El enjambre Democrático
del 21-22 de Noviembre en
Bogotá
Juan Carlos García Lozano,
Profesor de la Universidad Libre
El enjambre camina en las calles, se
reúne en las plazas, se organiza en “combos”.
Lo vemos en todas las direcciones. Es la ciudad moviéndose, dándose sus
propias formas locales, comunales, horizontales. O aprendiendo a hacerlas. Asistimos a la alegría de estar vivos en la resistencia
con el fragor del día: es el banquete compartido con un amor de juventud. Lo
sentimos en el aire, lo vivimos bajo la lluvia. Es la ciudad haciéndose recodo
en cada camino.
Cuando la policía como cuerpo de choque
llega a donde están reunidos los cientos o los miles de integrantes del
enjambre, se les disuelve por la fuerza, una, dos o tres veces. Cada vez más
fuerte, más duro. Entonces, el enjambre rompe su concentración relativa, escapa
huyendo, respira gases tóxicos y se desplaza a otra calle para volver a
concentrarse con arengas, con música en sus ojos, asistiendo nuevamente a la
dicha y al rito de estar vivos enfrentando la excepción del momento.
Los he visto y los he escuchado en el
centro de la capital. De la plaza de Bolívar el enjambre por obligación,
escalonadamente, se ha pasado a la calle 13, de esta luego ha ido a la calle 19
y de ahí se desplaza resistiendo metro por metro a la calle 22... Siempre
luchando por quedarse con la carrera séptima. Y tras esta multitud desobediente
va la fuerza de choque policial, con sus armas y uniformes. Con su credo y ese
fuego de odio en sus municiones. Con su autoridad, ya resquebrajada por las
horas de espera.
El enjambre es una forma de resistencia urbana, altamente
efectiva. Una fuerza juvenil creadora y ágil pero sin programa. Sin líderes,
sin voceros; sin más verdad que la de su cuerpo erotizado en la lucha; cargado
de arengas, temerario. En su corta juventud el enjambre advierte un propósito
homérico: crear su propio tiempo, crear su propio espacio. Los hitos de dos
días sumados dan para eso.
La carne de la que están hechos estas y
estos jóvenes no transa con la policía: la enfrentan con el éxodo, ganando la
calle, elevando la voz. Se arriesgan así en cada esquina. Es la rebeldía
personificada en lo que eran calles grises; son las calles que al ser caminadas
se resisten a la dominación política
vencida por la granada o la metralla. El enjambre está en movimiento. Y si, por
alguna razón, tiene que enfrentar a la policía -lo he visto-, se asume con
osadía, pero con límites, escribiendo una página más.
Es la juventud rebelde del siglo xxi en
una ciudad sitiada por la tropa policial. Este enjambre se mueve y se adapta en
el centro de la ciudad, donde se juega el liderazgo del poder político. O su
burla. Sin jerarquías partidistas ni voceros mediáticos, el enjambre se
autodefine sin don de mando. Miles y miles de estudiantes, de jóvenes hombres y
jóvenes mujeres, que con su osadía empujan la primavera en una ciudad desolada
y aturdida por las balas y los gases, por la fealdad del poder que nos consume.
Sumado a ellos están otros miles de habitantes del día y la noche, de otros
estratos, de otros “combos” que se integran a este ejercicio plural de resistir,
de caminar y creando esta piel que habita la contingencia y la lucha.
Estos son días extraordinarios con la
palabra, con la cacerola en la mano, con la belleza a cuestas, pintando el
futuro bajo la tenaz lluvia del medio día. La juventud está en las calles,
invade, transgrede, creando su mundo, dándose sus formas, aprendiendo. Resistiendo
ella, resistimos también nosotros, nosotras. Todos. Bien vale decir que estamos
a tiempo: también yo pisaré las
calles nuevamente.