jueves, 25 de agosto de 2011

oIGA, MIRE, vea.

El representante Wilson Arias mete baza en el destape de la Registraduría en Cali, donde las protestas de dos candidatos conservadores ser han traducido en separación de funcionarios encargados de tramitar, aceptar o descartar candidaturas a la alcaldía. Aquí el énfasis del congresista de PDA está en señalar la presencia de María Isabel Urrutia como candidata de los sectores populares y afrocolombianos que en Cali tienen una gran presencia humana y tremendas carencias.

La olla podrida de las registradurías antes y después del conteo de votos está bajo escrutinio en todo el país. Los misterios del sistema electoral se "descubren" ahora en virtud que dos figuras del notablato conservador están en ascuas. Al registrador nacional le tocó también lanzarse al ruedo y encarar abucheos y protestas en la calle. El voto en blanco sigue ganando protagonismo avanzando por los entresijos de una corrupción visible y rampante. N de la R.

¡Miren a Urrutia en Cali!

Nada justifica que, al ensalzar a Rodrigo Guerrero y a Susana Correa con motivo del rechazo de su inscripción (ver: “Rajados por firmas”, Semana No. 1529), e intentando explicar para dónde se moverían sus votantes, la revista Semana “olvide” explicar cómo se comportaría la intención de voto para María Isabel Urrutia, a partir de la encuesta que sirvió de base a la nota.

Resulta que la encuesta en mención (del Centro Nacional de Consultoría para CM&), dice que la favorabilidad por Rodrigo Guerrero alcanzaba un 23% seguido por María Isabel Urrutia con un 13%, Sigifredo López con el 11%, Milton Castrillón con el 10% y Clara L. Roldán con el 6%. Pero el articulista ni se molesta en referirse a cómo se afectaría la campaña de quien en dos semanas casi triplicó su intención de voto al pasar del 5% al 13%.

Tal vez pueda alegarse que Guerrero y Correa representan a las élites caleñas, conservadoras, blancas y respaldadas por cacaos y medios. Pero lo cierto es que al hacer campaña han tenido que elevar reivindicaciones populares que resultan más creíbles en manos de María Isabel Urrutia. Lo que permitiría pensar que al menos una parte de su electorado más popular, también compuesto por mujeres, excluidos y afrodescendientes, en una ciudad con la segunda población negra de América Latina, vayan a parar en la votación de quien puede llegar a representarlos. Aunque Urrutia no esté haciendo campaña a partir de la victimización o el clasismo, pese a su innegable condición de siempre excluida.

El electorado más aristocrático de Guerrero y Correa es probable que ni haya mirado hacia donde Urrutia. O que se refiera a ella sólo para despreciarla, como acaba de hacer otro del periodismo en Cali, Diego Martínez Lloreda.

El periodista de Semana, sencillamente no vió a Maria Isabel Urrutia, aunque estaba de segunda en la única encuesta que citó. Lapsus o "función fallida", puede ser otra forma de negarla.

Wilson Arias

Representante a la Cámara

Valle del Cauca

martes, 23 de agosto de 2011

DOS DÉCADAS DE UNA CONSTITUCIÓN SITIADA POR TODOS LOS LADOS.

Oscar Mejía Quintana


La Constitución del 91 ya forma parte de nuestros mitos fundacionales. Una revisión rigurosa demuestra que ha vivido sitiada por enemigos a la derecha y a la izquierda, y paradójicamente por el propio pueblo que debía redimir. Un contrato social híbrido y parcial que sirvió para aclimatar los excesos del Estado de Opinión, que sigue siendo altamente vulnerable y que frustró las expectativas utópicas que le infundieron vida.


Modernidad y reacción

Además de sus obvias implicaciones jurídicas, la Carta del 91 configuró en Colombia un proyecto social-democrático de modernidad política, pluralista y tolerante, que ha debido enfrentarse a la cultura jurídico-política formalista y súbdito–parroquial derivada de la Constitución de 1886.

Las debilidades políticas y las tensiones internas de la nueva constitución, abrieron paradójicamente una salida a un sector de las élites colombianas de talante excluyente y conservadurista: gracias a la distinción amigo-enemigo ambientada internacionalmente, se consolidó una modalidad de democracia constitucional autoritaria, sustentada en un Estado de opinión que convalidaba el apoyo plebiscitario al líder, y que junto al embate de la guerrilla y frente a la tímida defensa constitucional de la izquierda legal, terminaron sitiando a la Constitución del 91 por todos lados y durante los últimos años alcanzaron a poner en suspenso el alcance pleno de la propia democracia liberal y del Estado de Derecho en Colombia.

Olimpo Radical y Regeneración

Quisiera tomar como base de esta reconstrucción la tipología de los mitos que recoge Miguel Angel Urrego en una panorámica de su construcción simbólica en el contexto latinoamericano, e identificar los más caracterizados para Colombia en particular [1].

La Regeneración es ciertamente el mito dominante en la historia colombiana del último siglo, que confronta al primer mito con pretensión nacional, el del Olimpo Radical, el primer proyecto de modernización, si no de modernidad, en Colombia, cuyos atributos principales fueron:

  • Establecimiento de una sociedad laica.
  • Amplias libertades individuales y políticas.
  • Extensión de la ciudadanía hasta la universalización.
  • Inclusión del Pueblo en la Nación.
  • Ideario de modernización económica y política.
  • Separación de la Iglesia y el Estado.
  • Progreso económico bajo el modelo moderno europeo-norteamericano.
  • Federalismo como forma de estructurar el Estado.
  • Impulso a la cultura y a la educación.

Estos rasgos muestran la ambición del proyecto radical. Aparejado a este catálogo de aspiraciones, encontramos en realidad un modelo de democracia restringida, como la que siempre ha caracterizado al país, pero de carácter incluyente, en términos simbólicos.

Frente a este mito con pretensiones (por lo menos) de modernidad, el mito de la Regeneración establece la contraparte. Se pone de manifiesto lo que Leopoldo Zea veía como el conflicto, que caracteriza todo el siglo XIX en Latinoamérica, entre el proyecto conservador y el proyecto civilizador, que en otras latitudes logró triunfar o conciliar, pero que en Colombia definió uno de sus rasgos identitarios más representativos: el tradicionalismo, el conservatismo, el autoritarismo.

Como bien lo puntualiza Urrego, la Regeneración entroniza símbolos como el himno nacional y valores como el catolicismo y la hispanización como ideal nacional, que hasta hoy se reivindican:

  • la “patria”, el Sagrado Corazón, la etitización católica de las virtudes, expresión de una sociedad feudal e intolerante,
  • la negación absoluta de las doctrinas liberales y socialistas, frente a las que se impone al derrotar al liberalismo radical,
  • la simbolización del sentimiento nacional (el escudo, el himno, los íconos religiosos),
  • la intolerancia religiosa y política y
  • el respice polum (mirar al Norte, a Estados Unidos) en política exterior como expresión de sometimiento incondicional por parte de las élites y, por extensión, del país al Imperio
    • la entrega de Panamá,
    • la Guerra de Corea donde Colombia fue el único país latinoamericano participante,
    • la “traición” a la solidaridad latinoamericana cuando es el único país que no apoya a Argentina en la guerra de las Malvinas,
    • la incondicionalidad vergonzosa y vergonzante en política exterior a los Estados Unidos, incluyendo la larga agonía del TLC.

El mito de la Constitución

Colombia –un país que en tiempos de la Colonia fue algo más que una capitanía por razones administrativas, pues solo al final transita al Virreinato– con la Constitución del 91 logra vislumbrar los horizontes de modernidad que durante 100 años le había birlado la Constitución del 86.

Por segunda vez en su historia, después de la Constitución del 63 y quizás las reformas liberales del 1936 y de 1945, el país se asoma tímidamente a una modernidad política que le había sido esquiva [2].

En este discurrir histórico surge naturalmente el mito de la Constitución del 91, que a todas luces aspira a fundar un proyecto de modernidad integral en Colombia, con un Estado social de derecho como instrumento de paz y de reconciliación, cuyos ejes estructuradores fueron:

  • La consagración de derechos fundamentales, económicos, sociales y culturales.
  • La concepción de mecanismos de garantía y defensa de tales derechos.
  • La concreción de instituciones propias de un sistema político incluyente, donde las minorías de todo tipo tuvieran plenas posibilidades de respeto y autonomía,
  • la definición de una democracia participativa que haría posibles las aspiraciones conflictivas represadas desde un siglo atrás,
  • la cimentación de un Estado social y democrático de derecho, que le diera mediaciones concretas a toda esta nueva arquitectura político-institucional

Esta fue la profunda huella que la Constitución del 91 intentó imprimir en nuestra identidad política [3].

Más allá de sus implicaciones jurídicas, la Constitución del 91 representó, no solo un proyecto, sino un mito de Estado-nación democrático, frente al mito conservador, rural y autoritario que venía de la Constitución del 86. Un país que nunca había logrado consolidar un mito democrático de identidad nacional finalmente intentaba arraigarlo a través de su nueva Constitución.

Constitucionalización del engaño

Pese al significado histórico y simbólico de la Constitución del 91, es necesario recordar que ella no cumplió la principal expectativa para la que fue convocada: el logro de la paz y la garantía de la vida.

Más allá de sus aciertos en la defensa de derechos fundamentales, tampoco logró concretar otra de sus grandes aspiraciones: la de una auténtica democracia participativa.

La Constitución no logró echar las bases para una verdadera reconciliación nacional –la paz– ni para el respeto a los derechos mínimos, como podía ser el respeto a la vida. Este fue su gran fracaso y su gran debilidad, pues dejó abierta la posibilidad de un nuevo proceso constituyente.

La Constitución del 91 fue un pacto que nació estructuralmente débil, tanto en términos del contractualismo más ortodoxo (como decir el hobbesiano), para el cual la paz es el principio básico del orden social, como del liberalismo clásico que pretende la participación popular mayoritaria.

Débil, incluso porque el día mismo en que se elige la Asamblea constituyente, el 9 de diciembre de 1990, se desata la ofensiva contra Casa Verde, que había sido el símbolo de los diálogos de paz durante más de diez años, hecho que signó el origen de la Carta como un pacto de guerra tanto como un pacto de paz.

Hay que reconocer que el Constituyente del 91 falló estruendosamente: perdimos una oportunidad histórica para resimbolizar, para remitologizar nuestra identidad nacional y, desde esa recreación, consolidar ese patriotismo constitucional que nunca hemos podido concretar [4].

Y eso hace que lentamente la Constitución de 1991 sea percibida como la constitucionalización del engaño, por haber prometido ideales irrealizables y no haber bajado a la realidad.

Leviathan desatado: seguridad sin democracia

Durante el gobierno de Andrés Pastrana se intentó un proceso de paz con las FARC. El país esperaba que el conflicto de 40 años pudiera finalizar, no solo por voluntad del gobierno sino por los mecanismos democráticos que había concebido la Constitución del 91.

Para muchos, esa Constitución era el marco perfecto para la paz: el Estado social de derecho definía una especie de “revolución institucional”; para juristas y politólogos optimistas, incluso encarnaba la opción emancipatoria que le permitiría a la guerrilla asimilarse sin problema al sistema [5].

Las FARC, en un error histórico del que muy seguramente no se recuperarán jamás, quisieron aprovechar la situación –de manera desleal no solo con el gobierno sino con la Nación– no para concretar la paz, sino para profundizar la guerra. El proceso se rompe ante el cinismo de continuar los secuestros, los asesinatos y los ataques indiscriminados.

Y en el ánimo del país se produce una reacción, no solo contra las FARC y la guerrilla en general, sino contra el espíritu democrático de la Constitución del 91. Una reacción ciega cuya primera expresión será el triunfo de Álvaro Uribe en las elecciones del 2002: más que la persona en sí, era la guerra total contra la guerrilla que la población autorizaba ante la impotencia de una Constitución que en 12 años no había logrado superar el conflicto.

Se castiga en dos sentidos a los protagonistas del proceso del Caguán [6]:

  • De una parte, los candidatos cercanos al proceso pierden las elecciones frente a un aspirante cuestionado, no solo por sus políticas como gobernador de Antioquia sino por sus mismos vínculos oscuros, tanto con el paramilitarismo como con el narcotráfico.
  • De otra, la esperanza frustrada de la paz y el cansancio ante una guerrilla prepotente y torpe se convierten en un odio social no solo contra ésta, sino contra la izquierda democrática en general, que la población canaliza mediante la política de seguridad democrática de Uribe.

Sufrimos entonces un proceso análogo al del Leviathan de Hobbes: abjuramos de la libertad, incluso de la democracia, para acabar con el flagelo de la guerrilla, por seguridad. Los diques democráticos estallan y Uribe cataliza ese sentimiento a través de una política de mano dura y poco corazón, que en 8 años permitió recuperar para el Estado colombiano el espacio no solo territorial sino político perdido frente a la guerrilla durante lustros.

A las grandes mayorías que se reclamaban uribistas poco les importan el Estado de derecho, las garantías constitucionales, los procedimientos jurídicos, las instituciones democráticas, los frenos y contrapesos concebidos por la Constitución del 91, el ordenamiento legal, nacional o internacional.

En su sentimiento de rabia contra la guerrilla solo atinan a apoyar al líder en su guerra frontal contra aquellos, sin límites ni cortapisas de ninguna índole: ni jurídicas, ni políticas, ni morales.

No solo la guerrilla es vista como enemiga: la intelectualidad, las “elites bogotanas”, defensoras pese a todo de la institucionalidad, la comunidad LGBT, las mujeres y sus aspiraciones de equidad, las formas de vida diferentes, las subculturas urbanas nacientes, todo el que no se sometiera a los estándares del ethos dominante del líder, sus métodos, su retórica, era considerado un enemigo y como tal denunciado y, en no pocos casos, asesinado por los tentáculos invisibles de un régimen que, como diría Boaventura de Sousa Santos, eran la expresión del “fascismo social” imperante en Colombia [7].

La Patria uribista

Sin duda, el punto culminante del sitio a la Constitución del 91 fue la segunda administración de Uribe:

  • de una parte, los golpes implacables a las FARC, que el país saluda sin recatos;
  • de otra parte la exacerbación de un patrioterismo cifrado en símbolos de guerra, machismo y desprecio a la legalidad nacional o internacional.

En este marco se consolida una noción de PATRIA, en mayúsculas y con énfasis, en un arranque sentimental por una identidad que el colombiano no ha logrado definir desde un mito-nación homogéneo y consistente [8].

Patria” como sinónimo de intransigencia política, con sesgos más que antidemocráticos, en cuanto se escuda en una “democracia electoral de mayorías” y en unas mayorías legislativas no importa que en una buena proporción estuvieran sub judice, sesgos totalitarios en el sentido de discriminar y estigmatizar toda crítica, de justificar toda ilegalidad por parte del gobierno de esas mayorías, de bendecir toda práctica autocrática y nepotista, así sea inética.

Esta “patria del corazón” a la que publicitariamente, además, ya se le ha patentado el mote de “Colombia es pasión”, porque por supuesto también es un negocio, que se enraíza en sentimientos más que en razones, atravesada por un sesgo ideológico-político más autoritario que democrático en la medida que rescata sin escrúpulos posturas “mayoritarias” que nos respetan diferencias ni disidencias ni oposiciones minoritarias legítimas.

Ese “patriotismo de mano en pecho” se justifica mediante la noción artificial de “Estado de opinión”, siempre amorfa y asistemática, pero reiterativa [9]. Como bien lo puntualizó Uribe ante la historia: “Colombia está en la fase superior del Estado de Derecho, que es el Estado de opinión. Aquí las leyes no las determina el presidente de turno. Difícilmente las mayorías del Congreso. Todas son sometidas a un riguroso escrutinio popular, y finalmente a un riguroso escrutinio constitucional” [10].

Un acelerado proceso de desinstitucionalización permite al uribismo capturar la gran mayoría de organismos de control, desequilibrando la capacidad de frenos y contrapesos que la Constitución del 91 había concebido.

Los partidos políticos se convierten en apéndices o enemigos del ejecutivo: en ambos casos se pierde la posibilidad de un control efectivo, ya interno de gobierno, ya externo de oposición, que deja a la sociedad sin mediaciones frente a un autoritarismo feroz, que incluso captura a los medios de comunicación de impacto y circulación nacional [11]–salvo a escasos columnistas y contadas revistas y periódicos nacionales- y a la mayoría de alcance regional.

También desde la izquierda

Pero la Constitución no fue sitiada solo desde la derecha:

  • La guerrilla nunca logró transitar a una cultura política tolerante, participativa, crítica, proactiva. Se quedó en los mismos esquemas súbdito-parroquiales de sus adversarios: la distinción amigo-enemigo fue también la suya. Presos del marxismo estalinista, jamás pudo superar el autoritarismo esencialista de la ortodoxia, despreciando la democracia y la constitución por burguesas y capitalistas.
  • Igual pecado cometieron los sectores hegemónicos de la izquierda legal, tanto el prosoviético como el maoísta. Ninguno logró deslindar fronteras con una guerrilla que transitó a la delincuencia y el terrorismo, que le cerró la posibilidad de ser alternativa política, como se la ha cerrado la misma derecha.

Esa izquierda nunca asumió la defensa de la Constitución como un proyecto propio: solo la vio como un instrumento coyuntural en momentos de peligro autoritario, sin adueñarse de su ideario socialdemócrata, por los torpes resabios de su ideario estalinista [12].

Sitiada desde abajo

Cien años de Constitución del 86 hicieron que Colombia acabara siendo más pueblo que ciudadanía. El puntal de esa cultura súbdito-parroquial que apoyó (y sigue apoyando) a Uribe, se encuentra paradójicamente en los estratos populares.

El esclavo vota por las cadenas y la mentalidad tradicional-carismática se inclina espontáneamente ante el líder, por encima –o por debajo– de esa legitimidad legal secular-racional, que nunca logramos consolidar.

El sitio a la Constitución ha venido también del pueblo mismo que no entiende de Estado de derecho ni de debido proceso, que prefiere la fuerza a la razón, el atajo al consenso, la inmediatez de la solución violenta a la construcción paciente de la alternativa concertada.

Sitio, además, con contadas excepciones, convalidado por unos medios de comunicación amedrentados, haciendo eco de los “cantos de sirena” de la Presidencia para desviar la atención de la ciudadanía sobre hechos evidentes de corrupción, ausencia de ética en el manejo de lo público e incluso ilegalidad, como hoy en día va quedando en evidencia.

Conclusiones

A veinte años de promulgada, la Constitución del 91 todavía está sitiada. De su corta y conflictiva existencia se derivan algunas conclusiones:

  • Primero, que su pretensión original de ampliar el pacto restringido de la Constitución de 1886 –un pacto nuevamente reducido por el plebiscito de 1957 que dio origen al Frente Nacional– se revela hoy como el producto de un contrato parcial que debe ser extendido [13] a sujetos colectivos que quedaron por fuera del pacto del 91 [14].
  • Segundo, que más allá de las fortalezas que no pueden ser desconocidas [15], como la creación de una nueva institucionalidad enmarcada en el Estado social de derecho y en la democracia participativa, además de instituciones autónomas e independientes que intentan garantizar los frenos y contrapesos que le den soporte a una plena democracia constitucional, es necesario concebir mecanismos que no permitan volver a vivir los excesos autoritarios que la asediaron durante el gobierno de Álvaro Uribe.
  • Tercero, sin duda la principal debilidad de la Constitución del 91 ha sido que nunca fue refrendada democráticamente y que, por tanto, sigue siendo un proceso no cerrado [16]. Una Constitución Política tiene que ser ratificada por el pueblo para darle la legitimidad definitiva que le confiera a las instituciones que ha creado y la estabilidad que la sociedad requiere y le reclama.

De ahí se infiere, como lo plantea Habermas, la necesidad de concebir el texto constitucional como un proceso falible, abierto, en construcción [17].

Un proceso que al tener que ser refrendado popularmente, le impone el reto a la ciudadanía de mantenerlo abierto, haciendo de la Constitución un pacto, no solo por la paz y la reconciliación, sino hoy, después del embate autoritario que casi la acaba, un consenso por la Constitución misma, la democracia y la institucionalidad [18].

lunes, 22 de agosto de 2011

Texto remitido por el colega Oscar Delgado. Referido a una matahari colombiana trabajando para la CIA en tiempo de globalización capitalista. N de la R.

who carried it out

By Juan Forero, Published: August 20

BOGOTA, Colombia — Alba Luz Florez, a secret agent with Colombia’s central spy agency, recalled preparing diligently for her mission. At first, she was told only that it was a matter of national security.

She left her family for a safe house and took on a new identity. She underwent three months of intense training on how to develop informants. Then she and planners in the intelligence agency mapped out every step of an operation that called on her to infiltrate the Colombian Supreme Court in the search of evidence linking its justices with the criminal underworld.

9

Comments

nShare

  • ( Juan Forero / SPECIAL TO THE TWP ) - Alba Luz Florez is officially listed in DAS documents as Agent Y66.
  • ( Juan Forero / SPECIAL TO THE TWP ) - William Romero, ran the DAS's network of informants and oversaw infiltration of the Supreme Court.


( Juan Forero / SPECIAL TO THE TWP ) - Alba Luz Florez is officially listed in DAS documents as Agent Y66.

More on this Story

View all Items in this Story

“Everything I could learn about the court was of utmost importance to the agency,” Florez, 33, said in an interview with The Washington Post.

Florez said she never questioned the motivation behind the operation, which prosecutors now say was designed to cripple the court’s investigation of corrupt congressmen, most of them allies of then-President Alvaro Uribe. Indeed, the intelligence agency — the Department of Administrative Security, or DAS — was under the control of the president.

“You have a mission, and since it is legitimate, it is legal,” said Florez, who is now cooperating with prosecutors. “I was happy to be able to do the job the institution was asking me to do.”

Her operation, carried out from 2007 to 2009, was not only illegal but, according to Colombia’s attorney general’s office, designed to find incriminating evidence on judges and debilitate their investigation of the president’s congressional allies. The ensuing scandal has led to criminal investigations against Uribe’s top advisers and ensnared the former president himself, who served from 2002 to 2010.

A close U.S. ally in the war against drug trafficking, Uribe’s conduct is now under investigation by a special congressional commission. He denies giving orders to infiltrate the court.

Prosecutors say that DAS’s managers and agents participated in a series of illegal spying operations that over much of the past decade targeted hundreds of Colombians, including opposition politicians, journalists, human rights groups and even U.N. officials. Phones were tapped, agents followed the children of government opponents, and extensive dossiers on dozens of people were put together, according to investigators.

But it was the infiltration of the Supreme Court, an operation called Stairway, that has most astonished Colombians.

Colombia’s Mata Hari

The face of Stairway is Florez, who is officially listed in DAS documents as Agent Y66. To those she met at the court, she had another name: Samantha Rojas. To the Colombian press, she has become “Mata Hari,” the agent whose wholesome looks and mild manner made her well suited to recruiting informants.

She started her work, in fact, by renewing a relationship with an old flame, a policeman who worked in the government’s security apparatus and helped her make the initial contacts in the bunkerlike building where the court is housed. With his help, she set about meeting cleaning ladies, chauffeurs, bodyguards — people she eventually recruited to help her “penetrate” the court, as she put it.

domingo, 21 de agosto de 2011

El periodista Granovsky del diario de izquierda moderada Página 12, le confiaron auscultar el pensamiento explícito del presidente Santos en su visita a la Argentina, entre otras razones, porque es economista por formación y con una doble práctica en el asunto en razón del desempeño en dos ministerios bajo la hegemonía global del neoliberalismo. Él ahora admite que se vive la destorcida de esa práctica hegemónica que ahora es barrida por "un huracán", y que economías emergentes como la de Colombia y Argentina han de protegerse. Sin embargo, del gran asunto de la Paz, él muy poco dice, eso sí, promete perfeccionar el ejercicio de indemnizar del modo establecido en la ley de la que fue promotor.

Para nosotros, lo claro es que el gobierno insiste en jugar un papel protagónico en el Cono Sur, y las credenciales son, el apooyo estadounidense, el voto de confianza, el tamaño de nuestra población, y el desempeño en materia económica, en tanto Colombia participa del boom de "commodities" valiosas para los países industriales y postindustriales. En suma, para recordar a Shakespeare, estamos delante de "mucho ruido y pocas nueces" para los de abajo aqui y allá, pero, en apariencia, las libertades públicas están menos aterrorizadas que durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, cuando el desprecio cínico a la democracia liberal fue la más notoria de las improntas de un gobernante nefasto. N de la R.

Página 12, Buenos Aires, agosto 19 de 2011

Corporación de Estudios Sociopolíticos y Culturales de Colombia

“Estamos frente a un huracán”

Sobrino nieto de un presidente, Premio Rey de España de Periodismo en 1985, ex ministro de Defensa y de Hacienda, Santos realizó su primera visita de Estado a Buenos Aires. Aquí relata su vínculo con Néstor Kirchner y con la Presidenta y describe los retos ante el mundo.

Por Martín Granovsky

Durante el almuerzo que le ofreció Cristina Fernández de Kirchner en la vieja aduana Taylor, debajo de la Casa Rosada, el presidente colombiano Juan Manuel Santos hasta tuvo una salida: cuando la Presidenta le comentó que en las redes sociales (racinguistas, claro) había furor con los dos goles del colombiano Teófilo Gutiérrez a Godoy Cruz el miércoles por la noche, Santos decidió hacer un anuncio. Y después de los brindis, aprovechó que Gutiérrez estaba invitado, lo llamó y anunció la doble nacionalidad del jugador. Fue uno de los toques festivos del día de Santos en Buenos Aires, donde lo entrevistó ayer por la tarde Página/12.

–Los presidentes siempre cambian en el cargo. Usted ya lleva un año. ¿Qué descubrió, qué cambió, qué nuevo desafío encontró?

–Yo fui varias veces ministro. Estuve en Hacienda y estuve en Defensa. También traté mucho con el resto del Poder Ejecutivo y con la Legislatura. Desde que asumí como presidente traté de aplicar los principios de toda mi vida: las transparencia, la eficacia, la eficiencia, la permanente rendición de cuentas. Pero debo confesar que el panorama que encontré es más complejo que el que imaginaba cuando era ministro.

–¿Qué aprendió?

–Que un presidente debe tener paciencia sin ser complaciente.

–O sea: la paciencia está bien pero demasiada paciencia impide hacer las cosas.

–Sí, porque desconcierta a los colaboradores.

–Página/12 publicó el 29 de julio que fue usted el presidente que recomendó hablar de la crisis financiera en la cumbre de la Unasur del 28, en Lima. La Presidenta lo contó en público ya dos veces.

¿Qué lo llevó a tomar esa iniciativa?

–El clima de la Unasur. Con toda franqueza, al principio yo pensaba que ése iba ser un foro débil. Pero cuando vi a todos los presidentes reunidos me di cuenta de otra cosa: si estábamos todos allí, ¿cómo no íbamos a aprovechar para hablar francamente de la turbulencia mundial que podría perjudicarnos? No era sólo una posibilidad. Era una obligación.

–¿Obligación de qué, presidente?

–De coordinar las políticas monetarias y cambiarias. No sabemos aún los alcances de la crisis, pero tenemos que prepararnos para estar bien parados por si llegara a golpearnos duro. Tenemos que usar nuestras monedas en las transacciones. Tenemos que comerciar más entre nosotros. Tenemos que estar atentos por si el dólar de debilita. Tenemos que observar la entrada y la salida de capitales especulativos. Pero cuando digo “observar” hablo también de actuar.

Ante una crisis como la actual no podemos ser espectadores pasivos. Cada uno puede aplicar sus políticas. Supongamos que sean correctas y eficaces. Bien, incluso así tendrán un impacto marginal. En cambio, si las coordinamos, el impacto positivo será mayor. Nos protegeremos de otra manera y tendremos una voz de otro peso en el mundo.

–No sé cuál es su percepción. La mía es que por primera vez desde que tengo memoria nadie dice cómo es la crisis, dónde terminará y cuál es la receta, buena o mala, para superarla.

–Es así y no es un buen panorama, porque en economía siempre conviene tener una dosis de certidumbre. Por eso mi aspiración es que nos preparemos para lo peor, aunque lo peor no llegue. Es una cuestión de método para encarar los problemas.

–¿Y cuáles serían los retos?

–Que disminuyan drásticamente los flujos de capitales. Que aumenten drásticamente los flujos de capitales. Que se debilite seriamente la demanda mundial. Que eso influya en que se debiliten nuestras demandas nacionales y regionales. Que haya pánico financiero. Que la crisis de confianza se extienda a todo el mundo y la crisis de confianza externa se convierta en numerosas crisis internas de confianza. No estoy diciendo que vaya a pasar todo. Digo que si pensamos que, eventualmente, algo de eso puede pasar, nada justificará que no intentemos ya mismo fortalecer el comercio intrarregional, que globalmente es pobre.

Nuestras demandas internas son un fenómeno importante. Pero si se redujeran las demandas internas sería bueno que hubiéramos comenzado antes a incrementar la demanda de toda la región. En cuanto a los capitales, está claro cuál es el peligro. Tan claro que hasta la Unión Europea, en estas condiciones, acaba de poner trabas para evitar la especulación y controlar esos capitales especulativos.

–¿Por qué cree usted que en el mundo reina este nivel de incertidumbre?

–Porque estamos frente a un huracán. Ustedes están más lejos pero habrán visto por televisión qué sucede cuando se anuncia un huracán en el Caribe. Primero viene la advertencia de que va rumbo a Cuba, en el medio llega el aviso de que varió y se dirige a un país de América Central y luego aparece otro indicando que está dando la vuelta al Golfo de México.

Como lo que pasa en el mundo hoy es un huracán, nadie sabe cuál es la receta. Y, al mismo tiempo, recetas que antes producían efectos y expectativas hoy pasan inadvertidas. La FED, el Banco Central de los Estados Unidos, acaba de anunciar que mantendrá los intereses cerca de cero hasta el 2013.

¿Y qué pasó?

–No produjo ningún efecto sorpresa.

–Claro, porque el mundo vive un huracán, no una pequeña tormenta. América del Sur no sólo superó la crisis del 2008 sino que salió fortalecida. Aumentamos nuestras reservas y las finanzas y la economía emergieron más sólidas de la crisis. Hoy la situación es manejable. Pues bien, debemos tratar de que siga siéndolo.

–Presidente, si le prometo contarle qué decía Néstor Kirchner de usted, ¿me cuenta por qué se produjo la buena química entre usted y él cuando tenían origen ideológico distinto?

–Lo vi por primera vez cuando fue uno de los observadores, en Colombia, a aquella extraña situación durante la llamada operación Enmanuel. Fue una observación frustrada, porque nos engañaron a todos. En un momento se acercó y me dijo: “Si esto es así, somos todos unos boludos”. Me produjo curiosidad tanta franqueza y tanta espontaneidad en la boca de un ex presidente que había viajado hasta Colombia en medio de una crisis tan compleja como la de mi país en ese terreno. Después, antes de asumir, yo viajé a Buenos Aires y cenamos juntos. Antes de cenar le regalé una camiseta de Racing con el nombre de Moreno en la espalda. Se puso muy contento. Luego comenzamos a hablar sobre la crisis entre Colombia y Venezuela y pudimos avanzar con mucha franqueza.

Usted sabe, a veces los políticos tenemos un sexto sentido para sentir confianza con otro político. Quedamos en progresar rápidamente para superar la crisis, que era muy peligrosa. El tenía buena relación con Hugo Chávez y preguntó qué podía hacer. “Ayúdanos”, le dije. Volví a Bogotá y sentí que él se había puesto en movimiento. Me llamaba, llamaba a otros presidentes. Me di cuenta de que cuando decía que América del Sur no podía darse el lujo de un enfrentamiento entre dos países lo decía de un modo desinteresado, genuino. Cuando uno siente que otro lo va a ayudar en serio, la confianza aumenta.

–Para contarle qué decía él de usted le tengo que hacer una pequeña introducción.

–Adelante.

–En la Argentina, cuando hablaba muy bien de alguien Kirchner decía: “Es un compañero”. Y cuando quería hablar muy muy bien agregaba: “Es un amigo y compañero”. Para el exterior usaba otro ranking.

–¿Cuál?

–“Es serio.” No regalaba esa palabra. La aplicaba a los presidentes que, para él, eran capaces de negociar incluso en la diferencia, de llegar a pactos y de cumplirlos. Bueno, de usted decía eso: “Santos es un tipo serio”.

–(Se pone muy serio y hace una pausa antes de responder.) De verdad, me alegra.

–Presidente, usted fue ministro de Defensa de Alvaro Uribe y lo sucedió como jefe de Estado. Cada vez la distancia entre ustedes es mayor. ¿En qué se diferencia usted de Uribe?

–Uribe cumplió algunos objetivos en materia de seguridad que ahora me permiten a mí ocuparme de otros temas. Cada presidente tiene su estilo y es lógico que tengamos estilos distintos. Yo comparto la preocupación por la seguridad de Uribe y su determinación de generar confianza para la certeza inversionista. También su objetivo de lograr una mayor cohesión social en Colombia.

–Y para hablar ya no de estilos sino de objetivos, ¿qué se propone usted para enfrentar el problema de las violaciones a los derechos humanos, la cuestión de los millones de desplazados y una solución del tema de la guerrilla?

–Después de décadas, déjeme decirle que añoro la paz. Colombia añora la paz y trataré de lograrla. Pasamos demasiada violencia en mi país. Para los desplazados hay que concretar una reparación, y en este caso reparar significa distribuir tierras de gente que debió dejar su pueblo luego de tantos años de escapar de los grupos ilegales. En cuanto a los derechos humanos, mis principios son verdad, justicia y reparación. Pero voy a ser más preciso.

Cuando usted le dice a una víctima que ya fue víctima que habrá justicia, verdad y reparación, lo que más le pedirá es que se repare su padecimiento, porque ya lo sufrió. Cuando usted le habla a alguien que puede ser víctima en el futuro, tal vez esa persona le preste más atención a sus planes para prevenir que algunas aberraciones no ocurran más. Es una línea muy compleja la que separa una situación de otra.

–¿Y trazar la línea en el punto de equilibrio o el punto deseado es función de los presidentes?

–Exactamente. Entre la justicia, la verdad y la reparación. Entre el Estado y el mercado. Entre cualquier tensión. Y eso implica decisiones políticas, éticas, de conveniencia...

–Firmó acuerdos, estuvo con la Presidenta y hasta habló de los jugadores de Racing. ¿Qué se lleva de la visita?

–Es la quinta vez que vengo a la Argentina. Pero ésta es una visita de Estado que un presidente colombiano no cumplía desde hace once años. Era una visita necesaria. Era como protocolizar una relación que además mejoró por mi amistad con el marido de la Presidenta. Y después de la muerte de Néstor Kirchner, que fue muy poco después de su actuación para acercar a Colombia y Venezuela, quedamos más obligados a mejorar las relaciones entre todos nuestros países. Por supuesto, incluyo ahí la relación entre Colombia, al norte de Sudamérica, y la Argentina, al Sur de una región que, creo, puede jugar un papel importante en el mundo.

–¿Por qué lo cree?

–Porque disponemos de alimentos, energía, una población joven, agua, biodiversidad cuando el mundo discute el cambio climático, economías en crecimiento y una institucionalidad madura. Le recalco este último punto porque una faceta de la crisis que uno observa en cada uno de los países, y pienso por ejemplo en los Estados Unidos, es también una severa crisis política.

–¿Por qué llamó a Cristina Kirchner para felicitarla por las elecciones del domingo cuando se trataba sólo de una primaria?

–Por lo que acabo de explicarle. Un triunfo así, en una elección tan limpia, garantiza gobernabilidad y madurez institucional. Y es bueno que eso ocurra en Sudamérica.