sábado, 8 de agosto de 2015

DE “LA DIGNIDAD” DE DON ÁLVARO A LA

 ACTUALIDAD DE LA DEMOCRACIA

Miguel Angel Herrera Zgaib


A la calle!

“Si no se firma lo que las Farc quieren, recurrirán nuevamente a esa violencia”. Álvaro Uribe

                                                                  
                                                      Parodiando a la Marcha de la Dignidad, del  22 de marzo de 2014, de la que nació luego al movimiento de izquierda “Podemos” en España,  este viernes 7 de agosto,  el expresidente Álvaro Uribe, y la bancada del Centro Democrático, lanzaron a los cuatro vientos, la consigna: “Por un país con dignidad”, junto a los militares retirados organizados en Acore, quienes rechazan ir a La Habana, sus familiares; los simpatizantes y militantes carnetizados.

Los que apoyan  electoral y fácticamente  el partido de la guerra, con los consuetas de la prensa que les es proclive, - con RCN a la cabeza, que habló de 30.000 manifestantes tan solo en Medellín -, se arriesgaron a hacerse contar en las calles y plazas.

De acuerdo a los cálculos más realistas, los convocantes alcanzaron a mover alrededor de 20.000 manifestantes en todo el país, con  la mayor afluencia de marchantes en Bogotá y Medellín.  Apertrechados de pancartas, pasacalles, banderas de varios metros, y otros motivos alusivos, lo que supone una financiación multimillonaria.

 Corearon en recuerdo de los 27 héroes de la patria, muertos en dos siniestros aéreos; y gritaron contra la caída del Black Hawk; abajos a la tregua, a Santos traidor, y condena a la violencia de las Farc. Hasta hubo la presencia de svásticas  nazis pintadas en banderas rojas, agitadas durante las manifestaciones.

La “dignidad” de la reacción

“Por un país con dignidad”. “Santos traidor”. “No más paz, no más mentiras”.

                                                    En Colombia, el Centro Democrático, CD, y los partidarios de la guerra, que reclaman la rendición de las Farc-ep, sin la cual no es posible hacer la paz, se arriesgaron a movilizar a contramano de la democracia, con todo tipo de argucias, con medias verdades, el entusiasmo reaccionario, conservador de sus partidarios y simpatizantes en las principales ciudades Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, Pereira, Montería, haciendo visible a un “enemigo”, recordando las lecciones del ultra-conservador Carl Schmitt.

Los voceros del CD adujeron, primero, empezando por Don Álvaro, unas razones aparentes, generales, para su acto público: el respeto a la vida, a la libertad y a la dignidad de los soldados y policías. Esto ocurrió el día inmediatamente después que el presidente Santos defendía los logros de sus cinco años de gobierno, dirigiéndose a los colombianos por radio y televisión, combinando cifras de pobreza con una inquebrantable voluntad de paz sin comprometer, claro está, las instituciones del capital, y la defensa de la propiedad privada en primera línea.

De otra parte, ni por equivocación hubo entre los manifestantes de Medellín la más mínima palabra al desastre humanitario que tapan los desechos y basuras de la Escombrera, aquella gigantesca fosa común que recuerda la brutalidad y el cinismo de la acción paramilitar, y la complicidad de los cuerpos armados del gobierno, en la Comuna 13, durante la operación Orión, y los días posteriores.

Tal y como lo vienen denunciando, reclamando, pregonando las familias de las víctimas de los desaparecidos de aquellos días, cuando tanquetas y helicópteros intervinieron en aquella carnicería a pleno día, de la que informaron algunos medios. Nadie este viernes quiso recordar la dignidad de estas víctimas, la humanidad de los desaparecidos, el respeto a la libertad, para “tirios y troyanos”.

La política adversarial es un sueño para los propagandistas de la guerra, y más de medio siglo de desangre no les es suficiente. El matadero nacional tiene que seguir abierto, los falsos positivos, los descuartizamientos, los despojos de tierras, las violaciones son inventos de la sectas izquierdistas, y los favorecedores de las guerrillas que se escudan bajo el manto de los D.H  y el DIH.

Esto decía Álvaro Uribe siendo presidente, el 8 de septiembre de 2003, respondiendo a la aparición del Embrujo Autoritario, a propósito de la dignidad que no practica, cuando defiende su fementida “seguridad democrática”:

“Son unos traficantes de derechos humanos que se debían quitar de una vez por todas su careta, aparecer con sus ideas políticas y dejar esa cobardía de esconder sus ideas detrás de los derechos humanos (…). Serán capturados por complicidad y ocultamiento porque hay una política con una estrategia. Y en uno de sus puntos esa estrategia ordena aislar a los terroristas”.

De Medellín a Bogotá: la perorata del 7 de agosto

“Queremos la paz, pero no una paz a cualquier precio, no una paz entregando al país.” Almirante(r) Arango Bacci

                                                    En Medellín,  la marcha que arrancó de la plaza Berrío tuvo a Uribe Vélez como su líder, y su punto de llegada fue la plaza de la Alpujarra. Desde allí, sin ningún empacho, el repitió que el gobierno mentía acerca de la caída del helicóptero Black Hawk, y atribuyó a las Farc este desastre en el que murieron 16 uniformados, y quedaron dos heridos en proceso de recuperación.

En Bogotá,  la marcha tuvo dos puntos de partida, el monumento a los héroes, y el parque Nacional. Fue acompañada, según estimativos realistas entre 3.000 y 5.000 personas, aunque los periodistas desplazados por RCN, contra toda realidad, afirmaron que, a manera de ejemplo, que en Medellín marcharon 30.000 personas, tal y  como figura en los reportes divulgados vía internet.

Pero la perorata de 7 de agosto, de Don Uribe, cínico y entusiasmado, la dirigía a abrir su descarga contra el cese al fuego unilateral del 20 de julio pasado. Entonces dijo con  oratoria quebradiza y beligerante: “que la marcha sea un grito del país que le diga a las Farc que no le creen a la falsa tregua, que es una tregua electoral, imposible de verificar porque no están concentrados.”

Don Álvaro, el señor del Ubérrimo, insiste en que “Hay que destruir la culebra. Matarla por completo. No se puede dejar con signos de vida”. Tal  fue el estribillo de su guerra no declarada contra las Farc, durante sus dos presidencias, que no tuvo reato de conciencia, ni asomo de duda cristiana, de extender a sus opositores de izquierda y demócratas, para quienes hubo durante esa década aterradora, “capturas masivas, amenazas, chuzadas, exilios, desplazamiento, masacres y asesinatos selectivos,”como lo recuerda en su libro Rafael Ballén, La pequeña política de Uribe.

 Es la misma estrategia con la que quiere seguir ahora cosechando adeptos, y embrujando incautos; reclutando almas y cuerpos para una guerra que él ni sus hijos libran en los campos, sino que peroran, rodeados de escoltas, que cuestan mas de $1.500 millones al erario de Colombia. Y no hay duda que tiene seguidores que cultiva con sectarismo, infundios, redes sociales, y prensa obsecuente.

Acción común contra la guerra: igualdad social y  vida digna

                                                          Por supuesto que para Uribe y el CD, la dignidad, tal y como la entienden Kant y Arendt no existen. Las armas  y la excepcionalidad de hecho y derecho, contra los que no pueden resistir a la arbitrariedad;  esto es, la prolongación del engendro del para-presidencialismo es lo que pretenden legitimar espetando la dignidad como argumento vacío.

                                                      Pero, en Colombia existe también el partido de la vida, de la libertad, de la democracia, la pasión por la verdad, por la fuerza de los hechos que no disfrazan los ademanes culebreros del partido de la reacción, ni tampoco las mentiras oficiales.  Por lo que es necesario y justo que nos movilicemos por la defensa de las libertades, por el cumplimiento de las promesas incumplidas a todos los sectores y movimientos sociales que están en espera de una prosperidad efectiva.
                                                    Es requisito abolir los insultantes privilegios que enseñorean a tantos caciques y caudillos; es necesario hacer las cuentas, y descubrir los recursos con que se financian los partidos que se lucran con descaro de la guerra y la violencia en todas sus formas. Es justo y necesario poner en su sitio el cinismo, el descaro, y el fraude electoral con que fue electo el expresidente Uribe en sus dos presidencias, tal y como lo documentaron Claudia López  y la fundación Arcoiris en su momento.

Es fundamental desmontar el paramilitarismo aliado con los políticos de turno, y sus herederos que siguen en el plan de reelegirse, tal y como lo denuncia la prensa local y nacional a diario. Es urgente que los delincuentes que están fugitivos, y que fueron auxiliares de primera y segunda línea sean traídos a Colombia, para que respondan por sus trapisondas que hicieron posible la reelección de Uribe.

Es de esta dignidad, la otra dignidad, la de hombres y mujeres libres, la que la izquierda democrática reclama. Una dignidad que exige igualdad social, para poder aclimatar la vida digna de millones de colombianos despojados en el campo, y explotados y arrumados en las ciudades grandes y pequeñas.

Igualdad social que haga posible la gratuidad en la educación, en la salud y en la vivienda. No hablamos de la miseria con cuenta-gotas con que se manipula a millones en su miseria y su pobreza.

El ejercicio electoral del 25 de octubre, y las escaramuzas previas enfrentan, entonces, a los partidarios de la guerra con los defensores de la libertad, la igualdad social y la dignidad de las personas. Incluida la de cientos de miles de policías y soldados, que han de convertirse en educadores y formadores de la nueva ciudadanía, dejando los fusiles y la violencia como forma de vida.


Se trata de acabar con las pensiones y prebendas de los altos dignatarios civiles y militares para darles una vida decente a millones de colombianos. Se trata de democratizar el rumbo de la economía nacional, haciendo a un lado la “monserga” del puñado de grandes capitalistas que se lucran del trabajo ajeno, y la riqueza social, democratizándola. 

De esta dignidad ninguno de los manifestantes, ni sus líderes hablaron, muchos menos corearon cuando insistían en el “evangelio de la guerra” entre colombianos. Es la hora de llamar las cosas por su nombre, y movilizar los millones de pobres y trabajadores, las minorías excluidas, la intelectualidad dispuesta a la gran reforma intelectual y moral, con consecuencia .

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