probar las virtudes de la denominada ecuación social que integra al Estado y
la sociedad civil, que él nos ha expuesto aplicada en el laboratorio mexicano
del presente con algunas ejemplificaciones complementarias aludiendo al Brasil,
Argentina, Ecuador y Venezuela.
La ecuación social es un dispositivo heurístico y metodológico
presentado de modo original en los trabajos del sociólogo boliviano René
Zavaleta, primer director de Flacso, México, brillante divulgador e intérprete
de la obra gramsciana, así como las contribuciones de su notable discípulo,
Luis Tapia, autor del libro El momento
constitutivo del estado moderno capitalista en Bolivia. (Tapia, 2016).
Dicha ecuación social yo la traduzco
en el lenguaje original de Gramsci en relación con la existencia de las
superestructuras complejas, esto es, la sociedad civil y la sociedad política,
que en su integración a través de la forma intelectual, y sus funcionarios de
primera línea, los intelectuales, le da existencia al estado integral y/o
ampliado.
Estos intelectuales resultan ser la
clave de bóveda de un determinado bloque histórico nacional, y es importante
tenerlos bien presentes, tanto al Innombrable como a su séquito organizado
dentro y fuera del Centro Democrático,
el partido de la reacción en Colombia.
De otra parte, en interlocución con
el colega politólogo boliviano Luis Tapia, aprovecho su libro, para articular a
mi reflexión lo que él llama al inicio “tiempo político o coyuntura de cambio
en la articulación de estos niveles (modo de producción, formación social, tipo
de sociedad, tipo de estado, tipos de estado, tipo de civilización y forma
primordial) y del carácter global de la nueva síntesis lanzada como proyecto
político y social” (Tapia, 2016, p. 13)
Enseguida trataré la que denomino
crisis de hegemonía de la forma estatal de Colombia en un tiempo de la guerra
de posiciones denominado coyuntura estratégica, propio de la lógica político
operacional puesta en juego por los antagonistas. En concreto, me refiero a la
que resultó del pacto con la tercería llamada Alianza Democrática/M19.
Esta se plasmó en el proceso de la Constituyente
de 1990/1991, que persiste pese a todas sus reformas reaccionarias, en
artículos como el 13, que prometen de parte del Estado la igualdad real y
efectiva para los colombianos, y, de modo especial, para las minorías sumidas
en la desigualdad desde el tiempo de la dominación colonial.
Así que para avanzar en el análisis
situémonos en 1998/99, cuando se manifiesta una nueva crisis de hegemonía, de
una serie que se dieron a partir de 1947/48. Esta coyuntura es relevante porque
singulariza el arranque histórico social de una crisis orgánica del sistema
capitalista periférico/dependiente colombiano de larga duración.
La Crisis la caracteriza una tercera
separación política de grupos subalternos urbanos y campesinos del control del
bipartidismo liberal/conservador que nació luego de la crisis orgánica del medio
siglo XIX, que rompió amarras parciales con el régimen colonial supérstite a la
gesta de la independencia.
Después de la insurrección espontánea
fallida de abril/mayo de 1948, lo que queda del lado subalterno es una
resistencia armada campesina y urbana que
mutará en una primera insurgencia subalterna moderna estable que resiste
cada vez más, y en los años 80 y 90 conquista los mayores éxitos militares
enfrentando la guerra social que lanza el bloque dominante con el objetivo de
liquidar y exterminar las guerrillas izquierdistas nacionalistas.
La cadena de triunfos de las Farc-Ep
coincide con la crisis internacional parcial del sistema capitalista, 1998/99,
cuya onda larga golpeó en forma severa las economías y los términos de
intercambio de los mercados conectados con Rusia, Brasil y Colombia.
Es la presidencia del conservador Andrés
Pastrana, una coyuntura propicia porque promete una nueva negociación de paz
con la insurgencia guerrillera más poderosa militarmente, las Farc-Ep, que
fracasó con Belisario Betancur. Pastrana ensayó en compañía del centinela imperial,
presidido por el demócrata Clinton, una estrategia de revolución pasiva con un
componente internacional, el Plan Colombia.
El nuevo
escenario político de la guerra de posiciones y la pararepública in nuce
El Plan Colombia define en últimas,
para reforzar el estado aparente, de un capitalismo periférico y dependiente
como lo es el de Colombia, el nuevo escenario estratégico de guerra de
posiciones. Es el entronque principal de una crisis que golpea la sociedad
civil, en materia de producción económico-social, con crecimiento económico que
entonces estuvo en -4,2 % del PIB. Y que ahora alcanzará el -7,5%, y otros más
realistas pronostican llegará hasta el -9%.
De otra parte, entre 1992 y el 2001,
se de-democratiza el orden político nacional,[1] y
se degenera el Régimen político Neopresidencial instituido; de una parte,
asediado por la seguidilla de victorias insurgentes; y de otra, reforzado este
estado de cosas por una crisis de legitimidad sobredeterminada por la rampante crisis
económica, y las demandas crecientes por igualdad, inclusión y participación de
los subalternos sociales a través de movilizaciones a lo largo y ancho de la
república.
En ese modo y a tiempo vino el “auxilio”
interesado, ofrecido al bloque dominante colombiano en ascuas, por la
presidencia imperial estadounidense a cargo de Bill Clinton. La cabeza del
orden imperial global enfrentaba con guerras preventivas un primer ascenso
democrático de la multitud subalterna en diferentes regiones y continentes.
Todo desembocaría en la invasión preventiva y punitiva de Iraq, como
advertencia al vecino Irán, Siria y Palestina en el polvorín del petróleo que
es el Medio Oriente más Arabia Saudita.
En simultánea, los subalternos
animaban con interrupciones la cuarta ola democrática de rebeliones,
insurrecciones y desobediencia civil que no consiguieron una transformación
revolucionaria de ningún orden capitalista; pero, sí produjeron el derrumbe de
lo que quedaba del bloque de estados nación socialistas, con el derrumbe
definitivo de la Unión Soviética, y la derrota electoral de la revolución
nicaragüense que aceptó una transición pacífica a un gobierno liberal presidido
por Violeta Chamorro.
En Colombia, el Régimen Neopresidencial,
con la ejecución del Plan Colombia, y el establecimiento de 7 bases
norteamericanas en su territorio, mutó a un Régimen Parapresidencial,
caracterizado por el uso discrecional de la excepcionalidad de derecho, cuando
la constitución lo permitía, y, en paralelo, de hecho, con el modelo
paramilitar construido y recreado en la
experiencia reaccionaria de las Convivir, ensayada por el ganadero y
terrateniente Álvaro Uribe Vélez y su secretario de gobierno, Pedro Juan
Moreno, en la gobernación de Antioquia.
La guerra social paraestatal, al
servicio de la política pública de guerra, punta de lanza de la revolución
pasiva al servicio de la acumulación neoliberal capitalista transnacional que
entronizó el Plan Colombia, estuvo embozada primero con el modelo de las
cooperativas de vigilancia civil que fueron jurídicamente desmontadas; se
extendió “regándose como verdolaga”.
La experiencia de cooptar la sociedad civil, a
través del modelo de la Pararepública, impuesta a sangre y fuego, tortura,
desapariciones y violaciones ejemplares llegó a todos los escenarios de la
disputa agraria, primero, y luego, urbana, con las masacres de la Comuna 13 y
el Aro como muestra.
Hasta convertirse en el bloque
militar reaccionario de las AUC, coequipero abierto o encubierto de las FF.AA
más la Policía, desdibujada in totto
de su función civilista original, con el cometido de quitar y someter la base
social de la insurgencia subalterna, para luego liquidar, exterminar a sus
destacamentos militares.
Primero que todo, el objetivo
principal eran las Farc-Ep, que se había mostrado en público durante la
negociación de San Vicente del Caguán, exhibiendo su carácter de fuerza
beligerante en ejercicio circunscrito de soberanía compartida en 5 municipios
del departamento del Meta.
[1] De-democratización es
la expresión utilizada por el sociólogo político estadounidense Charles Tilly,
al estudiar la suerte de las democracias populares dependientes del bloque
soviético, a la caída de éste. Reflexiones que plasmó en su libro Democracia,
del que existe ya traducción al castellano.