domingo, 17 de noviembre de 2019


LOS CONFLICTOS HISPANOAMERICANOS
Giovanni Mora Lemus
Nuestra convulsionada realidad sociopolítica ha estado marcada por varios hechos en las últimas semanas, que es necesario registrar en la propia carrera de los acontecimientos. Después de una feroz persecución judicial fue puesto en libertad el líder del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, en un sonado caso, que a juicio de los expertos es otro capítulo de la judialización de la política. Sin embargo, esto no quiere decir que Lula haya sido absuelto, porque el proceso sigue y las tensiones con el gobierno de Bolsonaro serán más agudas.

De otro lado, en las últimas elecciones generales de España irrumpió con más fuerza el partido político Vox. Santiago Abascal un hijo rebelde del Partido Popular es el líder de esta agrupación política; su ideología es de extrema derecha que en el contexto español no es otra cosa que “más franquismo”. Así es, Francisco Franco sigue estando presente en la cultura política del país ibérico.

¡Viva España! Fue el saludo triunfante que hizo Abascal frente a sus seguidores que lo ovacionaban a rabiar. 52 diputados tendrá este partido en el congreso, respaldados por más de 3,6 millones de votos. El camino para poder remontar a este proyecto político que se está tomando a España es la concertación entre el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) Y Unidas Podemos (UP), cosa antes y ahora difícil de conseguir.

El mismo domingo 10 de noviembre

Cuando se conocían los vientos de cambio hacia la derecha en España, los latinoamericanos fuimos testigos de otro golpe de estado blando, tecnicismo al que nos hemos familiarizado con Zelaya en Honduras, Rousseff en Brasil y Lugo en Paraguay. Las fuerzas reaccionarias de Bolivia encabezadas por los candidatos perdedores en las elecciones de octubre pasado; Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, en contubernio con las Fuerzas Armadas pusieron contra las cuerdas a Morales y García Linera. Ambos renunciaron con una pistola en la cabeza.

Al principio los opositores exigían que se realizara una segunda vuelta, pues según ellos, hubo fraude electoral y la distancia entre Morales y Mesa era de menos de diez puntos porcentuales. Sin embargo, la situación cambió y se pasó a exigir la renuncia del indígena-presidente. La violencia apareció como recurso, las casas de los militantes del Movimiento al Socialismo (MAS) fueron quemadas por hordas de gente dispuestas a matar; así las cosas, la salida del presidente y su comitiva hacia México se hizo en cuestión de días.  

Los logros de los gobiernos del MAS son incuestionables: la reducción de la pobreza y la lucha contra la desigualdad social y el racismo son elementos que ningún analista puede soslayar, el empoderamiento de los subalternos es un elemento clave para entender la actual crisis del país andino-amazónico. Ellos sí han logrado quebrar la dominación.  Por supuesto, un error grave fue buscar un cuarto período en cabeza del mismo binomio Morales-García Linera, de ahí se agarraron los golpistas para desconocer los resultados días antes de las elecciones.

El autoproclamado Juan Guaidó dijo que la “renuncia” del indígena, lo había hecho sentir un “fresquito de libertad”, y aprovechó la coyuntura para alentar las marchas del sábado 16 de noviembre en Venezuela. El “demócrata” latinoamericano sí que cree en los golpes cívico-militares amparados por la OEA y el tristemente célebre José Almagro. ¡Ahora sí que peló el cobre Juanito!

La estrategia se repite, una señora de nombre Jeanine Áñez se autoproclamó presidenta encargada 
del país, desconociendo a la Asamblea Legislativa Plurinacional que es controlada por el MAS; nombró un nuevo gabinete ministerial, removió a los funcionarios diplomáticos y expulsó a los médicos cubanos presentes en diferentes misiones. Sin embargo, los subalternos continúan su larga marcha, hay movilizaciones por todo el país, y el golpe de Estado aún no se ha consumado…  

Nos duele Bolivia

Nos duelen los caídos de estos días. Conviene recordar cómo era el país suramericano a mediados del siglo pasado, cuando era imposible pensar que el movimiento indígena se transformaría en una fuerza subalterna.

En un pasaje del libro Entre la Libertad y el miedo, German Arciniegas citaba a Foster Hailey, del New York Times, que visitó en junio de 1951 las minas. El periodista escribió:  
        
“En las minas de plata y estaño de Pulacayo, en el departamento de Potosí, la roca de donde se extrae el metal es tan ardiente que quema al tocarla. Los indios, con solo taparrabos y botas de caucho, pican en la preciosa roca que tanto vale en el mundo industrial de nuestros días. La temperatura alcanza a unos 50 grados. La humedad oscila entre 90 y 95 por ciento. El polvo llena el aire y los pulmones. El bióxido de carbono forma burbujas en el agua helada que cae del techo y rueda por las paredes del socavón.

Durante ocho horas al día, o más, seis días a la semana, 3 a 4 mil hombres, mujeres y niños, entre los 10 y 35 años, tajan la roca, la sacan a la superficie y la escogen para despacharla a las fundiciones mundiales. Por este trabajo reciben jornales en que el más alto, para los hombres, llega a 135 bolivianos al día. (La cotización normal del boliviano es alrededor de 200 por un dólar). Estos mineros son los mejores pagados en Bolivia.

Cuando el trabajo del día se termina, dejan el asfixiante calor de los socavones para alojarse en casas de piedra desnuda. Afuera, en la atmosfera diáfana, a una altura de 15 mil pies, la temperatura es de unos diez grados en el día. Y por las noches corre un frío helado. Los alimentos son pobres y hacen falta vitaminas…se estima que el 60 por ciento de los mineros tienen tuberculosis. La mitad son sifilíticos. La mitad de los niños que nacen mueren dentro del primer año”.                             
    

          


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