“Matarife”: el expediente contra
Álvaro Uribe Vélez
Juan Carlos García Lozano
Profesor de la Universidad Libre
Cuatro millones de personas hemos visto la serie
“Matarife: un genocida innombrable”, la cual en menos de 24 horas, después de su lanzamiento por las redes sociales, ha
generado una opinión mediática y política muy interesante. Si yo fuera a
catalogar la pieza audiovisual de seis minutos que he visto en términos de su difusión mediática, no hay duda de que es un éxito nacional e internacional, siendo como fue de acceso
libre y llegando a ser tendencia mundial en twitter.
La producción está muy bien lograda y aunque no es un thriller, el
formato va para allá con un lenguaje directo hacia el espectador.
Esto es así porque la trama que acompaña el discurso y la imagen es la
reconstrucción tenebrosa de la guerra en Colombia
frente a aquellos que dicen, aún hoy, que esta no existió. La serie por eso tiene un cometido político radical, como la tiene toda
memoria bélica que se ha querido borrar u
olvidar en Colombia: encontrar a los
responsables del derramamiento de sangre. Estamos pues frente a una verdad
doble: la histórica y la mediática.
El formato es periodístico e investigativo, con unas fuentes documentales
probadas en la lucha contra el paramilitarismo, que van armando una suerte de
documental no biográfico sino histórico. Este formato juega con un leitmotiv
tipo crónica roja: el expediente. En este
expediente está el elemento conector de toda la trama
audiovisual que vemos, pues toda guerra tiene a sus guerreros: en este caso Álvaro Uribe Vélez y su círculo de relacionados y conocidos. Es decir, un
expediente inicial nos va lanzando en red a otros posibles expedientes.
Estos primeros seis minutos de la serie son la prueba del
pudin. Hemos probado y, muy seguramente, degustado el producto que se nos
ofrece en versión libre. Advertimos los
grandes planos sobre el norte de Bogotá: desde su amplio cielo se abren las
calles adyacentes de la historia oficial no contada. Y, especialmente, de un lugar icónico, a los que
la inmensa mayoría de quienes vemos la serie -gente trabajadora y endeudada- no
tenemos acceso en calidad de socios: el
prestigioso y exclusivo club El Nogal, de una nueva clase social rural
en ascenso, como se afirma en la serie.
Entonces, a partir de un lugar privilegiado, tipo bunker,
se desgrana la historia de la violencia en Colombia; una violencia organizada
por las oligarquías y los grupos dominantes. A la carpeta del expediente le son
arrimados un cúmulo de sucesos documentados, con fotos, con videos, con
versiones y acciones específicas de los protagonistas, los señores y señoras de
la guerra.
La reconstrucción del expediente señala que el relato
audiovisual que vemos irrumpe, cual hito, en un club privado. La vida urbana determinará
la historia de la violencia, así como lo exclusivo del lugar hace que se
descubra que la guerra tiene responsables directos, que no solo hay víctimas,
sino también victimarios.
Entonces es cuando los protagonistas de la trama empiezan
a desfilar por la pantalla. Se afirma que Salvatore Mancuso, líder de las
Autodefensas Unidas de Colombia, no sólo era un feroz comandante rural del
norte colombiano, sino que también en sus ratos libres tenía tiempo para
departir y expandir sus relaciones públicas en el distinguido club capitalino.
Y, por esta vía, sobreviene el vínculo político con Álvaro Uribe Vélez, quien,
en ese entonces, era el presidente de Colombia y sigue siendo el hombre más
poderoso del país.
Aunque nosotros sabemos por qué se llama “Matarife” a
Álvaro Uribe Vélez, hay millones de personas que no lo saben. Así que la serie
se dirige en este formato popular a un tipo particular de usuario de las redes
sociales: al hombre trabajador y a la mujer trabajadora, a los grupos
subalternos alejados del poder y del dinero. Todos aquellos que nunca han
entrado -ni entrarán- a un club exclusivo como El Nogal, son los llamados a ver
la serie.
Entender que en los clubes privados también se han
generado decisiones sobre la guerra en Colombia es un punto alto en la
discusión con respecto a la serie y a la historia desconocida del país.
Como lo reconocimos párrafos atrás, la serie tiene un
interés político, como toda memoria histórica de la violencia cuando devela los
intereses materiales de los señores de la guerra. Pero también tiene un interés
investigativo, cual si fuera este un proceso penal en curso, el que las
víctimas esperaban: el que nunca se ha hecho y, que por lo mismo debiera
adelantarrse.
La figura del expediente como leit motiv y la trama
política de thriller son lo mejor logrado del formato audiovisual. Con
estas características se hace contrapeso mediático e informativo al sentido
común del uribismo, propagado durante
dos décadas por los grandes medios de comunicación del régimen presidencial.
Y esto ha sido así. Entendamos que el uribismo encarna un
sentido común, el de la guerra victoriosa, adocenada y defendida mediáticamente
por las grandes empresas de comunicación en Colombia.
Para cuestionar y deconstruir ese fuerte sentido común
guerrerista, amasado al tiempo que amasaban sus fortunas los señores y las
señoras de la guerra, se requiere enjuiciar hasta señalar a los responsables y
beneficiadores de las masacres, del desplazamiento forzado y los demás delitos
de lesa humanidad hoy impunes, cuya multiplicación increíble sobreviene con los
dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y, especialmente, con su política pública
de guerra, la hoy proscrita seguridad democrática.
Deconstruir una guerra victoriosa cuestionando la moral,
el imaginario y el sentido común del vencedor, Álvaro Uribe Vélez, y la
dominación del partido uribista que condujo la guerra. Tal es la táctica
ideológica y política de “Matarife”. Los seis minutos de la serie lo han
mostrado a cabalidad, sin concesiones.
La serie igual reconstruye la historia no contada de
Álvaro Uribe Vélez como el señor de la guerra, en tanto es el líder político
indiscutido de un bloque dominante agroindustrial. Al tiempo que se suceden los
hechos, viene el proceso de deconstruir su herencia ideológica en el sentido
común de los colombianos, de aquellos que son los que nutren las clases medias
y las clases bajas, golpeadas por la misma guerra, cuando no son ellas mismas
los 9 millones de víctimas que ha dejado este desangre nacional.
Recordemos que la figura presidencial, según Constitución
de 1991, le dio un privilegio a la investidura del gobernante: es una figura irresponsable
con respecto a la guerra. Como si la guerra misma que hemos padecido no fuera
una decisión presidencial. Pero sabemos que no fue así, sabemos que el
presidente tiene la decisión de conducirnos a la guerra o conducirnos a la paz.
Así que sí, también estamos viendo en la serie un juicio
político a la figura impune de Álvaro Uribe Vélez como gobernante. Entender
este punto, el más estratégico para la memoria histórica de los subalternos, no
nos tomará los 50 capítulos de la serie: ya lo estamos empezando a ver con las
reacciones que ha generado en los voceros ideológicos del presidencialismo; y en
los comentarios favorables y críticos que ha dejado la serie en los cuatro
millones de usuarios de las redes sociales.
Estamos asistiendo a un pulso mediático decisivo por la
defensa de la memoria histórica de los subalternos en Colombia: frente al poder
monopólico de los grandes medios privados de desinformación y manipulación, la
inteligencia gratuita del acceso a las redes sociales para ver desde allí la
serie “Matarife”.
Frente a la dominación
política de los señores y las señoras de la guerra, la posibilidad de
deconstruir esos relatos de verdad ventilados por aquellos políticos que
dirigieron el negocio de la violencia, los cuales hoy siguen gobernando y
enriqueciéndose en total impunidad.
Bienvenida la serie “Matarife”. Es hora de que desde los
subalternos que no hemos gobernado este país, tomemos partido por Colombia,
cuestionando esa historia manipulable e irresponsable que niega la misma guerra.
Esa violencia tan cara y tan cruel que nos han vendido, y nos siguen vendiendo
los políticos de turno, ágiles en la
mentira y la manipulación, así como los mass media, grandes empresas
informáticas del olvido y de la acumulación de dinero.