jueves, 30 de julio de 2009

ESTADO DE OPINIÓN Y HEGEMONÍA

Pasado el 20 de julio hizo carrera por voluntad presidencial el vocablo "estado de opinión", y no pocos comentaristas de la vida nacional, y animadores del oligopolio mediático tratan de "desentrañar" qué es lo que quieren decir Uribe y su consejero más visible, José Obdulio cuando lo ponen en circulación. En el mismo sentido, la publicación Ahora, que debuta con la orientación de Hernando Corral, y ancilar a la reelección, publica una entrevista con el precandidato donde la expresión vuelve a tener mención especialísima.

En el mercado de la opinión se posiciona dicha expresión, cuya genealogía una cita amañada de las reflexiones de Hegel, quien lo refería como el reemplazo de las artes religiosas durante los siglos XVIII y XIX. Esta tarea la desempeñaba diariamente la prensa escrita, para regular e inducir determinadas conductas que dieran un norte "prefijado", "predecible", en favor de la mutable y mutante razón de estado que había teorizado Giovanni Botero a contramano de Maquiavelo. Tal y como puede rastrearse en el ejercicio enciclopédico del estudioso Meinecke.

Hegemonía desde el Estado

Sin embargo, el Estado invocado por Hegel en su Filosofía del Derecho Público era una suerte de monstruo ético, para nada afecto al republicanismo de los hombres libres, y sí proclive a la preservación de las monarquías constitucionales como la inglesa, de la que era un celoso defensor el irlandés Burke para enfrentarla con los crueles y contraproducenes excesos de la dictadura democrático revolucionaria del jacobinismo burgués y pequeño burgués francés exhibido en las jornadas revolucionarias.

El poder estatal debía fijar los parámetros para regular el juego de los intereses privados encontrándoles el escenario de la moderna sociedad civil, regida por la invisible mano del mercado, en la cual se disolvía a la vez que se domaba orden patriarcal familiar.


Para los cultores actuales de un hegelianismo político ordinario, apostado como bloque de poder, el estado de opinión es la negación de lo poco que de república democrática nos quedaba, que, en cambio, es más de ser sofocada con emplastos que empapa la encuestitis del terror y el miedo inducidos a diario subliminal y abiertamente.

Otra hegemonía es posible
El estado de opinión no distingue entre autoritarismo y democracia, cuando, por el contrario, confunde "populismo" con democracia invirtiendo la ecuación de la utopía de una democracia segura por su opuesto: la seguridad primero y la democracia para un después indefinido en el tiempo, ahogado por las reelecciones.

Detrás de esta estrategia presidencialista se nos revela amenazante la figura de la dictadura civil reaccionaria. Esta dictadura es,a qué dudarlo, el regimen apropiado del publicitado estado de opinión que sirve a los dictados privados de un alma que es el vivo negativo del alma bella, lejana como está de la estética de lo sublime, sumergida en el paraíso de la propiedad privada, servida a manos llenas con la manipulación de los arcana imperii, que estudia Carl Schmitt en su libro La dictadura.

A este dilema, dictadura civil o democracia de los muchos tiene que responder una ciudadanía vigorosa, con el PDA y el Partido Liberal dando ejemplo, al exigir sin contemplaciones que se rectifique la gramática del poder establecido, y se ponga en cuarentena el alma perversa. Porque existe el compromiso directo de cortar de raíz el mal autoritario que inspira el presidencialismo imperial colombiano dos veces centenario. Ahora bien, para cerrar, el presidente reelecto es un buen catalizador, en contra de su voluntad, para que la potencia de los muchos movilizada extirpe esta aberración política que ahora se nos disfraza de reelección indefinida en tiempo de carnavales.




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