DE “LA DIGNIDAD” DE DON
ÁLVARO A LA
ACTUALIDAD DE LA DEMOCRACIA
Miguel Angel Herrera
Zgaib
A la calle!
“Si no se firma lo que las Farc quieren, recurrirán
nuevamente a esa violencia”. Álvaro Uribe
Parodiando a la Marcha de
la Dignidad, del 22 de marzo de 2014, de
la que nació luego al movimiento de izquierda “Podemos” en España, este viernes 7 de agosto, el expresidente Álvaro Uribe, y la bancada
del Centro Democrático, lanzaron a los cuatro vientos, la consigna: “Por un
país con dignidad”, junto a los militares retirados organizados en Acore, quienes
rechazan ir a La Habana, sus familiares; los simpatizantes y militantes
carnetizados.
Los que apoyan electoral y fácticamente el partido de la guerra, con los consuetas de
la prensa que les es proclive, - con RCN a la cabeza, que habló de 30.000
manifestantes tan solo en Medellín -, se arriesgaron a hacerse contar en las
calles y plazas.
De acuerdo a los cálculos más realistas, los convocantes
alcanzaron a mover alrededor de 20.000 manifestantes en todo el país, con la mayor afluencia de marchantes en Bogotá y
Medellín. Apertrechados de pancartas,
pasacalles, banderas de varios metros, y otros motivos alusivos, lo que supone
una financiación multimillonaria.
Corearon en recuerdo
de los 27 héroes de la patria, muertos en dos siniestros aéreos; y gritaron
contra la caída del Black Hawk; abajos a la tregua, a Santos traidor, y condena
a la violencia de las Farc. Hasta hubo la presencia de svásticas nazis pintadas en banderas rojas, agitadas
durante las manifestaciones.
La “dignidad” de la
reacción
“Por un país con dignidad”. “Santos traidor”. “No más paz, no
más mentiras”.
Los voceros del CD adujeron, primero, empezando por Don
Álvaro, unas razones aparentes, generales, para su acto público: el respeto a
la vida, a la libertad y a la dignidad de los soldados y policías. Esto ocurrió
el día inmediatamente después que el presidente Santos defendía los logros de
sus cinco años de gobierno, dirigiéndose a los colombianos por radio y
televisión, combinando cifras de pobreza con una inquebrantable voluntad de paz
sin comprometer, claro está, las instituciones del capital, y la defensa de la
propiedad privada en primera línea.
De otra parte, ni por equivocación hubo entre los
manifestantes de Medellín la más mínima palabra al desastre humanitario que
tapan los desechos y basuras de la Escombrera, aquella gigantesca fosa común
que recuerda la brutalidad y el cinismo de la acción paramilitar, y la
complicidad de los cuerpos armados del gobierno, en la Comuna 13, durante la
operación Orión, y los días posteriores.
Tal y como lo vienen denunciando, reclamando, pregonando las
familias de las víctimas de los desaparecidos de aquellos días, cuando
tanquetas y helicópteros intervinieron en aquella carnicería a pleno día, de la
que informaron algunos medios. Nadie este viernes quiso recordar la dignidad de
estas víctimas, la humanidad de los desaparecidos, el respeto a la libertad,
para “tirios y troyanos”.
La política adversarial es un sueño para los propagandistas
de la guerra, y más de medio siglo de desangre no les es suficiente. El
matadero nacional tiene que seguir abierto, los falsos positivos, los
descuartizamientos, los despojos de tierras, las violaciones son inventos de la
sectas izquierdistas, y los favorecedores de las guerrillas que se escudan bajo
el manto de los D.H y el DIH.
Esto decía Álvaro Uribe siendo presidente, el 8 de septiembre
de 2003, respondiendo a la aparición del Embrujo Autoritario, a propósito de la
dignidad que no practica, cuando defiende su fementida “seguridad democrática”:
De Medellín a Bogotá: la perorata del 7 de agosto
En Medellín, la marcha que
arrancó de la plaza Berrío tuvo a Uribe Vélez como su líder, y su punto de
llegada fue la plaza de la Alpujarra. Desde allí, sin ningún empacho, el repitió
que el gobierno mentía acerca de la caída del helicóptero Black Hawk, y
atribuyó a las Farc este desastre en el que murieron 16 uniformados, y quedaron
dos heridos en proceso de recuperación.
En Bogotá, la marcha
tuvo dos puntos de partida, el monumento a los héroes, y el parque Nacional.
Fue acompañada, según estimativos realistas entre 3.000 y 5.000 personas,
aunque los periodistas desplazados por RCN, contra toda realidad, afirmaron que,
a manera de ejemplo, que en Medellín marcharon 30.000 personas, tal y como figura en los reportes divulgados vía
internet.
Pero la perorata de 7 de agosto, de Don Uribe, cínico y
entusiasmado, la dirigía a abrir su descarga contra el cese al fuego unilateral
del 20 de julio pasado. Entonces dijo con oratoria quebradiza y beligerante: “que la
marcha sea un grito del país que le diga a las Farc que no le creen a la falsa
tregua, que es una tregua electoral, imposible de verificar porque no están
concentrados.”
Don Álvaro, el señor del Ubérrimo, insiste en que “Hay que
destruir la culebra. Matarla por completo. No se puede dejar con signos de
vida”. Tal fue el estribillo de su
guerra no declarada contra las Farc, durante sus dos presidencias, que no tuvo
reato de conciencia, ni asomo de duda cristiana, de extender a sus opositores
de izquierda y demócratas, para quienes hubo durante esa década aterradora,
“capturas masivas, amenazas, chuzadas, exilios, desplazamiento, masacres y
asesinatos selectivos,”como lo recuerda en su libro Rafael Ballén, La pequeña política de Uribe.
Es la misma estrategia
con la que quiere seguir ahora cosechando adeptos, y embrujando incautos;
reclutando almas y cuerpos para una guerra que él ni sus hijos libran en los
campos, sino que peroran, rodeados de escoltas, que cuestan mas de $1.500
millones al erario de Colombia. Y no hay duda que tiene seguidores que cultiva
con sectarismo, infundios, redes sociales, y prensa obsecuente.
Acción común contra la
guerra: igualdad social y vida digna
Por supuesto que para Uribe y el CD, la dignidad, tal y como la
entienden Kant y Arendt no existen. Las armas
y la excepcionalidad de hecho y derecho, contra los que no pueden
resistir a la arbitrariedad; esto es, la
prolongación del engendro del para-presidencialismo es lo que pretenden
legitimar espetando la dignidad como argumento vacío.
Pero,
en Colombia existe también el partido de la vida, de la libertad, de la
democracia, la pasión por la verdad, por la fuerza de los hechos que no
disfrazan los ademanes culebreros del partido de la reacción, ni tampoco las
mentiras oficiales. Por lo que es
necesario y justo que nos movilicemos por la defensa de las libertades, por el
cumplimiento de las promesas incumplidas a todos los sectores y movimientos
sociales que están en espera de una prosperidad efectiva.
Es requisito abolir los insultantes privilegios que enseñorean a tantos
caciques y caudillos; es necesario hacer las cuentas, y descubrir los recursos
con que se financian los partidos que se lucran con descaro de la guerra y la
violencia en todas sus formas. Es justo y necesario poner en su sitio el
cinismo, el descaro, y el fraude electoral con que fue electo el expresidente
Uribe en sus dos presidencias, tal y como lo documentaron Claudia López y la fundación Arcoiris en su momento.
Es fundamental desmontar el paramilitarismo aliado con los
políticos de turno, y sus herederos que siguen en el plan de reelegirse, tal y
como lo denuncia la prensa local y nacional a diario. Es urgente que los
delincuentes que están fugitivos, y que fueron auxiliares de primera y segunda
línea sean traídos a Colombia, para que respondan por sus trapisondas que
hicieron posible la reelección de Uribe.
Es de esta dignidad, la otra dignidad, la de hombres y mujeres
libres, la que la izquierda democrática reclama. Una dignidad que exige
igualdad social, para poder aclimatar la vida digna de millones de colombianos
despojados en el campo, y explotados y arrumados en las ciudades grandes y
pequeñas.
Igualdad social que haga posible la gratuidad en la
educación, en la salud y en la vivienda. No hablamos de la miseria con
cuenta-gotas con que se manipula a millones en su miseria y su pobreza.
El ejercicio electoral del 25 de octubre, y las escaramuzas
previas enfrentan, entonces, a los partidarios de la guerra con los defensores
de la libertad, la igualdad social y la dignidad de las personas. Incluida la
de cientos de miles de policías y soldados, que han de convertirse en
educadores y formadores de la nueva ciudadanía, dejando los fusiles y la
violencia como forma de vida.
Se trata de acabar con las pensiones y prebendas de los altos
dignatarios civiles y militares para darles una vida decente a millones de
colombianos. Se trata de democratizar el rumbo de la economía nacional,
haciendo a un lado la “monserga” del puñado de grandes capitalistas que se
lucran del trabajo ajeno, y la riqueza social, democratizándola.
De esta
dignidad ninguno de los manifestantes, ni sus líderes hablaron, muchos menos
corearon cuando insistían en el “evangelio de la guerra” entre colombianos. Es
la hora de llamar las cosas por su nombre, y movilizar los millones de pobres y trabajadores, las minorías excluidas, la intelectualidad dispuesta a la gran reforma intelectual y moral, con consecuencia .
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