sábado, 29 de agosto de 2015

CONTRABANDO, PARAMILITARES  Y  “CONEJO”  DE VENEZUELA

Miguel Angel Herrera Zgaib[1]

Los entretelones de una tragicomedia

“No es momento de hacer sonar las trompetas de guerra…” J.M. Santos, presidente de Colombia.
“Presidente Santos, con todo respeto, a ud lo están engañando, en todos estos  años han entrado a Venezuela más de 800.000 compatriotas colombianos, y ¿dónde están esos patriotas y quiénes entran de Colombia para acá?” Nicolás Maduro, presidente de Colombia.
                                                           Hace más de dos semanas que se inició la crisis fronteriza binacional, que pone en confrontación los liderazgos políticos y económicos de  Venezuela y Colombia, dos naciones “hermanas”, pero distantes, desde los tiempos del proyecto Bolivariano de la Gran Colombia, el cual, por lo visto y dicho por los adversarios de nuevo tipo, dos siglos después, continúa  “en pañales”.

La crisis coyuntural partió del ataque a tres miembros de la Guardia Nacional de Venezuela, que impactó también a un ciudadano de esa república. La respuesta del presidente Nicolás Maduro no se hizo esperar, y al poco tiempo se cerraron los pasos de frontera, los dos dotados de puentes que son las vías de acceso normales, así como las 67 trochas reconocidas, de las más de 150 que inventarían los baquianos que se mueven entre un país y otro. Atraídos todos estos años por las ventajas comparativas, legales e ilegales, que les ofrecía de cuando en vez el rumbo opulento o deprimido de cada uno de los países, en particular, Venezuela, cuando los precios de su petróleo eran boyantes.

Los dos escenarios más socorridos para esta crisis son, de un lado, Cúcuta, y de otro, San Cristóbal. Las dos capitales del deprimido departamento de Norte de Santander, y la otra del estado Táchira. La tierra de “los gochos”, donde la derecha venezolana es una fortaleza, pese a que perdiera recientemente la gobernación de este estado que está en cabeza de un chavista; y donde se señala que está floreciendo también la llamado “Boliburguesía”.

Contrabando y Paramilitares

Hasta cuando hubo el colapso neoliberal, que protagonizó como líder gobernante, el fallecido Carlos Andrés Pérez, que catapultó a los pocos años a su enconado rival, el comandante Hugo Chávez para convertirlo en el sepulturero del Acuerdo de Punto Fijo, y primer autoridad de la República Bolivariana, el mal, soportable, con buenos precios del oro negro, era el contrabando de petróleo, de modo principal, y de toda clase de productos baratos traídos de Estados Unidos y otros destinos; y por otro lado, la compra de mercancías diversas en la ciudad de Cúcuta, y en menor grado, Arauca, así como el tránsito de capitales colombianos procedentes de lugares tan distantes como el Valle, Antioquia, o Cundinamarca, para establecer industrias y surtir los entusiasmos consumistas de la amplia clase media venezolana.

Después, y habiendo salvado la encrucijada del golpe de estado de 2004, la cosa se agrió, porque el principal golpista vino a refugiarse en Colombia, bajo el cobijo del derecho de asilo, y el brazo protector del presidente Álvaro Uribe Vélez, el más enconado contradictor y rival del que llama Castro-Chavismo, y quien fallecido el Comandante Chávez mantiene un cerrado duelo de improperios y descalificaciones con su homólogo del otro lado de la frontera.

El clima se dañó en definitiva, de una parte, porque el socialismo del siglo XXI atrajo, en palabras de Maduro, a más de 800.000 colombianos, no solo para votar en elecciones, sino dispuestos a disfrutar de la derrama del petróleo “socialista”, que sacó de la pobreza a millones, dotándolos de vivienda, alimentación, educación, salud y recreación; cosas jamás soñadas por la pobrería, las multitudes a lado y lado de la frontera, ignoradas siempre por los binomios gobernantes en virtud de los acuerdos inter-burgueses del Frente Nacional y Punto Fijo, fundados en causas diferenciadas.

Pero, en esos grandes focos de miseria, del lado colombiano en particular, estaban  la cercanía de las explotaciones de petróleo, y con ello la presencia guerrillera de años atrás, del Eln y las Farc, y algunos reductos del Epl, que tienen como cabeza visible a Megateo, en el área del Catatumbo,  en cercanías del Estado Zulia, y quien es objeto, de nuevo, de cerrada persecución por estos días.
En la frontera se han creado también comunidades de la pobrería binacional proclives a las insurgencias subalternas, desde antaño. 

Pero, luego, con los dos gobiernos de Uribe, el paramilitarismo, las Auc, se dedicó desde el Magdalena Medio, primero, y luego, asentándose en el Catatumbo, con la comandancia del extraditado Salvador Mancuso, se propuso limpiar la extensa zona fronteriza de narco-terroristas y sus bases de apoyo natural, para darle tranquilidad a la agro-industria con los inmensos cultivos de palma de aceite, a grandes propietarios, y a los negocios derivados del petróleo desde la explotación hasta la comercialización ilegal por mayor y al detal.

La intervención del expresidente Andrés Pastrana, primero, y la de Álvaro Uribe después, brillaron por su ausencia, uno, en cuanto a persecución del mal del contrabando; y dos, del paramilitarismo que se paseó orondo haciendo todo tipo de bestialidades, hasta extender sus incursiones, también del otro lado de la frontera. Se trataba de intimidar y perseguir a los asentamientos de invasión, o algunos vecindarios más consolidados, donde existe simpatía y eventuales apoyos con la causa de la insurgencia, como se ha divulgado y denunciado desde illo tempore con insistencia.

Uno de aquellos momentos sintomáticos ocurrió, cuando el expresidente Uribe y sus cuerpos de seguridad realizaron una operación comando en Caracas, dándole captura al guerrillero Rodrigo Granda, el 13 de diciembre de 2004. Este era parte del frente internacional de las Farc-Ep, sustrayéndolo de modo clandestino, con el apoyo de las fuerzas policiales y la guardia fronteriza del hermano país, para trasladarlo a Cúcuta, y ponerlo a resguardo de las autoridades colombianas. El incidente produjo una suspensión de los acuerdos bilaterales que empezó con el llamado al embajador venezolano para consultas. El incidente se resolvió con la reunión de los presidentes el 15 de febrero de 2005.

Fue esta una operación similar a la hecha en Quito, para hacer prisionero a Simón Trinidad, el 3 de enero de 2004, en una operación encubierta, protagonizada por 8 militares colombianos con el auxilio de la policía ecuatoriana autorizada por el presidente Lucio Gutiérrez. Ricardo Palmera, el verdadero nombre de Trinidad, fue trasladado a Colombia, y extraditado luego a los Estados Unidos, bajo cargos de narcotráfico. Estas acciones produjeron un ejercicio de belicosidad y peligrosidad en las fronteras binacionales, y convirtieron a Álvaro en una especie de pequeño César cruzando el Rubicón a voluntad para darle satisfacción a su programa de “seguridad democrática”.

El presente oscuro y los vociferantes
“Comenzamos a construir lo que fue desmoronado”. Hugo Chávez, en la reunión de Santa Marta, agosto de 2010.
                                           
La elección de Juan Manuel Santos como presidente, luego de haber sido centurión “de la noche” de la seguridad de Álvaro Uribe, para sorpresa de su mentor, y rencor manifiesto, cambió el rumbo de la inseguridad fronteriza ya conocida, porque se dispuso de nuevo a negociar la paz con la insurgencia de las Farc-Ep, interrumpida por una década.

Entonces el presidente Chávez se convirtió el nuevo “mejor amigo”, y la canciller María Ángela Holguín, y su homólogo Nicolás, hoy convertido en presidente, por muerte del Comandante Bolivariano, desarrollaron una ejemplar relación, de la que el encuentro de Santa Marta, en la Quinta de San Pedro Alejandrino fue un episodio ejemplar, casi de postal. Luego que se habían roto las relaciones diplomáticas entre ambos países el 22 de julio de 2010, se abría un nuevo y promisorio tiempo.

Pero, esta luna de miel, que se tradujo en tener a Venezuela como acompañante, junto con Cuba y Noruega, de la negociación de paz de La Habana se fue llenado de cardos y espinas, en buena parte, debido a la campaña de desprestigio y señalamientos desarrollado por el ex Uribe, y su guardia política del Centro Democrático.  Este problema se hizo mayúsculo cuando hace algo así como un año la renta petrolera de ambos países empezó a achicarse, y las posibilidades de asistencia popular, y reparto de la misma en Venezuela se hizo menos viable.

Sin embargo, el subsidio a la demanda popular, y fronteriza se mantuvo hasta hace 2 semanas; y entonces vino el intempestivo cierre del grifo, que en cifras reales señala que la venta y compra de gasolina venezolana se favorece en una proporción de 1 a 70, a favor de Colombia. Así que el odiado “socialismo del siglo XXI” es la riqueza de los avivatos colombianos que realizan la acumulación originaria del capital de las hormiguitas que mueven el negocio en pimpinas, mientras otros lo hacen en carro-tanques con la corruptela de venezolanos civiles y militares que los auxiliaban, a cambio de hacerse ricos a costillas de este ensayo de revolución a medias, en medio de la voracidad capitalista.

El desenlace  de los últimos días

                                                                           Con el cierre de los pasos de frontera vino el éxodo de los más débiles, y el refugio de las cabezas de las Bacrim y los paramilitares de viejo tipo (Auc y herederos), a uno y otro lado de la espinosa y mísera frontera nacional. Los colombianos pobres con sus familias llevando sus corotos al hombro, y a como diera lugar es un paisaje humano desolador, de lo cual los medios de comunicación colombiano han hecho su agosto sin escrúpulo alguno.

Al respecto, el presidente Maduro, su canciller, y la cabeza de la Asamblea han respondido, tratando de disminuir el drama humano, y la destrucción de los barrios de invasión construidos del lado venezolano, en la franja de 16 kms, que es sitio de protección que los países tienen en defensa de su soberanía. Lo cual no se respeta por la pobrería y la delincuencia en ninguna de las fronteras olvidadas y abandonadas que tiene Colombia, y cuyas desgracias hoy, mas que nunca se hicieron visibles ante todos.

Hace prácticamente dos días desfilaron las comitivas oficiales, presididas por las cancilleres, Holguín y Rodríguez sin sus presidentes respectivos, y no llegaron a acuerdos definitivos, pero sí se sacaron los cueros al sol. Se quedó por parte del defensor del pueblo Otálora, de Colombia, y el gobernador del Estado Táchira que se reunirían para que el de Colombia pudiera acompañar el éxodo de colombianos deportados; para verificar la situación de los inmuebles que habitaban en la zona de invasión, y que pudieran también  transportar sus muebles y enseres de una forma humana, sin más sobresaltos, atropellos físicos y humillaciones. 

La respuesta del lado venezolano no ocurrió, y la consecuencia ha sido, que el presidente Santos llamó a consultas al Embajador Lozano, y otro tanto hará el de Venezuela. A la vez que, a voz en cuello, el presidente Maduro, con una manifestación de apoyo que lo escuchaba "conminó" al presidente Santos a reunirse en persona a la mayor brevedad.

A lado y lado de las fronteras, los antes amigos hoy se muestran los dientes como adversarios, y los extremistas de derechas de ambos lados, los incitan a que de la noche a la mañana se conviertan en enemigos. Y las voces liberales de Colombia como Serpa y Gaviria, han llegado hasta el punto de llamar a seguir con la negociación de paz con o sin Venezuela, y el otro a calificar a Maduro de dictador y tirano, repleto de iracundia en sus gesticulaciones.

Maduro, por supuesto, ha descalificado a Uribe, recordándolo como cabeza paramilitar, y criminal internacional en excesos retóricos cuyas pruebas jurídicas, a lado y lado de la frontera, hasta hoy son inexistentes.

Que queda, que los colombianos y venezolanos pongamos en su sitio a las dirigencias de los dos países, reconstruyamos las relaciones y transformemos para bien las fronteras abandonadas donde la vida ilegal y la miseria más abyecta campean con las riquezas de los delincuentes que se sirven de los trabajadores, pobres y necesitados, que en su gran mayoría provienen de Colombia.
Dura y urgente tarea, a la que esta confrontación y éxodo inhumano le han puesto el colofón y el cascabel al gato. Y no es posible apachurran verdades con detonantes demagógicos y retóricas de guerra y ofensa  ofrecidas a granel, por equivocadas direcciones políticas de lado y lado de la fementida patria de Bolívar, ayer como hoy.

Por lo pronto, se anuncia la ayuda de las instancias regionales e internacionales, en particular, dos, Unasur, que preside Ernesto Samper, quien ha sido señalado por su “tibieza” diplomática, olvidando que para intervenir se requiere la solicitud de ambas partes; y la OEA, con la actual secretaría del uruguayo Luis Almagro, que la orienta desde el 18 de marzo de 2015.

Estas son las dos puntas de un tiempo de transición en materia de relaciones internacionales para el subcontinente americano, que con esta crisis se pone a prueba seriamente, bajo el ojo vigilante de la ONU, y las Ongs, con HRW a la cabeza, y la escena diplomática global, afectada seriamente por los éxodos de las multitudes en tres continentes, cuando menos, golpeadas por los flujos implacables de la globalización capitalista.



[1] Director Grupo Presidencialismo y participación, y del Proyecto Seminario Internacional A. Gramsci. Autor: Antonio Gramsci y Pensamiento de Ruptura. Email: presid.y.partic@gmail.com

sábado, 8 de agosto de 2015

DE “LA DIGNIDAD” DE DON ÁLVARO A LA

 ACTUALIDAD DE LA DEMOCRACIA

Miguel Angel Herrera Zgaib


A la calle!

“Si no se firma lo que las Farc quieren, recurrirán nuevamente a esa violencia”. Álvaro Uribe

                                                                  
                                                      Parodiando a la Marcha de la Dignidad, del  22 de marzo de 2014, de la que nació luego al movimiento de izquierda “Podemos” en España,  este viernes 7 de agosto,  el expresidente Álvaro Uribe, y la bancada del Centro Democrático, lanzaron a los cuatro vientos, la consigna: “Por un país con dignidad”, junto a los militares retirados organizados en Acore, quienes rechazan ir a La Habana, sus familiares; los simpatizantes y militantes carnetizados.

Los que apoyan  electoral y fácticamente  el partido de la guerra, con los consuetas de la prensa que les es proclive, - con RCN a la cabeza, que habló de 30.000 manifestantes tan solo en Medellín -, se arriesgaron a hacerse contar en las calles y plazas.

De acuerdo a los cálculos más realistas, los convocantes alcanzaron a mover alrededor de 20.000 manifestantes en todo el país, con  la mayor afluencia de marchantes en Bogotá y Medellín.  Apertrechados de pancartas, pasacalles, banderas de varios metros, y otros motivos alusivos, lo que supone una financiación multimillonaria.

 Corearon en recuerdo de los 27 héroes de la patria, muertos en dos siniestros aéreos; y gritaron contra la caída del Black Hawk; abajos a la tregua, a Santos traidor, y condena a la violencia de las Farc. Hasta hubo la presencia de svásticas  nazis pintadas en banderas rojas, agitadas durante las manifestaciones.

La “dignidad” de la reacción

“Por un país con dignidad”. “Santos traidor”. “No más paz, no más mentiras”.

                                                    En Colombia, el Centro Democrático, CD, y los partidarios de la guerra, que reclaman la rendición de las Farc-ep, sin la cual no es posible hacer la paz, se arriesgaron a movilizar a contramano de la democracia, con todo tipo de argucias, con medias verdades, el entusiasmo reaccionario, conservador de sus partidarios y simpatizantes en las principales ciudades Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, Pereira, Montería, haciendo visible a un “enemigo”, recordando las lecciones del ultra-conservador Carl Schmitt.

Los voceros del CD adujeron, primero, empezando por Don Álvaro, unas razones aparentes, generales, para su acto público: el respeto a la vida, a la libertad y a la dignidad de los soldados y policías. Esto ocurrió el día inmediatamente después que el presidente Santos defendía los logros de sus cinco años de gobierno, dirigiéndose a los colombianos por radio y televisión, combinando cifras de pobreza con una inquebrantable voluntad de paz sin comprometer, claro está, las instituciones del capital, y la defensa de la propiedad privada en primera línea.

De otra parte, ni por equivocación hubo entre los manifestantes de Medellín la más mínima palabra al desastre humanitario que tapan los desechos y basuras de la Escombrera, aquella gigantesca fosa común que recuerda la brutalidad y el cinismo de la acción paramilitar, y la complicidad de los cuerpos armados del gobierno, en la Comuna 13, durante la operación Orión, y los días posteriores.

Tal y como lo vienen denunciando, reclamando, pregonando las familias de las víctimas de los desaparecidos de aquellos días, cuando tanquetas y helicópteros intervinieron en aquella carnicería a pleno día, de la que informaron algunos medios. Nadie este viernes quiso recordar la dignidad de estas víctimas, la humanidad de los desaparecidos, el respeto a la libertad, para “tirios y troyanos”.

La política adversarial es un sueño para los propagandistas de la guerra, y más de medio siglo de desangre no les es suficiente. El matadero nacional tiene que seguir abierto, los falsos positivos, los descuartizamientos, los despojos de tierras, las violaciones son inventos de la sectas izquierdistas, y los favorecedores de las guerrillas que se escudan bajo el manto de los D.H  y el DIH.

Esto decía Álvaro Uribe siendo presidente, el 8 de septiembre de 2003, respondiendo a la aparición del Embrujo Autoritario, a propósito de la dignidad que no practica, cuando defiende su fementida “seguridad democrática”:

“Son unos traficantes de derechos humanos que se debían quitar de una vez por todas su careta, aparecer con sus ideas políticas y dejar esa cobardía de esconder sus ideas detrás de los derechos humanos (…). Serán capturados por complicidad y ocultamiento porque hay una política con una estrategia. Y en uno de sus puntos esa estrategia ordena aislar a los terroristas”.

De Medellín a Bogotá: la perorata del 7 de agosto

“Queremos la paz, pero no una paz a cualquier precio, no una paz entregando al país.” Almirante(r) Arango Bacci

                                                    En Medellín,  la marcha que arrancó de la plaza Berrío tuvo a Uribe Vélez como su líder, y su punto de llegada fue la plaza de la Alpujarra. Desde allí, sin ningún empacho, el repitió que el gobierno mentía acerca de la caída del helicóptero Black Hawk, y atribuyó a las Farc este desastre en el que murieron 16 uniformados, y quedaron dos heridos en proceso de recuperación.

En Bogotá,  la marcha tuvo dos puntos de partida, el monumento a los héroes, y el parque Nacional. Fue acompañada, según estimativos realistas entre 3.000 y 5.000 personas, aunque los periodistas desplazados por RCN, contra toda realidad, afirmaron que, a manera de ejemplo, que en Medellín marcharon 30.000 personas, tal y  como figura en los reportes divulgados vía internet.

Pero la perorata de 7 de agosto, de Don Uribe, cínico y entusiasmado, la dirigía a abrir su descarga contra el cese al fuego unilateral del 20 de julio pasado. Entonces dijo con  oratoria quebradiza y beligerante: “que la marcha sea un grito del país que le diga a las Farc que no le creen a la falsa tregua, que es una tregua electoral, imposible de verificar porque no están concentrados.”

Don Álvaro, el señor del Ubérrimo, insiste en que “Hay que destruir la culebra. Matarla por completo. No se puede dejar con signos de vida”. Tal  fue el estribillo de su guerra no declarada contra las Farc, durante sus dos presidencias, que no tuvo reato de conciencia, ni asomo de duda cristiana, de extender a sus opositores de izquierda y demócratas, para quienes hubo durante esa década aterradora, “capturas masivas, amenazas, chuzadas, exilios, desplazamiento, masacres y asesinatos selectivos,”como lo recuerda en su libro Rafael Ballén, La pequeña política de Uribe.

 Es la misma estrategia con la que quiere seguir ahora cosechando adeptos, y embrujando incautos; reclutando almas y cuerpos para una guerra que él ni sus hijos libran en los campos, sino que peroran, rodeados de escoltas, que cuestan mas de $1.500 millones al erario de Colombia. Y no hay duda que tiene seguidores que cultiva con sectarismo, infundios, redes sociales, y prensa obsecuente.

Acción común contra la guerra: igualdad social y  vida digna

                                                          Por supuesto que para Uribe y el CD, la dignidad, tal y como la entienden Kant y Arendt no existen. Las armas  y la excepcionalidad de hecho y derecho, contra los que no pueden resistir a la arbitrariedad;  esto es, la prolongación del engendro del para-presidencialismo es lo que pretenden legitimar espetando la dignidad como argumento vacío.

                                                      Pero, en Colombia existe también el partido de la vida, de la libertad, de la democracia, la pasión por la verdad, por la fuerza de los hechos que no disfrazan los ademanes culebreros del partido de la reacción, ni tampoco las mentiras oficiales.  Por lo que es necesario y justo que nos movilicemos por la defensa de las libertades, por el cumplimiento de las promesas incumplidas a todos los sectores y movimientos sociales que están en espera de una prosperidad efectiva.
                                                    Es requisito abolir los insultantes privilegios que enseñorean a tantos caciques y caudillos; es necesario hacer las cuentas, y descubrir los recursos con que se financian los partidos que se lucran con descaro de la guerra y la violencia en todas sus formas. Es justo y necesario poner en su sitio el cinismo, el descaro, y el fraude electoral con que fue electo el expresidente Uribe en sus dos presidencias, tal y como lo documentaron Claudia López  y la fundación Arcoiris en su momento.

Es fundamental desmontar el paramilitarismo aliado con los políticos de turno, y sus herederos que siguen en el plan de reelegirse, tal y como lo denuncia la prensa local y nacional a diario. Es urgente que los delincuentes que están fugitivos, y que fueron auxiliares de primera y segunda línea sean traídos a Colombia, para que respondan por sus trapisondas que hicieron posible la reelección de Uribe.

Es de esta dignidad, la otra dignidad, la de hombres y mujeres libres, la que la izquierda democrática reclama. Una dignidad que exige igualdad social, para poder aclimatar la vida digna de millones de colombianos despojados en el campo, y explotados y arrumados en las ciudades grandes y pequeñas.

Igualdad social que haga posible la gratuidad en la educación, en la salud y en la vivienda. No hablamos de la miseria con cuenta-gotas con que se manipula a millones en su miseria y su pobreza.

El ejercicio electoral del 25 de octubre, y las escaramuzas previas enfrentan, entonces, a los partidarios de la guerra con los defensores de la libertad, la igualdad social y la dignidad de las personas. Incluida la de cientos de miles de policías y soldados, que han de convertirse en educadores y formadores de la nueva ciudadanía, dejando los fusiles y la violencia como forma de vida.


Se trata de acabar con las pensiones y prebendas de los altos dignatarios civiles y militares para darles una vida decente a millones de colombianos. Se trata de democratizar el rumbo de la economía nacional, haciendo a un lado la “monserga” del puñado de grandes capitalistas que se lucran del trabajo ajeno, y la riqueza social, democratizándola. 

De esta dignidad ninguno de los manifestantes, ni sus líderes hablaron, muchos menos corearon cuando insistían en el “evangelio de la guerra” entre colombianos. Es la hora de llamar las cosas por su nombre, y movilizar los millones de pobres y trabajadores, las minorías excluidas, la intelectualidad dispuesta a la gran reforma intelectual y moral, con consecuencia .