DESENLACE
HEGEMÓNICO: SENTIDO COMÚN DOMINANTE, OPOSICIÓN ELECTORAL Y PARO. PARTE IV.
Miguel Ángel
Herrera Zgaib, PhD
Presidente de
lnternational Gramsci Society, IGS-Colombia.
Director del
Grupo Presidencialismo y participación. Unijus/Minciencias.
La representación en clave político-cultural.
“…hay dos
propuestas de dónde escoger.” Angélica Lozano, senadora de la Alianza Verde.
A
la vista de tod@s está la disputa “civilizada y tramposa” del pasado 20 de
julio en la elección de la mesa directiva del Senado; porque ella marcó a propios
y a extraños el partidor del ciclo de elecciones en Colombia. Estas serán en
menos de un año el colofón que resolverá cuál es el estado de nuestra
democracia en el desenlace de una prolongada crisis de hegemonía que afecta la
dirección y el rumbo de la sociedad civil actual.
Indicándonos quién o quiénes
tendrán las mayorías del Congreso, y de qué bloque saldrá el ganador de la
presidencia como probable resultado del ballotage para el año 2022. Las
elecciones mostrarán si en el posconflicto la comunidad política legitimará una
vez más el gobierno del bloque de la guerra.
O si tendremos un viraje, con el
catalizador del paro de 70/90 días, dando carta de ciudadanía a un nuevo pacto
que refunde a Colombia, para bien. Un pacto histórico que la revista Contravía
anticipaba al final del siglo pasado, como un urgente modo de secularizar al
país. Dándole tránsito, por fin, a la modernidad democrática que exige una
lógica política adversarial, civilizada.
Sin duda, con independencia del
resultado, este ciclo electoral es definitivo en materia de representación. Comporta
de manera ritual, por una parte, la elección de congresistas, con un repertorio
necesario de consultas paralelas; y de otra, éstas revelan ante la opinión
pública la debilidad manifiesta de los partidos que contienden como tales para
movilizar a nuevos y viejos electores. Servirá para impulsar la quiebra del
sistema presidencialista y darle paso, cuando menos, a una forma de
semipresidencialismo, del que ya tenemos ejemplos en América Latina.
Una parte importante de la
comunidad política que gobierna con Iván Duque y el Centro Democrático, es la
que llamo el partido de la guerra, porque se resiste en política a salir de la
teología política, la relación amigo-enemigo, en lugar de transitar a la lógica
secular adversarial. Hace cábalas y nuevas marrullas con respecto a “cortarle
vía” al presente del partido de la paz como alternativa de gobierno del estado.
Partido éste que vuelve a estar dividido entre dos proyectos que lideran la
Coalición de la Esperanza y el Pacto Histórico.
Estos dos parecen, con todo,
apostarle a la lógica política adversarial sin la cual la democracia representativa
liberal es inviable; así que se colocan en el ala de la modernidad política que
toma distancia del legado de Carl Schmitt, que fue incluso incorporado en el
discurso de las izquierdas de la primera mitad del siglo veinte.[1]
Á propos de la hegemonía: lógicas y sentido
común dominante
“Nos exponemos a que perdamos las elecciones nuevamente.”
Senador Gustavo Bolívar.
Decentes/Colombia Humana.
En Colombia,
el líder del Centro Democrático,[2] en
caída libre su popularidad, junto a sus acólitos, prefiere lucrarse de la
“guerra de religiones,” especulando sobre el enemigo interno, intentando
reencauchar vandalismo y terrorismo, para estigmatizar a los pobres, jóvenes y
mujeres movilizados a partir de 2019, y en forma masiva, en los primeros
setenta días del paro.
Quienes podrán estar dispuestos a
votar, organizados para hacerlo en el tiempo que queda. Pueden garantizar, si
se deciden, el triunfo de las fuerzas de oposición en el congreso, hasta llegar
incluso a disputarle la presidencia a la coalición de reacción y derecha, que
constituye el partido de la guerra.
Pero, de modo general, después de
los extraordinarios resultados obtenidos en la elección separada para presidencia
en 2018, se trata a como de lugar, de cortarle las alas la Oposición
progresista que nació como tercera fuerza bajo la fórmula de la Alianza
Democrática- M 19.[3]
Aquella confusión entre política
y religión, que es estrategia tradicional de la reacción y la derecha es el
fruto envenenado, pero aún eficaz de una heredad en parte novohispana, en cuya
fabricación confluyeron, de modo principal, componentes jesuíticos y dominicos.
Es una herencia que se
retroalimenta y que se resiste a morir.[4] La
experiencia de la teología de la liberación no obtuvo una raigambre tan fuerte
en Colombia, porque la radicalización de su más carismático líder, el padre
Camilo Torres, y no solo él, se enmontaron, como el célebre Poliarco, hasta la
muerte natural.
Durante la década de los sesenta
abandonaron los espacios de la sociedad civil, tomaron las armas, en lugar de
profundizar, ahondar en la lucha por la dirección hegemónica de las comunidades
religiosas, católicas y cristianas. Así las cosas, el grupo de Golconda perdió
al principal reformador con causa en los pobres, de la iglesia católica,
apostólica y romana en Colombia. Para la cual el poeta Jorge Zalamea Borda
escribió una diatriba fenomenal, El sueño de las escalinatas, con no poca
influencia de Saint John Perse, de quien fuera traductor al castellano.
La caracterizo así, porque tomo
en cuenta algo que indaga de manera sostenida el italiano Loris Zanatta, doctor
en historia, con respecto a las raíces del populismo peronista en Argentina que
explican en parte su permanencia hasta nuestros días.
Aclaro, que el argentino es un
populismo que no podemos confundirlo con la versión desteñida, descafeinada del
populismo colombiano, donde la igualdad social es una promesa incumplida desde
los tiempos coloniales en adelante; y, además, el nacionalismo es un asunto en
el que se entremezclan de modo explosivo religión y fútbol, por un lado.
Por el otro lado, está la pérdida de
territorios estratégicos como Panamá, donde, sin embargo, los Estados Unidos, su gobierno depredador, resulta
ser el “mejor amigo” de la elite oligárquica desde los tiempos de Eduardo
Santos, quien abandonó pronto el entusiasmo por Sandino, el general de hombres
libres, ante la invasión imperialista de Nicaragua.
Así, el nacionalismo colombiano
resulta ser una comunidad imaginaria por excelencia,[5]
ayuna de satisfacciones materiales.[6] En
cambio, sostenida, erigida sobre dos creencias, un dios católico, apostólico y
romano que alimentó la Violencia en los campos, durante el medio siglo pasado;
y luego el fútbol que difundió la pasionalidad laica con El Dorado del medio
siglo pasado, que fue posible por una huelga de futbolistas en Argentina, que
nutrió el nuevo espectáculo de masas, con su ritualidad de fin de semana, como
las misas.
Fue un tinglado montado después
del asesinato de Gaitán, y en medio de la violencia en los campos. Esta segunda
creencia se nutrió en su implante definitivo en las ciudades y sus barriadas
populares tanto de la bonanza cafetera como la paz impuesta por el general
Gustavo Rojas Pinilla a la guerrilla liberal que por miles resistía y crecía en
los Llanos, pero sin la autonomía suficiente de quienes seguían siendo sus
gobernantes en la sombra.[7]
De ese modo se trasladó en
Colombia, con la pacificación del medio siglo la pasión por los equipos de
futbol del campo a las ciudades pobladas de migrantes desplazados; organizándolos
a la postre con parejas de pobres y ricos. Los equipos de fútbol de Millonarios
y Santafé en Bogotá son ejemplo vivo de este dualismo socializador que se
repitió en las grandes ciudades que resultaron de la urbanización, acrecentada
como fruto amargo de la desposesión, y el desarraigo campesino sin reforma
agraria, y perseguido a sangre y fuego.
En el siglo pasado se sitúa esta
secularización bizarra, impregnada de la lógica teológica amigo/enemigo, que se
repite en los estadios y sus alrededores, en tiempos de pandemia y bajo los
estallidos autoritarios de Claudia López y su comparsa light, el secretario de
gobierno, Luis Ernesto Gómez que gusta de los tennis Convers, como el senador
Petro, los zapatos Ferragamo.
Un caso relevante es el estadio
Nemesio Camacho, “El Campín, en cuyas salidas ya no se come fritanga al aire
libre, prohibida para resguardar la salud pública, - como antes se hizo con la
chicha Muisca en los comienzos del siglo XX, por indicación del higienista
Bejarano -, pero las barras bravas y bandas de jóvenes en cambio desfogan sus
frustraciones.
Se golpean hasta casi producir la
muerte del contrario, sin “ensañarse” como los “vándalos” del presente, en
estrellar su furia contra los bienes muebles e inmuebles, la sacrosanta
propiedad privada cuya presencia privilegiada se exhibe en público, y parece,
la más de las veces, importar más que preservar la vida de los pobres enredados
en el sentido común dominante, donde las barras bravas se olvidan de la
consecución de la igualdad social embriagadas por el fanatismo futbolero.
Esta diferencia la reproducen y
la recuerdan quienes son los verdaderos dueños del país, antes y después de la
pandemia, cuyo inventario actualizado continúa el economista Julio Silva
Colmenares.[8]
Este viernes, precisamente, falleció una de esas figuras emblemáticas, el señor
Carlos Ardila Lulle, cuya fortuna partió, dicen, de la industria de las
gaseosas, con la firma Postobón, tan ligada a la historia de la próspera
Girardot de los años cincuenta.
Al lado de los monopolios, donde
se ubican los de arriba, quienes multiplican con desparpajo sus ganancias,
fruto del capitalismo político que es el que aquí impera, crece la cuenta de
más de 111.000 víctimas mortales, fruto del desmantelamiento y privatización de
los servicios de salud y sanidad. Hoy por hoy sigue la danza de las vacunas,
aunque haya disminuido el conteo, y aparezca la amenaza de una nueva ola de
contagios con el bautizado virus Delta, que aterroriza a otros países por la
velocidad de su expansión.
Al mismo tiempo sigue la trágica
campaña de eliminación personalizada de los excombatientes guerrilleros, para
quienes el posconflicto aparece como el espejismo de “la tierra prometida”.
Ahora se unió la búsqueda, casa por casa, en la “operación rastrillo” contra
los jóvenes desempleados y miserables de Cali, en primer lugar; la llamada
“primera línea” que protege a los manifestantes de las agresiones del Esmad.
Esta organización al calor de la
protesta, que incluyó a las madres de la primera línea, se convirtió en signo
de la revuelta y la rebelión ciudadana y popular de las multitudes contra el
mal gobierno, el hambre y la desposesión crecientes. Uno de los momentos más
dolorosos y dramáticos conocidos fue al acribillamiento del joven que cubrió a
la ingeniera alemana, Rebecca expulsada del país, y quien así salvó su vida.
De allí se irá generalizando a
las otras ciudades como un componente del fascismo social que caracterizó el estudioso
portugués Boaventura de Sousa Santos.[9] Diagnosticado
desde los años 90, como componente del experimento del desmonte de lo
progresista de la Constitución del 1991. No en lo inmediato, sigue en marcha
tal desmonte, porque median los cálculos electorales que hacerlo con “descaro”
aumente la cauda de votantes de la oposición política que lideran los dos
Gustavos, quienes, por otra parte, son el trompo de poner de la reacción y sus
estratagemas mediáticas.[10]
La oposición continúa su marcha.
Ahora se le añadió, en fecha reciente, la recuperación de la personería por
parte del Nuevo Liberalismo, a través de un fallo de tutela de la Corte
Constitucional. Personería a la que había renunciado el senador Luis Carlos
Galán Sarmiento para retornar a las toldas del Liberalismo oficial, bajo la
dirección del expresidente Julio César Turbay Ayala.
Un acto parecido al retorno de
Jorge Eliécer Gaitán al Liberalismo en la primera mitad del siglo veinte,
primero, para participar del gobierno de Alfonso López Pumarejo; y luego,
cuando, ante el retiro de Gabriel Turbay, que viajó después de la derrota ante
el conservador Mariano Ospina Pérez, a París, y allí falleció. Jorge
EliécerGaitán, en cambio, siguió en la brega política, y ante el triunfo
obtenido en las elecciones, Eduardo Santos le entregó “las llaves de la casa
del partido”.
En esa condición halló la muerte
Gaitán, al ser asesinado el 9 de abril de 1948, mientras que Galán Sarmiento
fue asesinado también en la plaza de Suacha, por un comando sicarial cumpliendo
órdenes del binomio Escobar/Rodríguez Gacha con el concurso de otras
complicidades. Ambos en circunstancias parecidas, en el sentido que habiendo
sido opositores, de modo singular, estaban muy opcionados para ser elegidos
presidentes de Colombia, con una diferencia de medio siglo. Y fueron eliminados
bestialmente, con autores intelectuales entre bambalinas, es la pregunta que
aún no se resuelve de manera satisfactoria.
[1] Sobre el particular, se lee con
provecho, el trabajo de la filósofa belga Chantal Mouffe, El retorno de lo
político, donde expuso la lógica adversarial, dándole continuidad al libro
publicado con Ernesto Laclau, Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una
política democrática radical publicado primero en inglés en 1985. Era en buena
parte una respuesta a la caída de la socialdemocracia en los brazos del
neoliberalismo.
[2] El exsenador Álvaro Uribe ensaya
todo tipo de estratagemas para salirse de la causa penal que pende sobre sí.
Ahora con la ayuda descarada del fiscal Jaimes, quien estuvo durante seis días,
“pedaceando” las pruebas recaudadas por la sala de instrucción penal de la CSJ,
para concluir que debía cesar la causa contra el Innombrable, como lo llama sus
críticos.
[3] Está, recordarán no pocos, antes la
ANAPO de los años 60, y de la elección de 1970, liderada por el general Gustavo
Rojas Pinilla, y su hija, la capitana María Eugenia Rojas; y el famoso “robo de
las elecciones” que continúa siendo asunto de polémica nacional no resuelta.
[4] Doctos militantes e inquisidores,
como lo recuerda el palacio de la Inquisición en Cartagena, para aconductar a
naturales y negros en el mestizaje racista.
[5] Para recordar el texto de Benedict
Anderson, cuando debatía en Gran Bretaña la problemática de cultura, nación y
estado, animado por el grupo de intelectuales de la nueva izquierda, orientados
por Raymond Williams, Robin Blackburn, Perry Anderson, Stuart Hall, entre
otros, a través de New Left Review y otras publicaciones de la izquierda
ortodoxa.
[6] Argentina experimentó con el
Peronismo, un estado de compromiso impuesto por un exmilitar entre elites
oligárquicas y trabajadores organizados. En Colombia, este intento se frustró
con el asesinato de un caudillo popular liberal, primero; y luego con la
traición de un caudillo de prosapia populista extemporánea, Gustavo Rojas
Pinilla, el “pacificador” del Llano, a quien le robaron la elección
presidencial.
[7] Revisar lo escrito por un partícipe
directo, Eduardo Franco Isaza (1976). Las guerrillas del Llano. Ediciones
Hombre Nuevo. 3a edición.
[8] Ella prueba el comando soterrado o abierto del capital
financiero especulativo, repartido entre los verdaderos dueños del país, como
lo registra el trabajo pionero del economista Julio Silva Colmenares desde
1977, y quien ha actualizado su primera pesquisa en la edición de 2020. Al respecto, según Eduardo Gutiérrez Arias, Colombia
tiene ocho grandes monopolios cuyos activos ascienden a 1.140 billones de pesos
colombianos y 380.000 millones de dólares (el 120% del PIB nacional de 2017).
Controlan las áreas fundamentales de la economía nacional (financiera,
industrial, agroindustrial, comercial, de transporte, de servicios públicos,
medios de comunicación, etc.).
Los ocho monopolios
de marras son: el grupo Aval dirigido por Carlos Sarmiento Angulo, el grupo
Santodomingo, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), el grupo Ardila Lulle, la
oligarquía azucarera del Valle, el grupo Char de Barranquilla, el grupo
Gilinski y el grupo financiero Colpatria.
Las Dos Orillas
registró en febrero del 2018, a 5 de sus líderes entre las 1.000 personas más
ricas del mundo según la revista Forbes: Carlos Sarmiento Angulo, US$12.600
millones en el puesto 126; Andrés y Alejandro Santo Domingo, con US$4.400
millones en el puesto 492; Alejandro Santo Domingo; Jaime Gilinski, con
US$3.700 millones, en el puesto 632, Carlos Ardila Lulle, con US$2.900 millones
en el puesto 838.
[9] Consultar al respecto el libro El Caleidoscopio de las Justicias en
Colombia, publicado por la facultad de derecho de la Universidad de los
Andes, bajo la responsabilidad editorial del profesor Mauricio García Villegas,
al frente del CIJUS, entre los años 1995-1999 en Colombia. La publicación tiene
tres volúmenes. El primer tomo se publicó en 2001, y se reeditó en 2004.
[10] La última campaña tuvo por blanco
al girardoteño Gustavo Bolívar, propietario de un resort, donde un hijo del
artista y cantante Bruno Díaz, hizo la instalación de unos paneles solares; y
donde Bruno apareció también en el ciclo electoral anterior en vallas al lado
de los dos Gustavos. A Bolívar, Bruno lo acusó de no pagar deudas a su hijo,
quien se suicidó por otras circunstancias, y, además, le añadió de manera
sorpresiva una diatriba difundida de manera virtual. Bolívar ha dicho que lo
demandará por aquel decir.